En ningún lugar del mundo la política y el entretenimiento, el “showbusiness”, se entrelazan y confunden tanto como en Estados Unidos y no hay político en el mundo que abuse del espectáculo como Donald Trump.
Del lanzamiento de su campaña política, a las convenciones de los partidos, a los debates entre los aspirantes presidenciales, hasta su triunfo primero en las elecciones primarias y luego en las generales, y ahora durante el proceso de selección del gabinete presidencial, el espectáculo programado ha primado sobre el contenido.
Pero por más extremo que sea su caso en el terreno de la política, Trump no es ajeno a la idiosincrasia estadounidense. De los servicios religiosos, a los juegos de futbol, a las estrategias de mercadotecnia, a los Oscar de Hollywood, los estadounidenses le dan un valor desproporcionado al espectáculo. Para ellos nada motiva mejor una conducta que el llamamiento visceral que activa el cerebro del consumidor ya sea en cuestiones de religión, diversión, compra de accesorios o propaganda política. Los ejemplos de esta dinámica agobian la historia del país aunque es cierto que en la campaña presidencial de 2016 ha alcanzado nuevas cimas.
En el principio fue la T.V
Todo empezó con la televisión. En su libro de 1987, El Arte de la Negociación, Trump escribió:
“los medios siempre están muy pendientes de las ‘buenas’ historias y mientras más sensacionales, mejor…si haces escándalos o algo atrevido o polémico, la prensa va a escribir sobre ti y más si eres rico y tu estilo de vida es envidiable.
Trump descubrió desde joven que llamar la atención de la prensa le ahorraba dinero en publicidad y que lo que decía no tenía que ser verdadero. Cuando dijo que construiría el edificio más alto del mundo en Nueva York todos los medios, incluido el New York Times publicó la historia sin averiguar si era cierto.
Otra clave del éxito publicitario de Trump es lo que él llama “bravado” que no es otra cosa que saber jugar con las fantasías de la gente. Cuando trabajé de joven en una agencia de publicidad en México, mi jefe me dijo “preséntale al consumidor su sueño como algo relevante y realizable”, es decir, hazle creer que sus aspiraciones no tienen límite.
Para cuando Trump empezó su campaña presidencial ya el 100% de la nación reconocía su nombre gracias a la saturada cobertura que tenían sus desplantes, sus insultos, sus mentiras, sus exageraciones. La cobertura televisiva a Trump rebasó en más de un tercio la de todos los candidatos demócratas juntos. Y su índice de popularidad fue tan alto que le aseguró un ahorro sustancial en el gasto publicitario, que fue considerablemente menor al de cualquiera de sus opositores. Según mediaQuant, una firma especializada en este asunto, en el mes de marzo Trump tuvo gratis el equivalente a $400 millones de dólares, más o menos la cantidad que John McCain gastó en toda su campaña en 2008. Y hasta marzo, Trump había ganado cerca de 2 mil millones de dólares en publicidad gratis, el doble de lo ganado por Hillary Clinton.
No se cuál fue el balance final pero en mayo se hablaba de 3 mil millones de publicidad gratuita para Trump. Que no todo lo dicho sobre él fue positivo es evidente pero como dice el viejo dicho: no importa lo que digan de ti con tal de que se hable de ti. Y aunque todavía no se sabe con precisión cuánto dinero ganaron los medios de comunicación en esta campaña, sí se sabe que gracias a esta CNN y Fox obtendrán ganancias de más de mil millones de dólares.
Las redes sociales
Una de las innovaciones que Barack Obama incorporó, con enorme destreza, a su campaña presidencial en 2008 fue el uso de redes sociales para involucrar a sus seguidores en el quehacer diario del candidato. “Esto es lo que Obama está haciendo y esto es lo que tú debes hacer”, fue la consigna.
Hillary Clinton siguió el modelo con algunas variantes. En Facebook por ejemplo, un día apareció una historia que parecía noticia, “Ocho mujeres progresistas que nos inspiraron” pero que terminaba en un anuncio a favor de Hillary y que fue creado por su equipo de campaña. También prepararon podcasts cuyo propósito fue hacer un retrato de la candidata sin el escrutinio de un periodista o editor que verificara los datos.
Durante toda la campaña, ambos candidatos sostuvieron que las redes sociales les permitieron hablar directamente con los votantes y en el caso de Trump, Twitter se volvió una obsesión que parece no tener fin. Sin embargo, el mayor problema con sus tuits es que parten de un autorretrato que le engrandece y que se vale de superlativos para mentir e insultar a quien percibe como enemigos sin que haya filtros que le den perspectiva, valoren lo dicho o confronten las falsedades. Además, sus tuits son fuente de información y el evangelio para sus seguidores. Tanto creen en su candidato que cuando detectan una exageración pantagruélica la disculpan aduciendo que esa es solo su forma campechana y sincera de comunicarse.
Las historias apócrifas
También hubo en esta campaña un alud de historias apócrifas. El problema principal con la diseminación de estas historias en las redes sociales es que pudieron haber influido directamente en los cambios de opinión sobre la candidatura de Hillary. Hubo historias citando “expertos” anónimos que aseguraban que la candidata había sufrido daños cerebrales; que era alcohólica o drogadicta; una criminal a punto de ser acusada por el FBI. Llegaron incluso a acusarla de crímenes sexuales contra menores de edad. Nunca se publicaron refutaciones o retractaciones a estos infundios que dejaron huella en algunos electores.
Por otro lado, todo indica que “hackers” al servicio del gobierno ruso que crearon y distribuyeron algunas de estas historias apócrifas con el fin de debilitar a Hillary, desprestigiar al sistema electoral norteamericano y fortalecer a Trump.
Quizá la intervención más despreciable en esta elección hayan sido las filtraciones de Julian Assange, respecto a las supuestas intenciones de Clinton en Libia y sus fuentes de financiamiento. Los calculados ataques de Assange a Hillary le valieron la justa crítica de Edward Snowden: “democratizar la información nunca ha sido más vital y Wikileaks ha contribuido a ese propósito. Pero su hostilidad a la más modesta curaduría es un error”. .
El problema de fondo, y sin solución, es que esta peculiar campaña le ha allanado el camino al puesto más poderoso del mundo a un hombre que no es apto para la encomienda y que pondrá en riesgo la paz y la seguridad de todos.
Escribe sobre temas políticos en varios periódicos en las Américas.