¿Kast? Veremos

José Antonio Kast ganó las elecciones presentándose como el candidato del cambio. El problema para su gobierno es que las metas que propuso son vagas y difíciles de cumplir.
AÑADIR A FAVORITOS
Please login to bookmark Close

José Antonio Kast ganó de manera rotunda (58.16% contra 41.84% de Jeannette Jara), pero lo que viene no le será fácil. Desde luego, no tiene mayoría en el Congreso. Y en Chile la Contraloría General de la República revisa la legalidad de los decretos del presidente. La potestad reglamentaria del presidente está bajo control. De modo que Kast deberá negociar sus proyectos de ley con parlamentarios de centro o centroizquierda y distantes del arco de partidos y personeros que lo apoyaron en la segunda vuelta.

Afirma que su gobierno será de “emergencia.” Eso significa que sus convicciones personales –sobre el aborto, por ejemplo– quedarían entre paréntesis. Veremos. El joven Kast apoyó públicamente el Sí en el plebiscito de 1988, cuyo resultado fue 55.99%/44.01%. Si hubiera ganado su opción, Augusto Pinochet habría gobernado como presidente en el marco de la misma Constitución bajo la cual gobernó el presidente Patricio Aylwin. Como se sabe, Kast fue un adherente de Pinochet. Después tardó mucho, demasiado, en reconocer las graves violaciones de los derechos humanos ocurridas bajo el mando dictatorial de Pinochet, pese a que la evidencia era contundente. Chocante. ¿Influirán esas posiciones en las políticas de su gobierno? Veremos.

Por su parte, Jeannette Jara milita en el Partido Comunista que, en su congreso de enero del 2025, reiteró su adhesión al “marxismo-leninismo”, lo que implica dictadura del proletariado. Es un partido que sigue defendiendo a Cuba y a Venezuela. Ella misma dijo que Cuba “tiene un sistema democrático distinto al de Chile”. Pero después, durante la campaña, abandonó esa posición y sostuvo que  Maduro era un dictador. Su actitud y planteamientos durante la campaña buscaron representar a un sector amplio de la izquierda y centroizquierda.

El nuevo gobierno enfrentará un sistema de partidos fragmentado. El sistema electoral y el financiamiento público fomentan la creación de minipartidos; buena parte de la fuerte desafección de los ciudadanos con los partidos (4% de aprobación en la encuesta CEP) se debe a esto. Además, son muchos los parlamentarios que una vez elegidos por un partido, se hacen independientes. Se entorpece así la gobernabilidad. Las leyes se trancan. Es el primer problema del país. Legislar es lento y engorroso. La más importante reforma legal es poner vallas a la fragmentación. El tema no estuvo en la mesa durante la campaña.

Kast ganó en todas las regiones: en el Norte minero, en las grandes ciudades, como Santiago y Valparaíso, en zonas rurales y así hasta Magallanes, que atraviesa el Estrecho y la Antártica. Su mayor triunfo porcentual fue en Colchane, pueblo en la frontera con Bolivia y que ha sido foco de la inmigración ilegal. Esto sugiere una primera explicación de los resultados. Hay en Chile más de 300 mil inmigrantes ilegales. Muchos ocupan plazas y calles. A la vez hay una mayoría de inmigrantes legalizados que trabajan en serio. Lo advirtió el propio Kast en su discurso como presidente electo: hoy son muy importantes para el funcionamiento del sector salud, por ejemplo. Y hay una ínfima minoría en el mundo del narcotráfico. Pero la violencia y crueldad con que actúan por guerras intestinas y ajustes de cuentas los llevan a las pantallas cada semana. Eso azuza el ambiente antiinmigración.

La región donde Kast obtuvo el porcentaje más alto fue La Araucanía, con 68.92%. Ahí están las tierras del pueblo mapuche. Lo que sugiere otra explicación: en esa zona ha habido muchos actos de violencia –sobre todo quemas de camiones, maquinaria forestal y bodegas, pero también algunos asesinatos de policías y agricultores– protagonizados por grupos mapuche radicalizados. La violencia produjo anticuerpos. Con o sin razón, la mayoría piensa que la derecha valora más el orden que la izquierda. Y contra lo que se cree, la mayoría de la población de La Araucanía no se considera mapuche, solo un 34.5% lo hace. Pero en comunas con significativo porcentaje mapuche, el triunfo de Kast fue aplastante. Por ejemplo, en Lautaro obtuvo un 70.80% y en Tirúa un 69.95%.

No solo en La Araucanía se reclama por el orden. La delicuencia es la mayor preocupación de la gente en todas las encuestas. Los homicidios han bajado algo estos tres últimos años, pero están muy por sobre lo que eran hasta el 2016. El año con más homicidios fue el 2022: 6.8 por cada 100 mil. En la década anterior eran del orden de 3.4 por cada 100 mil, es decir, la mitad. Es cierto que hay muchos países que están peor. Pero lo que importa a los chilenos es que nosotros estamos mucho peor que hace unos años. La candidata comunista, Jeanette Jara, que ganó las primarias de la izquierda y centroizquierda, compartiendo este diagnóstico, hizo lo que pudo por mostrar que su gobierno combatiría la delincuencia. Pero, con o sin razón, la mayoría cree que Kast será más eficaz contra el crimen. Lo admitió el senador comunista Daniel Núñez, uno de los dirigentes de la candidatura de Jeannette Jara. Dijo a Teletrece, analizando las causas de la derrota: “no fuimos capaces de ofrecer una alternativa que fuera creíble para la ciudadanía, en términos de cómo resolver estos problemas de seguridad ciudadana”.

¿Qué político defiende el estallido del 2019? En su momento buena parte de la izquierda, de una u otra manera, lo vio como una oportunidad. Hoy es una maldición. Durante la revuelta, Jeannette Jara se fotografió con una polera con la imagen de un perro “matapacos” (matapolicías). En su campaña presidencial se disculpó. La sensación que predomina es que la violencia del estallido avivó la violencia simplemente delictual. Y, claro, eso anima a buscar el orden social. La demanda por orden es lo primero que justifica al Estado. Chile vive un momento que hace pensar en Hobbes.

Otra de las prioridades de la ciudadanía, según las encuestas, es el crecimiento económico. El país no tiene los agudos problemas de Argentina. Pero después del elevado y constante crecimiento de los años 90 y siguientes, Chile se estancó. Entre 1987 y 2007, el país creció en promedio un 4.6% anual. Entre el 2008 y el 2019, un 1.9%. Como ha mostrado el economista Sergio Urzúa, los jóvenes entre 25 y 35 años en el período 2007-2013 vieron bajar sus salarios un 0.6% por año. La población se había acostumbrado a ese crecimiento que mejoraba los salarios y el empleo como nunca antes. Se hablaba de que Chile en diez años o algo más podría llegar a ser un país desarrollado. Las élites siguieron transmitiendo su optimismo como si todo estuviera estupendo. Ya no era así. La gente se sintió engañada.

Ese optimismo económico se terminó en 2019. En realidad había terminado hacía un rato. En el primer gobierno de Sebastián Piñera el crecimiento fue de 5.6% en promedio. En el segundo gobierno de Michelle Bachelet, fue de 1.67%; en el segundo de Piñera, 2.10%; y en el de Boric, del orden de 1.77%. Este año se espera alrededor de 2.4%. La desocupación alcanza 8.5%, llegando al 9.1% entre las mujeres. Peor que el registro histórico. La informalidad se ubica en torno a 26.2%. El empleo no crece o crece apenas.

No veo un ambiente prerrevolucionario. No lo vi durante la revuelta, menos ahora. Pero el malestar que estaba en el fondo del estallido sigue ahí. Es la frustación de consumidores que no pueden aumentar su consumo y se sienten defraudados, de jóvenes profesionales que viven a tres cuartos y un repique, de familias que pierden la esperanza. Diversos escándalos de corrupción acentúan esa sensación de estafa. La mayoría hoy no quiere igualdad, quiere plata. Más que un voto de derecha, veo un voto de protesta que se canaliza por diversas vías en distintos momentos. Como escribió Foucault examinando el caso de Alemania de la postguerra, el crecimiento económico es una fuente de legitimidad.

Los tres ejes del gobierno de Kast, según ha manifestado, corresponden a las tres prioridades ciudadanas mencionadas: seguridad, control de la inmigración ilegal y desarrollo económico. Son tres temas en los que la derecha tiene, en principio, más credibilidad que la izquierda. Los planteamientos de campaña de Kast y Jara, pese a las apariencias, tenían muchos puntos de convergencia. Para ambas campañas estos eran asuntos prioritarios de un próximo gobierno. Pese a que hay un clima de cierta polarización –ambos candidatos vienen de los extremos–, hay más acuerdos de los que se muestran. La contienda electoral fue poco ideológica. Ambos candidatos querían interpretar a esa gran masa de independientes que “no están ni ahí” con los políticos.

Kast hizo campaña como el candidato del cambio. A sus ojos, Jeannette Jara representaba la continuidad del gobierno actual. Ella lo negaba. Pero había sido ministra e integrante del comité político de Boric y la apoyaban los mismos partidos que apoyan al presidente actual. Esta terminó siendo la cuestión central de estas elecciones: cambio versus continuismo. Es otra forma de decir que parte del resultado electoral expresa un voto de rechazo.

El problema para el nuevo gobierno, a mi juicio, es que las metas propuestas son vagas y difíciles de cumplir. ¿Qué se espera lograr realmente en materia de delincuencia? ¿Qué es factible? ¿Se podrá derrotar a las mafias del narco mientras haya la demanda por drogas que hay, y muy extendida, en todas las capas de la sociedad chilena? ¿Cómo se reducirá la violencia en La Araucanía? ¿Cómo hacerlo sin atropellar derechos humanos, como ocurrió en la represión policial durante el estallido del 2019? ¿Por imponer el orden se pasarán a llevar los derechos humanos? ¿Qué se va a hacer con los inmigrantes ilegales? ¿Expulsarlos, a dónde? Es probable, eso sí, que se custodien mejor las fronteras. Y si cae el régimen de Maduro, es factible que a los que cruzaron sin papeles se los pueda repatriar. Pero en tal caso el cumplimiento de la promesa depende de un factor ajeno.

Las metas en materia económica son asimismo difíciles de alcanzar. Y los objetivos en materias de seguridad y control migratorio requerirán nuevos recursos. El estancamiento del empleo tiene causas estructurales. En estos últimos diez años de muy bajo crecimiento, más que se duplicó el salario mínimo. Por otra parte, se rebajó la jornada laboral a 40 horas y hay un cronograma ya fijado de alzas de las cotizaciones previsionales. Estas tres reformas aumentan los costos laborales. Kast se ha comprometido a no tocarlas, lo que, en cualquier caso, requeriría el acuerdo del Congreso. Se espera que la inflación se sitúe en torno a 3%, la meta del Banco Central, a comienzos del 2026. Pero la gente no olvida las alzas de los precios de los últimos años. El Banco continuaría rebajando el próximo año la tasa de interés, lo que sería un incentivo para el crecimiento. Pero los pronósticos apuntan a un crecimiento del orden de 2%. El alza del gasto fiscal del gobierno de los últimos años ha debido financiarse con deuda pública. La deuda pública que era de 5% en 2008, hoy supera 42%.

En campaña, tanto Kast como el jefe de su equipo económico, Jorge Quiroz, plantearon rebajar el gasto público en 6 mil millones de dólares, es decir, cerca de 1.2% del PIB, en los primeros dieciocho meses de su gobierno. Y, además, hacerlo sin tocar los beneficios sociales. La mayoría de los economistas no lo cree factible. Kast también quiere bajar los impuestos corporativos, que son muy superiores al promedio de la OCDE. Son más altos que en Suecia, Japón, Bélgica, Canadá o el Reino Unido. La rebaja propuesta es gradual. Iría del 27% actual para llegar el 2029 al 23%. La mayoría de los economistas estima que, salvo que se suban otros impuestos, la propuesta tendería a aumentar el déficit fiscal. Aunque ayudará al nuevo gobierno el alto precio esperado del cobre.

Por otro lado, el jefe económico es un consultor que ha hecho informes financiados por importantes empresas condenadas por colusión (empresas de pollos y farmacias). Fue una de las líneas de ataque de Jara. Quiroz fue procesado y, en definitiva, fue absuelto por la Corte Suprema. Con todo, políticamente es un problema haber sido financiado por grandes empresas coludidas dedicadas al consumo masivo. Pero ni a Kast ni a su entorno parece preocuparles el tema.

Hay consenso en que una de las principales, quizá la principal, causa del estancamiento de la economía es “la permisología”, es decir, la cantidad de permisos requeridos para hacer una inversión. Los burócratas a cargo de aprobar los proyectos tienen pocos incentivos para hacerlo y, más bien, les conviene no jugarse en contra de grupos de interés que buscan trabar grandes inversiones por sus efectos colaterales. No solo se trata de los permisos medioambientales, sino de muchas otras burocracias, por ejemplo, el Consejo de Monumentos Nacionales. Un índice de complejidad comparada de los permisos dejó a Chile como antepenúltimo en la OCDE. (Nikolás Dejbord Sawan y Gabriel Ugarte, CEP, abril, 2025). Es más difícil sacar adelante un proyecto en Chile que en Noruega, Dinamarca, Finlandia o Francia. Durante la presidencia de Boric se aprobó una ley que simplifica una parte de los permisos. Es señal de que hay cierto consenso en la materia. El mayor desafío del próximo gobierno quizás sea racionalizar y abreviar la tramitación de los permisos. Es un campo en el que podría haber mejoras sustanciales. Pero de aquí a que las inversiones se materialicen pasará tiempo.

Pese a su victoria aplastante en la segunda vuelta, en la primera Kast obtuvo solo un 23.92%. Son sus partidarios reales. En la segunda vuelta consiguió un 32.24% adicional, pero estos son votos prestados; es un apoyo más volátil y que puede tomar distancia de él rápidamente. En el plano de los dirigentes políticos recibió, en esta segunda vuelta, el apoyo del expresidente Eduardo Frei, segundo gobernante desde el fin de la dictadura e hijo del fundador de la Democracia Cristiana de Chile y, a su vez, expresidente. También de la ex senadora y ex ministra de la Concertación (centroizquierda) Ximena Rincón, y otros grupos desgajados de la centroizquierda, así como de un partido a su derecha. (Obtuvo un 13.94% en la primera vuelta). Fue un arco amplio y similar al que se jugó por el rechazo del primer proyecto constitucional, cuyos autores, de algún modo, representaban al estallido del 2019.

Los datos electorales por comuna muestran que la votaciones –el rechazo al primer proyecto constitucional y los resultados ahora de Kast– se parecen. Diversos politólogos y comentaristas sostienen que la escisión o clivaje del Sí/No o Pinochet/ Democracia de 1988 se ha disuelto. Y lo sustituye la escisión del plebiscito constitucional del 2022, en el que un 61.89% votó contra el proyecto de nueva constitución. Eso lo dirá el tiempo.

Por supuesto, hay grupos que buscarán bloquear los proyectos de Kast en las calles o con paros laborales. ¿Cómo enfrentará algo así el gobierno de Kast? ¿Qué hará la izquierda y la centroizquierda? El riesgo es que se le abra la puerta a los grupos radicales que apuestan por la violencia. Muchos encapuchados se cuelan y se aprovechan de las manifestaciones pacíficas, dejando una estela de destrozos. Una parte de la izquierda propiciará la confrontación así con la policía. Pero otra parte más significativa de ella condenará la violencia con energía y no querrá que la asocien a ella. La gran mayoría tomará ese mismo camino. Las ambigüedades que hubo en la revuelta del 2019 no se repetirán.

Si Kast lo hace bien en los tres ejes planteados, solo alcanzará a sembrar; no a cosechar. El período presidencial es de cuatro años sin reelección. Y la gente espera resultados tangibles y pronto.

¿Quién será un ejemplo para Kast? ¿Orbán? ¿Bukele? ¿Trump? ¿Milei? No hay en el discurso de Kast nada que evoque a Carl Schmitt, nada de eso de que lo político es la distinción amigo/enemigo. Nada tampoco de la disyuntiva élite/pueblo, ambas tensiones cultivadas por Orbán. Como orador tiene muchas limitaciones. No es un “entertainer” como lo fue Hugo Chávez y lo es Donald Trump. Carece del histrionismo de un Bukele o un Milei. Es un político que fue parlamentario por cuatro períodos. Es más bien fome, como decimos en Chile, es decir, sin mucha gracia. No es una figura carismática. Parece un tipo formal y simple, ordenado y metódico. Su discurso la noche del triunfo fue conciliador. “La emergencia no significa para nada autoritarismo”, afirmó. Renunció al partido que fundó para simbolizar que será presidente de todos los chilenos. Elogió a todos los expresidentes desde el retorno de la democracia y tuvo palabras positivas para Jeannette Jara. Como es costumbre en Chile, ella reconoció públicamente su derrota y lo visitó para felicitarlo. Pero el discurso de Kast fue largo y latero. Le falló el telepromter, según dijo mientras hablaba.

¿Y? ¿Alguna figura ejemplar? Creo que si tiene un ejemplo a la vista es Giorgia Meloni. Ella lo llamó muy pronto para felicitarlo. Veremos. ~


    ×

    Selecciona el país o región donde quieres recibir tu revista: