En los pasados cinco años, pero sobre todo en los próximos meses, la batalla que se librará por la verdad es un asunto muy grave. ¿Quién la va ganando? Dada la estrategia que organizó para darle la máxima difusión a las mentiras oficiales, el gobierno lleva la batuta, es quien impone “la narrativa”, el sentido del discurso público. Cada vez menos, pero todavía.
De todas las que operan bajo su mando, la Secretaría de Propaganda (que así debería llamarse), comandada por Jesús Ramírez, es la que mejores resultados ha dado al gobierno de López Obrador.
El presidente miente. El presidente miente de manera recurrente. El presidente miente como forma de gobierno. ¿Miente por convicción, para desinformar, por cinismo? Sobre todo miente porque puede. Porque la mentira presidencial es impune. Porque mentir no tiene consecuencia alguna.
Miente con un descaro cada vez mayor. ¿Qué se supone que debemos hacer ante esto? ¿Dejarlo pasar y ya? La sociedad mexicana fue tan madura que pudo sacar al PRI de Los Pinos de forma incruenta, pudo crear un Instituto de Transparencia gracias al cual hemos conocido miles de irregularidades, pudo sortear elecciones muy complicadas y crear un Sistema Nacional Anticorrupción. La mexicana ha demostrado ser una sociedad moderna capaz de crear instituciones y mecanismos para combatir la corrupción. ¿Por qué entonces nos debemos quedar cruzados de brazos frente a la mentira crónica?
Desconozco si los presidentes anteriores –Fox, Calderón, Peña– mintieron tanto como López Obrador, porque a ninguno de ellos se les midió como a éste se le mide. Las mentiras presidenciales –ampliamente difundidas por los medios oficiales, por los voceros y sus simpatizantes en las redes– se instalan en la conversación pública y la corroen.
Durante décadas se nos impuso la simulación priista: había elecciones, partidos, votos, árbitro, pero todo era falso, todos sabían que el presidente nombraba a su sucesor y lo legitimaba con elecciones. El gobierno priista simulaba que vivíamos en democracia y la sociedad simulaba creerle. Duró décadas ese engaño. Hoy, mentira a mentira, frente a nuestros ojos, se va erigiendo una nueva simulación. “No hubo dedazo, a Claudia la eligió el Pueblo y el Pueblo soy yo”. Ya somos un país democrático, ya no hay corrupción, la inseguridad va disminuyendo, la gente está muy feliz, para el intento de reelección por interpósita persona “denme por muerto”.
La mentira es parte de la condición humana. Esta condición no espanta a nadie, salvo a los puros, o mejor dicho, a los que se creen puros. Desde lo alto del púlpito de su moralidad inmaculada, el presidente ha proclamado que el diablo habita en la mentira. Para no ser acusado de levantar falsos, mejor cito: “La mentira es reaccionaria y es del demonio, la verdad es revolucionaria y es cristiana”, dijo Andrés Manuel López Obrador en su conferencia matutina (8 de abril de 2019). No fue una ocurrencia. Meses antes, durante la firma del Decreto presidencial para la verdad en el caso Ayotzinapa, sentenció: “La verdad que es revolucionaria, que es cristiana. La mentira es reaccionaria, es del demonio. La verdad por encima de todo” (3 de diciembre de 2018).
La mentira es del demonio, dice el presidente. Se trata de una afirmación que debemos tomar en serio. No lo dijo riéndose ni en broma. No fue una ironía o un sarcasmo. Lo dijo mordiéndose la lengua, porque es un hecho comprobado que el presidente miente, y no ocasionalmente, miente constantemente como parte de su estrategia de gobierno, mentir forma parte de su estilo personal de gobernar.
Tenemos una afirmación política: el presidente dice que la mentira es reaccionaria; y una creencia religiosa: el presidente cree que la verdad es cristiana y la mentira es del demonio. López Obrador es un presidente cristiano. El presidente miente. Luego entonces…
Las mañaneras multiplican las posibilidades de faltar a la verdad. A mayor exposición, más mentiras.
No solamente ha degradado el lenguaje público sino que ha vaciado de contenido las palabras. El lenguaje para López Obrador es un instrumento para distorsionar, engañar y ocultar, para degradar.
Así lo ha documentado SPIN, consultoría política que se ha dedicado a contabilizar las mentiras recurrentes de López Obrador. Dice que, en promedio, el presidente miente seis veces en cada conferencia. Hasta marzo de 2023 el presidente había incurrido en 101,500 faltas a la verdad. No son los únicos que han realizado este ejercicio de verificación. Las mentiras presidenciales están abundantemente documentadas.
Gustavo Alanís, director del Centro Mexicano de Derecho Ambiental, expuso que el “31 por ciento de lo que divulga el mandatario es falso” (en “Mentiras, prisas y recortes en los primeros 100 días de AMLO, Vanguardia, 7 de marzo de 2019). Por su parte, Integralia, dirigida por Luis Carlos Ugalde, realiza cotidianamente el registro de las verdades y posverdades en los discursos de López Obrador. Posverdad: “distorsión deliberada de la realidad por medio de la manipulación”.
Peor corrupción que recibir mordidas es mentir desde el poder, práctica común del presidente. En cierto modo, todos mentimos, pero no todos somos el presidente de la república, sus mentiras, sus “otros datos”, han quedado impunes. Hemos normalizado la mentira en el discurso público. Se pueden emitir más de cien mil mentiras, parado detrás del escudo de la república, sin consecuencias. Que esto sea visto como algo normal constituye un enorme retroceso en la vida pública mexicana. La degradación de la palabra, la corrupción a través de la mentira.
Luis Estrada clasifica en cuatro las afirmaciones no verdaderas: las promesas (cuya veracidad ocurrirá, si ocurre, en el futuro), los compromisos (que “posponen la presentación de una evidencia”), las no falseables (“imposibles de verificar”) y las falsas (“refutadas por evidencia”). (Luis Estrada, “Las afirmaciones no verdaderas de las conferencias diarias de AMLO”, El Universal, 12 de abril de 2019).
Las mentiras están dirigidas a las personas con menores estudios y a los que tienen necesidad de creer. Desde la mañanera se arrojan las mentiras y la gente las repite. El mecanismo es sencillo: 1. El presidente lanza una mentira; 2. Cada hora las estaciones de radio y televisión de todo el país las repiten; 3. La gente hace suyas las mentiras. Un eficaz instrumento de propaganda que se traduce en votos.
Llevamos tiempo instalados en la posverdad. La mentira es verdad si se repite muchas veces. Las mañaneras y sus repetidoras en los medios electrónicos (debidamente recompensados con presupuesto publicitario) son el altavoz de la propaganda. La propaganda no crea la fe, la reafirma y le da argumentos. Cuántas veces no hemos escuchado a personas defender las acciones del presidente con las mismas palabras que él utilizó. Literalmente las mismas palabras. Ese es el propósito de la propaganda, repetir.
Hace ya mucho tiempo que dejó de importar la verdad. Se impuso la lógica de “los otros datos”. Nadie sabe qué es verdad porque lo que vemos tiene una explicación secreta, que solo el presidente conoce, una información alternativa: los otros datos. ¿Cuál es la verdad entonces? ¿Es verdad lo que dice el presidente o verdad lo que afirman sus críticos? Son dos mundos completamente distintos. Antes se podía hablar de los datos duros, cifras indiscutibles cuya fuente era un organismo de probada eficacia. Los datos del Inegi eran datos duros. Las cifras del Banco de México eran datos duros. Cifras e índices elaborados con la mayor racionalidad. El presidente dice que no importan. Desestima las cifras que dan organismos del propio Estado.
Hasta que no se realicen nuevas mediciones, la impunidad criminal en México ronda el 98 por ciento. Se puede hacer casi lo que sea sin la menor consecuencia. La impunidad criminal tiene su correspondencia perfecta con la impunidad declarativa del gobierno. Vamos a rescatar el lago. Pero no hay lago. No vamos a tirar ni un sólo árbol con el tren maya. Pero el tren sigue arrasando la selva, es ya “un ecocidio”. Las palabras para este gobierno significan su contrario.
Abrazos, no balazos, ofreció el presidente, meses más tarde nos enteraríamos que se dotó a la Guardia Nacional con armamento de alta letalidad. El presidente repite constantemente en sus conferencias amor y paz y en seguida califica de mezquinos y canallas a sus adversarios.
Abundan los ejemplos. Ninguno tan grave como el relacionado con la pandemia. Somos uno de los países que mejor atendió la pandemia, ha dicho López Obrador. Con más de 800 mil muertes vinculadas a la covid se esperaría de un líder responsable la admisión del desastre. López Obrador en cambio miente con cinismo. “A nadie le faltó atención.” “Atendimos el problema desde el principio.” Las cifras que ofrece su propio gobierno lo desmienten. Hay cada vez un abismo más grande entre sus palabras y la realidad.
Una mentira cruel. La mentira como bofetada en el rostro crédulo de los mexicanos. El presidente de los amuletos contra la pandemia. Una tragedia humana de vastas proporciones que se cebó sobre todo contra los más pobres. La verdad, con cifras oficiales, es que fuimos uno de los cuatro países que peor atendió la pandemia. Al parecer la verdad nos ha dejado de importar. Entre más miente el presidente, más popular se vuelve. Entre más engaña, la gente más le aplaude. Entre más se burla de los muertos, la gente ríe más. “Es un honor estar con Obrador”.
Trato de ponerme en los zapatos de quienes creen al presidente cuando dice que vamos tan bien que otros países nos copiarán la fórmula. Un alto número de mexicanos sigue creyendo en él. Creen que es mejor que los que estaban antes. Escuchan y leen las críticas al presidente y piensan que son mentiras, que es la reacción de los ricos y poderosos del pasado porque el presidente está afectando sus intereses. Trato de identificarme con quien ve en el presidente un motivo de esperanza de que este país será mejor.
Le creen todo porque creen en él. Hay un evidente pacto popular que no se desanima con los reveses de la realidad. Que se alimenta del reparto clientelar, es cierto, pero que no lo explica. Necesidad de creer en tiempos seculares. El presidente no les hace fácil la tarea. Son tantas sus contradicciones que es difícil procesarlas con la razón; no lo hacen, acuden a la fe. Tienen una enorme necesidad de creer. Durante décadas el sistema político mexicano se basó en la mentira. Hoy lo hace con los mecanismos institucionales de la propaganda. Se ha instaurado la mentira oficial. ~