Irán y Siria son dos de los vértices del triángulo que se cierra en Tel Aviv y que determinará el futuro del Medio Oriente a corto plazo. Ese triángulo puede también convertirse en la tumba política del Presidente Obama y disparar los precios del petróleo provocando una nueva recesión en los países importadores y en el mundo entero.
Los choques entre Israel e Irán no son ninguna novedad. La teocracia iraní ha sostenido una guerra verbal contra los israelíes que ha contenido siempre la amenaza de borrar al país del mapa, y ha acompañado las palabras con los hechos. Ha construido pacientemente un rosario de vasallos para sitiar a Israel.
Los israelíes han respondido con una guerra en Líbano en 2006 –que hizo muy poco para debilitar a Hezbollah, uno de los grupos que Irán patrocina– y una ofensiva en Gaza de la que Hamás, otro de sus aliados, salió indemne pero que dejó a Israel aislado en el ámbito internacional. El país no ha encontrado la estrategia adecuada para lidiar con la amenaza de Irán y sus retoños terroristas. A ese vacío estratégico se han sumado dos variables recientes que han alimentado la inestabilidad política en el triángulo que abarca el corazón del Medio Oriente y la posibilidad de que estalle un nuevo conflicto bélico. La primera fue el Informe de la Agencia Internacional de la Energía Atómica en noviembre que confirmó el avance del programa nuclear iraní –que, a pesar de las profesiones pacifistas de la teocracia, se encamina ciertamente a la producción de bombas nucleares. La segunda, la guerra civil en Siria que probablemente hubiera derrocado ya a Bashar Assad, aliado de Teherán, si éste no tuviera el apoyo de Rusia.
A fines de enero, el New York Times publicó un largo ensayo de Ronen Bergman que se preguntaba si Israel atacaría a Irán. El artículo es tan sólo un reflejo de los intensos debates que han llenado las planas de la prensa israelí. De la polémica se deriva la justificada certeza de que un Irán nuclear alteraría la geopolítica de la región y amenazaría no sólo a Israel –y a su capacidad de respuesta frente a los enemigos que enfrenta patrocinados por Teherán– sino a todos aquellos países sunnitas que encabeza Arabia Saudita: los aliados de Washington en la zona.También, la ausencia de consenso sobre la manera de enfrentar al impredecible régimen iraní. El ministro de Defensa de Israel, Ehud Barak, parece estar convencido de que el programa nuclear de Irán pasará en unos meses el punto de “inmunidad” –como él le llama– después del cuál sería invulnerable a una ofensiva militar. La única manera de detener a Teherán es atacar sus instalaciones nucleares. (Cabe apuntar que en uno de los escenarios ominosos que manejan los israelíes que apoyan la opción militar, está la posibilidad de que, a más de estrechar lazos con algunos países latinoamericanos, Teherán pueda usar sus ligas (¿tendrá alguna?) “con narcos en la frontera entre México y Estados Unidos…para llevar a cabo ataques terroristas”*.)
La oposición israelí, Europa y Washington –que han multiplicado las sanciones a Irán desde el informe de noviembre– parecen inclinarse por extender la presión sobre Irán y esperar. Una nota reciente en el Wall Street Journal subraya una de las razones de la reticencia del presidente Obama (las otras dos son su futuro político –una nueva intervención estadounidense en el Medio Oriente podría dar al traste con sus posibilidades de reelegirse– y la probabilidad de que un ataque militar contra Irán desate una guerra en el Medio Oriente): ni siquiera los Estados Unidos tienen el armamento necesario para destruir aquellas instalaciones nucleares iraníes que se encuentran en refugios subterráneos. Un ataque militar conseguiría apenas retrasar el programa nuclear iraní por unos meses.
Los abogados de la paciencia tienen algo más a su favor: la rebelión en Siria, que podría derivar en un nuevo régimen de mayoría sunnita que reduciría automáticamente el campo de acción y la influencia de Teherán. Y la lucha de poder que podría resquebrajar a la élite gobernante iraní, entre los clérigos encabezados por el líder supremo Ali Khameini y el presidente Ahmadinejad. Una confrontación con visos teológicos en la que el presidente busca deslegitimar el mandato divino de Khameini. (Ahmadinejad, dicen sus muchos críticos, ha echado mano de exorcistas, adivinadores y seres sobrenaturales llamados Jinn).
Habrá que ver de qué lado se colocan a fin de cuentas las fuerzas terrenales –militares y paramilitares–, pero el enfrentamiento puede convertirse en la chispa que de nueva vida al Movimiento Verde de oposición. Un ataque israelí, con o sin el consentimiento de Washington, obligaría a la élite iraní a cerrar filas y la oposición perdería toda su fuerza. A corto plazo, la paciencia y las sanciones parecen ser un camino mejor que la violencia que podría desencadenar una guerra regional.
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*R. Bergman."Will Israel Attack Iran?", NYT Magazine, 29 de enero de 2012, p. 29
(Publicado previamente en el periódico Reforma)
Estudió Historia del Arte en la UIA y Relaciones Internacionales y Ciencia Política en El Colegio de México y la Universidad de Oxford, Inglaterra.