Entrevista a Ross Douthat: “Parece que todo se ha acelerado, pero las sociedades occidentales están estancadas”

El periodista y escritor estadounidense piensa que vivimos una época de decadencia: los países occidentales tienen un crecimiento lento, baja natalidad y una cultura repetitiva y esclerótica.
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Ross Douthat (1979) es ensayista y columnista del New York Times. En La sociedad decadente (Ariel) sostiene que vivimos un momento de estancamiento: en términos de invención y productividad, en la demografía y en la cultura, donde a su juicio predomina una repetición que recrea más que cuestiona los modelos. Su mirada, conservadora y a menudo melancólica, no es alarmista: podemos vivir así mucho tiempo. Una particularidad, a su juicio, es que esta decadencia es un fenómeno más global que en otras ocasiones.

Muchas veces se ha hablado de que las sociedades son decadentes. A veces era así, otras veces era un diagnóstico exagerado. ¿Le influyeron otros libros anteriores sobre el tema? ¿Por qué este momento es más decadente que otros?

Creo que la decadencia es un fenómeno recurrente y familiar en la historia de la humanidad, y la mayor parte de las sociedades tienen al menos alguna decadencia –a veces estancamiento, a veces repetición– en ellas, así que no es sorprendente que el fenómeno se identifique en muchos tiempos y lugares. A veces el diagnóstico es exagerado; por otra parte, que una sociedad siga existiendo no significa que el diagnóstico sea erróneo. Así, por ejemplo, creo que algunos de los escritores que vieron la decadencia en marcha a comienzos del siglo XX en Europa estaban detectando corrientes reales. Solo que el mundo occidental todavía tenía por delante un largo periodo de dinamismo estadounidense: lo arrastraba, impulsaba innovación, debate y cambio. Mientras que ahora el asunto es que la decadencia aparece más generalizada, con la esclerosis estadounidense uniéndose a la euroesclerosis, y no está totalmente claro dónde podemos encontrar algún tipo de civilización, cultura o economía de vanguardia. Quizá sea en China y el Pacífico, pero incluso ahí puedes ver una convergencia hacia la decadencia, con un crecimiento más lento, caída de la natalidad. Ese es el desafío de la globalización y de la civilización mundial: cuando el estancamiento llega lo hace de forma general y te arriesgas a terminar con decadencia dondequiera que mires.

Hay dos paradojas llamativas. Pensamos que vivimos en un momento de aceleración, pero en muchas áreas importantes la tecnología está estancada. Internet y el ciclo informativo de 24 horas crean una ilusión de velocidad. La otra paradoja es cómo podemos reconciliar la decadencia con los datos que muestran progreso en muchos aspectos de nuestra calidad de vida.

Básicamente, desde los años 70, el progreso tecnológico ha ido de ser multidimensional –con cambios rápidos en el transporte, la energía, la medicina, la construcción– a ser unidimensional, mayoritariamente concentrado en la comunicación y la simulación. En el mismo periodo, el progreso económico se desaceleró: todavía hay crecimiento en el mundo desarrollado, pero a un paso mucho más lento que lo que dominó de, digamos, 1870 a 1960. Pero la naturaleza de internet, la inmediatez inmersiva del ordenador y el teléfono han cambiado nuestra relación con el mundo, de una manera que da la sensación de que todo se ha acelerado. Así que, al menos hasta esta década, hemos tenido una extraña combinación: la gente pensaba que vivía en una época de cambio dramático, incluso mientras sus sociedades –sus formas culturales y debates ideológicos así como sus economías– están relativamente estancadas con respecto a la norma de los siglos XIX y XX.

Tendemos a pensar en la decadencia en términos de catástrofe. Usted dice que puede durar mucho tiempo. ¿Nos preocupamos demasiado?

Las catástrofes sin duda ocurren, al margen de las circunstancias culturales, así que en cierto modo preocuparse por ellas siempre es sensato. Pero la idea de que la decadencia conduce inevitable y rápidamente a la ruina y el colapso: eso parece erróneo. Una sociedad decadente puede tener más posibilidades de no estar a la altura de un desafío particular, como Europa y Estados Unidos, de maneras distintas, no estuvieron a la altura del desafío del coronavirus. Puede ser más vulnerable cuando aparece una crisis. Pero si miras los ejemplos históricos más claros de decadencia –Roma después del siglo I, la civilización china tras el XV, los otomanos después de 1683– es evidente que un tipo de estancamiento y tedio puede prolongarse durante decenios o incluso siglos, hasta que llega la intervención decisiva o el punto de giro. Así que quizá deberíamos preocuparnos algo menos sobre el colapso inmediato y algo más sobre quedar atrapados, mucho tiempo, en la repetición y la decadencia.

Habla de la falta de verdaderos modelos alternativos a la democracia liberal tras el colapso del comunismo, y de los efectos sobre la propia democracia liberal. El nacionalpopulismo o las democracias iliberales no ofrecen contramodelos, China podría ser uno… ¿Cree que la pandemia puede cambiar eso?

La pandemia ha creado cierta apertura para China, frente a lo que la gente esperaba al principio: es decir, mira, nuestro modelo –una especie de autoritarismo meritocrático, si quieres– tiene ventajas sobre las democracias decadentes a la hora de tratar con este tipo de crisis. Una versión de aquello que decían fascistas y comunistas sobre la superioridad de sus sistemas durante la Gran Depresión, si quieres. Por supuesto, los males del sistema chino son también más manifiestos en este momento, por la campaña salvaje en Xinjiang contra su minoría musulmana. Y no estoy seguro de que ese espacio de la era Covid sea lo bastante grande como para compensar los modos en los que China también participa en la decadencia: con su tasa de fertilidad relativamente baja, su economía parece ralentizarse con respecto a lo que Japón y Corea del Sur consiguieron antes, y pronto pondrá a prueba al sistema. Creo que la década de 2020 será una ventana de oportunidad para el régimen chino, pero es bastante posible que en 2040 hayan superado a Estados Unidos y la UE en decadencia.

Alguna gente aconseja un regreso a valores “fuertes”. ¿Qué piensa? ¿Y qué papel desempeña la nostalgia en este fenómeno, y en nuestra forma de ver el mundo?

Cualquier escape de la decadencia implicará probablemente algún tipo de mirada hacia atrás, cierta recuperación de la vitalidad del pasado. Cada “renacimiento” o revival cultural de la historia de Occidente ha tenido esa cualidad: volviendo al mundo clásico en el caso del renacimiento carolingio o italiano, a la Edad Media en ciertas escuelas artísticas y religiosas del XIX, a los griegos y romanos en los casos de las revoluciones de Francia y Estados Unidos. Así que la nostalgia puede ser algo bueno, en la medida en que señala un pasado más vital y útil. Pero cuando solo es nostalgia, solo un deseo por el pasado en sí, resulta estéril y a su manera también decadente. Lo que necesitas para un renacimiento es síntesis: una religión de los viejos tiempos, pero hecha nueva; un estilo clásico, transformado o alterado o perfeccionado; un conjunto de ideas olvidadas que desempolvas pero también refinas a través de tu relación con nuevos problemas y preocupaciones. Cierto conservadurismo es esencial pero también insuficiente sin una apertura a lo genuinamente nuevo.

Es muy interesante lo que cuenta de la repetición y la cultura. Por ejemplo, cuando escribe sobre Hollywood como industria de franquicia, o cuando cita a Baudrillard sobre la era del reciclaje. ¿Por qué esta repetición es diferente, y cómo se ha producido?

Baudrillard tiene la idea de que el “fin de la historia”, es decir, el fin del drama del conflicto ideológico occidental tras la guerra fría, será un tiempo de reciclaje, donde los grandes conflictos del pasado regresarán pero en formas atenuadas y paródicas. Eso me parece describir con precisión la política occidental en la era del populismo y Trump. En cierto modo las grandes batallas ideológicas han regresado, pero la gente parece casi estar interpretando papeles, posando como socialistas o nacionalistas sin tener las creencias o ambiciones que motivaban a sus homólogos de los años treinta.

Con las películas es un poco diferente: la franquicia Marvel no es paródica sino profunda y dolorosamente sincera, pero la repetición es la misma: Hollywood ha terminado con un modelo de negocio que canibaliza, eternamente, las propiedades que se hicieron por y para la generación del baby boom en su juventud. Y el mercado global alienta esta tendencia, porque la repetición genérica vende entre culturas mejor que lo específico y original.

Algunas de las cosas que se presentan como avances sociales, dice, son una forma de regreso a algo que estaba ya hace unas décadas (excepto la evolución de los derechos gays, señala). Los asuntos de los baby boomers y de los de los 60 siguen siendo importantes. ¿Es porque la cultura contra la que se rebelaban era fuerte?

Más bien al revés. Se rebelaban contra una cultura que parecía fuerte, un establishment que parecía potente, pero se rindió sin resistencia. Eso dejó a los boomers en control de la cultura casi de un día para otro, sin una herencia previa que continuar y con la que ajustar cuentas. Y así lo único que les queda es recrear ritualmente su revolución, y animar a sus herederos millennial a hacer lo mismo: tirando estatuas que ya no importan a nadie y cosas así. Pero el mundo anterior a los años sesenta y sin duda el anterior a la Segunda Guerra Mundial podría no haber existido nunca.

Hemos visto a parte de la izquierda estadounidense criticando la libertad de expresión, y planteando una cierta reticencia hacia el debate abierto: también en las páginas de The New York Times, donde usted es columnista. ¿Tiene que ver con la decadencia?

Puede representar una forma en que la decadencia se defiende a sí misma, si quieres, y sostiene una forma de estabilidad aunque la gente esté descontenta con ella. Por un lado, fuera del establishment tienes a esos extremos que aparecen como peligrosos rivales de la democracia liberal. Pero quizá no van tan en serio, o no son lo bastante competentes como para llevar a cabo una evolución. (Pensemos en los chalecos amarillos de Francia o los asaltantes del Capitolio en Estados Unidos.) Y, por otro lado, en el establishment tienes este énfasis en la seguridad, la salud, proteger los sentimientos de la gente y sus emociones e identidades –lo que el escritor californiano James Poulos llama “estado policial rosa”– que limita la variedad de opiniones aceptables, y hace que todo el mundo lea el mismo guion. Creo que las dos corrientes –un populismo airado pero incompetente, una élite conformista y enemiga de la controversia– hacen que la situación esté polarizada y extrañamente estable a la vez.

¿La atracción de “lo pagano” es un regreso a la religión, o incluso una forma falsa de religión?

Sin duda. La tendencia pagana, el deseo de encontrar a Dios o los dioses en el mundo inmanente, el mundo natural, siempre ha estado con nosotros: el cristianismo lo suprimió y canalizó, pero nunca se fue. En los periodos en los que decae el cristianismo institucional, como ha ocurrido en Estados Unidos estas últimas décadas, la alternativa pagana puede cobrar vida propia. Hasta cierto punto, al menos: diría que el mundo occidental tiene toda clase de tendencias paganas (espiritualidad New Age, filosofía panteísta, gnosticismo, Wicca, ocultismo, más), pero no tiene un paganismo, una alternativa completa a nuestra herencia cristiana. Si surge algo así, como cristiano no estaré contento, pero será una señal de que nuestra decadencia religiosa está llegando a un final.

Escribe bastante sobre Houellebecq. ¿Por qué lo considera un cronista de la decadencia? ¿Y qué otros cineastas, escritores, artistas lo describen?

Es el principal cronista en el sentido del agotamiento cultural que pende sobre Europa (quizá más) y Estados Unidos, y particularmente su aspecto sexual, la curiosa manera en que la revolución sexual condujo al aburrimiento, la pornografía, la alienacion de los sexos y esterilidad en vez de una especie de perpetua diversión dionisiaca. Y luego Sumisión también explica el dilema religioso del occidental de la modernidad tardía, el deseo y la nostalgia por la creencia unidos a la idea de que uno no puede “volver” al cristianismo, con una versión imaginaria del islam como deus ex machina literal.

En otros lugares, diría que lo mejor de lo que se llamaba “televisión de prestigio” en Estados Unidos –series como Los Soprano, The Wire y Breaking Bad– trataba de la degradación de las instituciones estadounidenses, y dramatizaba la decadencia particularmente bien.

¿Qué dice Tony Soprano? “Es bueno estar en algo desde el principio. Yo llegué demasiado tarde para eso y lo sé. Pero últimamente tengo la sensación de que llegué al final. Lo mejor ha pasado”. Ese es el espíritu de la decadencia.

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Daniel Gascón (Zaragoza, 1981) es escritor y editor de Letras Libres. Su libro más reciente es 'El padre de tus hijos' (Literatura Random House, 2023).


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