Entrevista a Corine Pelluchon: “La causa animal es una cuestión de justicia, no solo de ética”

La filósofa francesa sostiene que la defensa de los derechos de los animales es el corazón de un nuevo humanismo.
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La filósofa Corine Pelluchon (1967) es una de las abanderadas de la causa animalista en Francia. El año pasado publicó el librito Manifiesto animalista. Politizar la causa animal (Reservoir Books), que se convirtió rápidamente en un éxito. En él, Pelluchon, que es profesora en la Universidad de Paris-Est-Marne-La-Vallée, aporta medidas concretas para acabar con la caza de montería, el foie gras, los circos con animales, la cautividad de los cetáceos, la peletería y las corridas de toros. Defiende, además, que es una causa que nos alude a todos, ya que es una cuestión humanista. El libro se acaba de publicar ahora en español.

¿Por qué se interesó por la causa animal? ¿Por qué razón relacionó esta causa con la filosofía?

Soy sensible a las condiciones de vida y de muerte que imponemos a los animales, pero, además, la cuestión animal me parece estratégica: es el espejo de las disfunciones de nuestro modelo de desarrollo, que se basa en la explotación sin límites de los seres vivos. Se trata por tanto de una cuestión de justicia y no solamente de ética: el hecho de encerrarlos sin respetar sus necesidades básicas ni su subjetividad muestra la soberanía absoluta que nos concedemos sobre ellos, mientras que sus normas etnológicas y su capacidad de explicarse deberían limitar nuestro derecho de servirnos de ellos como nos parece, e incluso de utilizar todos los recursos de la Tierra. Actuamos como si fueran simples medios al servicio de nuestros fines o como si no tuvieran derecho a existir.

¿Por qué cree que es necesario politizar esta causa?

La causa animal no incumbe solo a las personas como yo, que no soportan que sufran como lo hacen; nos concierne a todos, sean cuales sean las consecuencias que saquemos para nuestra vida cotidiana. La causa animal es por tanto también la causa de la humanidad, e involucrarse para mejorar su condición es involucrarse para promover un modelo de desarrollo más sostenible en el plano ecológico y más justo tanto para ellos como para nosotros. Porque hoy en día, a causa del coste ambiental de la carne o de la piel y el cuero, las condiciones de trabajo de las personas implicadas en esas actividades, la ecología, la salud ambiental, la justicia social y la causa animal exigen que hagamos los esfuerzos necesarios para que evolucionen los modelos de producción, para poner la economía al servicio de los vivos y no de lobbys, a fin de que el trabajo se organice en función del sentido de las actividades y del valor de los seres implicados, en vez de mezclar la crianza y la industria. La causa animal es el capítulo central de la transición ecológica y solidaria. Es el capítulo central de una era de lo vivo que mi trabajo defiende libro tras libro, proponiendo una teoría política global que permite inscribir estos sujetos en la agenda política y mostrando también los retos en términos de civilización que están relacionados. Porque nuestro modelo de desarrollo, que genera contraproductividades ambientales y sociales, que es violento, nos deshumaniza. En ese sentido, la causa animal es la causa de la humanidad y la filósofa que soy hace de esta causa el corazón de un nuevo humanismo. ¿Quién está orgulloso de vivir en un mundo así, cuando mira de frente el sufrimiento infligido a los animales? Yo he aceptado mirar de frente ese sufrimiento, lo he atravesado y me ha cambiado para siempre. Pero, en vez de contentarme con denunciar el mal, quiero proponer herramientas teóricas y una estrategia política para mejorar las cosas.

¿Por qué era necesario este manifiesto?

En este manifiesto subrayo lo que nos jugamos con la causa animal, muestro que nos afecta a todos y que es profunda. La causa animal no es solo la apología del modo de vida vegano, sino la posibilidad de una reconstrucción social y política e incluso, si se innova en la moda y la cocina, la ocasión de retomar la prosperidad económica y de reducir nuestra huella ecológica. Había que sacar la causa de su aislamiento, articular retos más grandes y universales. Se trataba de mostrar cómo se puede pasar de la denuncia a la construcción, y proponer herramientas que permitan politizar esta causa, a fin de que desaparezca ese desajuste insoportable entre la teoría y la práctica, los libros de filosofía y etología y la realidad de la cría y la producción. ¿Qué es una democracia que toma en cuenta los intereses de los animales como uno de sus deberes? ¿Cómo construir un consenso sobre esta cuestión, lo que supone que tengamos una estrategia con palabras clave: transición, innovación, reconversión, que se piensen en moratorias que permitan a los criadores y adiestradores adaptarse, que se muestren rigor y generosidad.

¿A quién va dirigido? Porque ya hay muchas personas convencidas de esta causa.

Escribí el libro para un público amplio, para los militantes y el partido animalista francés que nació en otoño de 2016 y a cuyos fundadores conozco bien; para los políticos de todos los partidos, porque esta causa no es ideológica; para los ciudadanos que se plantean preguntas y que alguna vez se ven afectados por los debates que quedan en las polémicas. Aunque he sido radical, en el sentido de que he ido a la raíz de las cosas, me he encargado de responder a los interrogantes de la gente, porque esta causa es universal e irreversible: ha nacido un movimiento que no se va a detener; se trataba de decirlo (este es el sentido de un manifiesto) y de ayudar a estructurarlo enunciando en cien páginas y sin jerga los desafíos morales y políticos de esta causa. “Tenemos un mundo por ganar”, como escribo al final.

El movimiento animalista comenzó en los años 70, pero ha regresado. ¿En qué momento estamos ahora? ¿Por qué piensa que el discurso de los derechos de los animales es más fuerte ahora?

Estamos en lo que llamo la tercera ola de la cuestión animal: tras la ética animal de los años setenta (Peter Singer, Tom Regan) y la deconstrucción del humanismo por Derrida a finales de los años 90, se trata de politizar la causa, de ver cómo, en nuestras políticas públicas, se pueden tener en cuenta los intereses de los animales. Esta cuestión incluye la de saber qué derechos les podemos acordar, pero va más lejos, porque lo que está en juego es la forma de pensar y de hacer política, como muestro en el manifiesto y en el libro anterior, Les Nourritures. Philosophie du corps politique (Seuil, 2015), en el que me apoyo.

En el manifiesto, defiende una lucha no radical. ¿En qué sentido?

Tengo cierta radicalidad, porque si la mejora de la condición animal es una necesidad, es imperativo suprimir desde ahora ciertas prácticas: la caza de montería, el foie gras, los circos con animales, la cautividad de los cetáceos, la peletería, los toros. Luego, el fin de la explotación animal, por ejemplo la alimentación a base de carne, no puede imponerse ni tener lugar de un día para otro. Hay que ofrecer alternativas a las proteínas animales, innovar y educar. También elaboro una estrategia que permite mejorar las cosas a corto y a medio plazo pensando en el futuro, y reparando desde ahora el mañana.

¿Cómo cree que se puede terminar con la tauromaquia? En España, hay grupos muy belicosos contra las corridas de toros.

La agresividad es sobre todo cosa de los aficionados que ven que los toros atraen cada vez a menos gente. Los toros revisten entre los aficionados una significación ligada a la estetización del sufrimiento animal y a un combate contra la animalidad. La relación con la muerte e incluso con la sexualidad que los aficionados perciben en estos espectáculos explica que sean tan agresivos cuando se dice que hay que prohibir los toros: su identidad se ve amenazada. Hay que tener en cuenta eso, evitar los insultos y las invectivas.

En Francia, somos muchos quienes consideramos que los toros son la quintaesencia de la dominación y que el combate entre un herbívoro que ha sufrido el afeitado de los cuernos y un humano armado hasta los dientes no tienen nada que ver con el coraje. El gozo que produce el espectáculo de un animal sometido a un suplicio debería hacernos reflexionar. ¿Cómo, por otra parte, alentar la compasión hacia los demás, si permitimos que nuestros hijos vean estos espectáculos? Conscientes de que los toros ya no gustan, de que las ciudades que organizan corridas de toros utilizan dinero de subvenciones públicas para ellos, las escuelas taurinas invitan a los niños a ver sus espectáculos gratis, pero es imperativo prohibir que los menores de quince años los vean. Es lo que recomienda la ONU. Esta medida firmaría la muerte, a medio plazo, de las corridas de toros.

¿Cómo es la situación en Francia a este respecto?

En Francia, la mayoría de la población desea el fin de los toros y las asociaciones antitaurinas están mejor vistas que antes, en razón de su forma de comportarse: sin insultar a los demás. Pero el problema es el paso de la teoría a la práctica: en el plano político, se tarda en legislar. También por eso, a través de este manifiesto y con mis acciones ante ciertos representantes políticos en Francia, intento mostrar qué caminos podríamos tomar para llegar a resultados tangibles, a la mejora de la condición animal y a la supresión de ciertas prácticas, entre ellas los toros.

Por cierto, ¿usted tiene animales domésticos?

Nací en el campo en un medio de agricultores. Mi padre tenía vacas lecheras: todas tenían nombres y vivían unos trece años. En la actualidad, el modelo intensivo se ha generalizado. Siempre he vivido con perros y gatos. Ahora vivo en París y hace siete años adopté un gato que es muy importante para mí.

Algunos filósofos, como Peter Singer, dicen que no es necesario amar a los animales para defenderlos. En cierto sentido, tiene razón, puesto que, como he dicho, lo que les hacemos nos acusa. Pero, en otro sentido, no tiene razón, porque al reconocer que estamos profundamente relacionados con otros seres vivos, compartimos una vulnerabilidad común con ellos y habitamos la misma Tierra, su bienestar nos importa y su extinción es un componente de la nuestra. Es necesaria una transformación de uno mismo para que te concierna la suerte de otros seres vivos, pero, a la inversa, el hecho de vivir con un animal y todo lo que sabemos sobre los sufrimientos infligidos cada día por todo el mundo a los animales nos transforma profundamente. Los animales son nuestros profesores de alteridad.

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es periodista freelance en El País, El Confidencial y Jotdown.


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