El pañuelo sucio de la corrupción

A unos meses de que acabe el gobierno de López Obrador, su denuncia de la mafia del poder sigue vigente. Hoy sus miembros forman parte del círculo más cercano al presidente.
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Andrés Manuel López Obrador llegó a la presidencia enarbolando la bandera de la anticorrupción. Cinco años después, esa bandera yace en el lodo, hecha jirones.

Triunfó holgadamente en las elecciones de 2018 gracias a las aportaciones ilegales de dinero sucio a su campaña que recabaron sus familiares (hermanos e hijos) y al apoyo que recibió de Enrique Peña Nieto, que lanzó a la PGR –con pruebas falsas– a perseguir a Ricardo Anaya, su principal oponente.

Ofreció en campaña cortar de tajo con la corrupción desde el primer día de su gestión. Por supuesto, se trató de una mentira. Como señala Leslie Holmes (¿Qué es la corrupción?, Grano de Sal, 2019), “cuando son elegidos candidatos extremistas resultan, ya en el poder, incapaces de reducir la corrupción”.

La historia oficial dice que ganó porque el pueblo estaba cansado de la corrupción del PRIAN. Si eso fuera cierto, ese mismo pueblo, harto de la corrupción, hubiera reaccionado airado contra los videos de los hermanos del presidente recibiendo fajos de dinero, contra los contratos asignados sin licitación, contra el nepotismo, la falta de transparencia y la impunidad del primer gobierno morenista. Lo cierto es que un alto porcentaje de mexicanos sigue apoyando al presidente sin importarle gran cosa la corrupción imperante.

Hoy hay más corrupción que antes. De acuerdo con el Índice de Percepción de la Corrupción de 2022, México retrocedió dos puestos, al pasar del sitio 124 al 126 de 180 países evaluados. De los 38 países que conforman la OCDE, somos el peor evaluado. Según el World Justice Project ocupamos el sitio 134 de 140 países (en 2017 estábamos situados en el lugar 102.) En el G20, el grupo que incluye a las principales economías del planeta, México y Rusia ocupan los últimos lugares.

López Obrador quiso pasar a la historia y lo logró: encabeza el gobierno más corrupto de las últimas décadas.

¿En qué medida la lucha contra la corrupción fue determinante para que el actual presidente alcanzará el voto mayoritario? Jacques Rogozinski ha señalado que “somos parte de un engranaje social que nosotros mismos aceptamos” como deshonesto. En estos años de gobierno morenista no he advertido en la sociedad mexicana un fervor anticorrupción. Ni voluntad presidencial para acabarla, más allá de los discursos.

López Obrador es un mandatario muy mentiroso. Una de las rutinas favoritas en su espectáculo matutino es la de sacar un pañuelo blanco mientras afirma que se acabó la corrupción. Pero no es cierto. Los escándalos de corrupción en los que han estado envueltos sus hermanos, sus hijos, su prima, su cuñada, su secretario particular y su principal asesor jurídico lo desmienten. El pañuelo que agita está manchado por la espesa grasa del dinero sucio.

El presidente cree que basta con repetir mil veces en sus conferencias la mentira de que se acabó la corrupción para que esto sea verdad. El principal recurso de López Obrador contra la corrupción ha sido retórico: decir que se acabó la corrupción.

La afirmación presidencial de que bastaba con su ejemplo para que el sistema se reformara resultó absurda. Sobre todo porque demostró que su aplicación de la justicia era discrecional. ¿Qué pasa si quiero hacer funcionario a uno de mis propagandistas y la ley me lo impide? Cambio la ley. ¿Y si las pipas que mandé comprar en el extranjero no se ajustan a las normas? Cambio las normas. Torcer las leyes para que se ajusten al capricho presidencial se llama corrupción.

La lucha contra la corrupción en México seguirá condenada al fracaso si la percepción ciudadana es que se juzga a los ciudadanos con un diferente rasero; si no se diseñan y aplican mecanismos efectivos de supervisión y de control. Satanizar a los medios de comunicación que se dedican al periodismo de investigación, como lo ha hecho el presidente a lo largo de su gestión, no ha abonado a disminuir la corrupción.

La corrupción se extiende más fácilmente cuando el poder se concentra en un solo individuo. Más cuando ese individuo se cree infalible y puro. Mucho más cuando solo él decide qué es correcto e incorrecto, moral e inmoral, legal e ilegal. 

El mayor fraude de los últimos sexenios, el que se operó en Segalmex y que afectó a la población más pobre del país, dejó impune a Ignacio Ovalle, su cabeza más visible, gracias al manto con que lo arropó el propio presidente.

¿Qué mecanismos ha implementado el gobierno de la autollamada cuarta transformación para combatir la corrupción? Favorecer los contratos sin licitación, por asignación directa. Obstaculizar el funcionamiento del INAI. Dejar impunes todos los actos de corrupción de sus allegados, familiares y miembros de su gabinete. Inutilizar en los hechos el Sistema Nacional Anticorrupción. Realizar grandes proyectos (Dos Bocas, Tren Maya, AIFA) sin estudios previos, rebasar con mucho sus estimaciones iniciales, reservar la información de sus contratos por cinco años alegando “seguridad nacional”. Mentir sistemáticamente en sus conferencias matutinas. Presumir de tener “otros datos” sin mostrarlos y en franca contradicción con los datos oficiales. Calumniar sin pruebas a sus “adversarios”. Nombrar a personas no preparadas para puestos estratégicos. Ceder aeropuertos, aduanas y puertos a los militares para corromper a su cúpula y volverlos sus aliados políticos.

El presidente no obtiene dinero por los actos de corrupción que solapa, obtiene poder. A sus colaboradores los deja enriquecerse si le dan poder. Si le demuestran que el secretario de Defensa gastó cientos de millones en viajes familiares, el presidente responde: “¿y qué, cuál es el problema?” La acumulación indebida de poder también es corrupción.

El gobierno obradorista vive sus últimos meses. Su denuncia de la mafia del poder sigue vigente, aunque hoy sus miembros forman parte del círculo más cercano al presidente. Su añeja crítica de erradicar los privilegios a los medios afines al gobierno sigue siendo actual.

¿Terminará este gobierno con la corrupción en el tiempo que le queda? Definitivamente no. La bandera anticorrupción está enlodada. Conviene por el bien de la república que la sociedad civil asuma esa tarea.

Es difícil caminar por los pasillos de la cuatro té, los zapatos se atascan. No es chapopote. Es corrupción a nombre de los pobres. ~

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