Boceto del juicio contra supuestos mafiosos en Palermo, 1901. Dominio público, via Wikimedia Commons.

La Cosa nostra y la nuestra

Los paralelismos de la impunidad entre Sicilia y México son estremecedores. ¿Qué sería de ellos si imperara el Estado de derecho?
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En la definición clásica de Max Weber, “el Estado tiene el monopolio legítimo de la violencia dentro de un territorio”. En Sicilia, el nuevo Estado italiano (1870) fue incapaz de ejercerlo, lo cual provocó el nacimiento formal de la mafia. Algo similar está ocurriendo en México. El antiguo régimen creyó dominar a la naciente mafia pactando con ella. Se equivocó. Los gobiernos de la transición democrática la enfrentaron de manera errática, tibia e incluso turbia. Se equivocaron. Desde 2018, el Estado mexicano renunció a enfrentarla. Se ha equivocado aún más. En el México de hoy, como antes en Sicilia, el uso ilegítimo de la fuerza por la delincuencia desplazó al uso legítimo de la fuerza por el Estado.

Hay paralelos estremecedores. En México son famosos los narcocorridos y las series de narcos. También en Sicilia la mafia gozó de buena fama. Su aparición coincidió con el estreno en Palermo de una obra de teatro, I mafiusi de la Vicaria, que tuvo inmenso éxito y presagió el aura de heroísmo que por mucho tiempo rodeó a los maleantes.

En Sicilia, la unificación italiana significó nuevos impuestos, servicio militar obligatorio y la presencia de una nueva clase política despótica y ajena a la isla. Este doble agravio de desatención y abuso habría reforzado a la mafia. Ya en 1867, el alcalde de Palermo describía así la nueva forma de dominación ilegítima, la Cosa nostra.

La mafia es poderosa, quizás más poderosa de lo que la gente cree… Solamente aquellos que gozan de protección de la mafia pueden moverse libremente en el campo. La falta de seguridad ha provocado la siguiente situación: cualquiera que quiera ir al campo y vivir ahí debe convertirse en bandido. No hay alternativa. Para defenderte a ti mismo y a tu propiedad, debes conseguir protección de los criminales, y atarte a ellos de alguna manera.

Ucciardone, la prisión de Palermo, es un gobierno en sí mismo. Desde ahí se dictan las reglas y órdenes. En Ucciardone lo saben todo, lo que nos hace pensar que la mafia ha reconocido formalmente a los jefes. En el campo alrededor de Palermo, los grupos criminales han proliferado y hay distintos jefes, pero a menudo actúan coordinados unos con otros y buscan liderazgo en Ucciardone.

Un Estado indiferente y omiso, territorios ocupados, derecho de piso, gobierno mafioso desde las cárceles. ¿No es eso lo que estamos padeciendo en México?

Aunada como la langosta bíblica a los desastres naturales –el terremoto de 1908 dejó 60,000 muertos en Mesina–, la mafia siciliana fue desgarrando el tejido social y apagando, segando o dominando las fuentes productivas de Sicilia cuya población emigró en masa a Argentina y Estados Unidos, país donde la mafia puso sucursales que se volvieron capitales. En México, país telúrico, asistimos al mismo desgarramiento, seguido de olas migratorias de gente inocente y mafiosos transnacionales.

Aunque la historia de la mafia siciliana está ligada al carácter agrícola de la isla, a lo largo de un siglo diversificó sus operaciones hasta volverse una multinacional dedicada al asesinato, secuestro, fraude, extorsión, contrabando, juego, blanqueo de capitales, tráfico de armas y personas, narcotráfico, etc…

Punto por punto, es el caso mexicano desde los años ochenta.

En Sicilia, la mafia ha sufrido golpes esporádicos, a veces severos, por parte del gobierno italiano, pero nunca fue doblegada. Parecía invencible, hasta que el martirio de los jueces Giovanni Falcone y Paolo Borsellino, asesinados en 1992 por la mafia, cimbró a Italia y convenció a los sicilianos de que la batalla por la legalidad era al menos posible.

También en México se han asestado golpes a la hidra, nunca definitivos. Lo que no hemos tenido, desdichadamente, es un movimiento nacional de repudio al crimen y respaldo a la legalidad.

Sicilia, esa isla prodigiosa, testigo de todas las culturas mediterráneas, perdura con dificultad. Una muestra es la ciudad de Agrigento. Violenta desde siempre, se respira en ella un aire de desolación, opresión y tristeza. En Agrigento no se habla, se musita. Los taxistas son los escuchas de la mafia. ¿Qué sería Sicilia si imperara en ella el Estado de derecho?

Inevitablemente pienso en México, en Michoacán, en Tamaulipas, en todas las zonas de México que ya no son enteramente nuestras.

El futuro siciliano está aquí. El mexicano teme, sufre en silencio, cierra negocios, entierra a sus muertos y emigra. ¿Qué sería México si imperara entre nosotros el Estado de derecho?

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Historiador, ensayista y editor mexicano, director de Letras Libres y de Editorial Clío.


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