Imagen: Agan Harahap

Fidel Castro viviĆ³ lo suficiente para volverse un villano

Al final, en el lĆ­der de la RevoluciĆ³n cubana se hizo realidad aquella frase: ā€œMueres siendo un hĆ©roe, o vives lo suficiente para volverte un villanoā€.
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A mediados de 2001, en el contexto del peor deterioro en la relaciĆ³n bilateral entre MĆ©xico y Cuba, Jorge Mas, lĆ­der de la anticastrista FundaciĆ³n Nacional Cubano Americana (FNCA), respondiĆ³ a una entrevista en la que le preguntĆ© sobre un proceso de transiciĆ³n a la democracia en la isla, asĆ­ como de la reconciliaciĆ³n en una Cuba posterior a Fidel.

ā€œFidel Castro serĆ” juzgado por la historia como lo que es: un criminal que se mantuvo en el poder a base de terror, causando a su pueblo una incalculable cuota de dolor por medio de su sistema totalitario y personalista. Se habla mucho de los supuestos ā€˜logrosā€™ de la revoluciĆ³n en educaciĆ³n y salud, pero existe un gran desconocimiento de lo que eso realmente significa para el pueblo cubano. Cuando se impone una ideologĆ­a, se adoctrina en las escuelas, se discrimina por motivos polĆ­ticos, y no existen alternativas educacionales, creo que debemos concluir que esa educaciĆ³n es la mĆ”s costosa del mundo, porque exige el sometimiento del libre pensamientoā€.

A lo largo de la conversaciĆ³n, este hombre desde el otro lado del estrecho de Florida, enumeraba como los verdaderos logros de Fidel Castro las numerosas cĆ”rceles y los miles de presos polĆ­ticos; los Ć©xodos masivos, un siniestro sistema de control y vigilancia a la poblaciĆ³n y un apartheid turĆ­stico y econĆ³mico que habĆ­a hecho de la poblaciĆ³n ciudadanos de tercera en su propio paĆ­s: ā€œCastro no es un Quijote ni un Robin Hood, sino un tiranoā€.

ā€”ĀæHay reconciliaciĆ³n posible? ĀæEs posible una reconciliaciĆ³n que incluya a Fidel y su gente?

ā€”La Cuba que queremos deberĆ” tener espacio y ofrecer oportunidades para todos, menos para los hermanos Castro y aquellos directamente responsables por crĆ­menes de lesa humanidad. La reconciliaciĆ³n con Fidel Castro es imposible. Ha habido demasiado derramamiento de sangre y demasiado dolor. No puede haber reconciliaciĆ³n con quien ni siquiera se arrepiente del daƱo que le ha causado a la naciĆ³n cubana. La reconciliaciĆ³n entre los cubanos es posible, pero debe venir acompaƱada de verdadera justicia que solo es posible en un estado de derecho con plenas garantĆ­as.

En el recuerdo de muchos se hallaba todavĆ­a el proceso penal de 1989 que habĆ­an enfrentado ante un Tribunal Militar Especial el general Arnaldo Ochoa (considerado hĆ©roe de la RepĆŗblica), el coronel Antonio De la Guardia, Jorge MartĆ­nez y Amado PadrĆ³n, acusados de estar involucrados en ā€œoperaciones de trĆ”fico de drogasā€ con Pablo Escobar, jefe del CĆ”rtel de MedellĆ­n, por lo cual fueron fusilados cerca de la playa de Baracoa, al oeste de La Habana.

Como puede verse en el documental 8A, de Orlando JimĆ©nez-Leal, el proceso penal no incluyĆ³ un anĆ”lisis de los hechos, argumentos de la defensa o presentaciĆ³n de evidencias, todo se reduce a un tribunal que durante dĆ­as emite condenas, denuestos y descalificaciones morales inflamadas de fervor patrio contra hombres doblegados que aceptan sin la menor rĆ©plica las acusaciones e incluso adoptan el lenguaje de sus verdugos despreciĆ”ndose pĆŗblicamente a sĆ­ mismos.

El final es caricaturesco, pues al ratificar la sentencia, los miembros del Consejo de Estado, presidido por el comandante, anteponen la traiciĆ³n a Fidel antes que los delitos cometidos como causa de ejecuciĆ³n, ademĆ”s de que se les llama ā€œhijos de putaā€ a los acusados por asegurar que RaĆŗl Castro estaba enterado de lo que sucedĆ­a y quien pronunciarĆ­a un discurso casi cĆ³mico sobre los condenados a muerte.

Una de estas madrugadas, casi al salir el sol, cuando concluĆ­amos, presididos por Fidel, una larguĆ­sima jornada, en los momentos mismos en que veĆ­amos la gravedad del problema por haber descubierto el tema de las drogas, con la cabeza atormentada,  con el sueƱo ausente, mientras me paseaba por mi propio despacho fui a cepillarme los dientes en el baƱo que estĆ” detrĆ”s del mismo y mirĆ”ndome en el espejo del baƱo, vi que corrĆ­an lĆ”grimas por mis mejillas. Como es de suponer, primero me indignĆ© conmigo mismo, inmediatamente me repuse y comprendĆ­ en el acto que lloraba por los hijos de Ochoa, a quienes conozco desde que nacieron; lloraba por los hijos de los otros acusados que probablemente serĆ­an sancionados a muerte o a largos aƱos de prisiĆ³n, aun cuando no los conociera; lloraba por sus madres y demĆ”s familiares.

Para disidentes, medios internacionales y periodistas que siguieron el proceso, como AndrĆ©s Oppenheimer, los oficiales asesinados fueron vistos como chivos expiatorios de los hermanos Castro, quienes estaban al tanto de todo, pues Antonio de la Guardia estaba al frente de un departamento especial, conocido por las siglas MC (Moneda Convertible) en el Ministerio del Interior  y que se encargaba de realizar ā€œcualquier cosa que pudiera ser Ćŗtilā€ para contrarrestar los efectos del bloqueo norteamericano. Al mismo tiempo, se sabĆ­a que estos habĆ­an conformado en una corriente de opiniĆ³n crĆ­tica de la situaciĆ³n cubana y la ausencia de las libertades mĆ”s elementales.

En aquellos aƱos escribĆ­ varios textos sobre la isla, conversĆ© con Elizardo SĆ”nchez Santa Cruz, de la ComisiĆ³n Cubana de Derechos Humanos y ReconciliaciĆ³n Nacional; con el periodista Edelmiro Castellanos; con Pedro Riera espĆ­a de la DirecciĆ³n General de Inteligencia cubana, quien habĆ­a trabajado como ex cĆ³nsul en MĆ©xico, asĆ­ como Ileana de la Guardia, hija del coronel fusilado por el rĆ©gimen.

El agregado de prensa de la Embajada de Cuba en MĆ©xico pactĆ³ una entrevista conmigo a travĆ©s de la periodista Irene Selzer. Nos encontramos en el restaurante Vips de la calle de Ignacio RamĆ­rez, a unas cuadras del Monumento a la RevoluciĆ³n. Su objetivo era advertirme amablemente que estaba siendo mal informado sobre la situaciĆ³n en la isla, mencionĆ³ nombres de personas que ni siquiera estaban mencionadas en mis textos para hacerme saber que estaban al tanto.

Al final, terminarĆ­a invitĆ”ndome a viajar a la Cuba para que me dieran un recorrido  por La Habana, con todos los gastos pagados, siempre que no intentara llevar a cabo ninguna actividad extra a una visita turĆ­stica.

PedĆ­ una limonada; Ć©l, en cambio, pidiĆ³ una cerveza, luego otra y otra mĆ”s. Acalorado, me pidiĆ³ permiso para quitarse el saco, despuĆ©s la corbata. Finalmente se quitĆ³ la camisa y se quedĆ³ en una camiseta con estampado multicolor. El encuentro se acabĆ³ porque uno de nosotros ya no podĆ­a seguir seriamente la conversaciĆ³n.

Las historias que conocĆ­ en aquellos aƱos sobre el comandante estaban llenas de dolor, separaciones, torturas, delaciones y calabozos; las canciones de Silvio RodrĆ­guez al rĆ©gimen le decĆ­an poco a muchos jĆ³venes cubanos que se identificaban con voces como la de Carlos Varela, quien cantaba que Cuba tambiĆ©n es una isla de muchachos que murieron en el mar tratando de perseguir un sueƱo, de padres que le gritaron a su hijo ā€œtraidorā€, de guerrilleros combatiendo el apartheid, del amigo que perdiĆ³ en la guerra de Ɓfrica y de otro que, escapando, se lo tragĆ³ el mar

Al final, en el lĆ­der de la RevoluciĆ³n se hizo realidad aquella frase: ā€œMueres siendo un hĆ©roe, o vives lo suficiente para volverte un villanoā€.

 

 

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Periodista. Autor de Los voceros del fin del mundo (Libros de la Araucaria).


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