Lo que allá es un autoritarismo intolerable (Trump), aquí resulta un autoritarismo “no tan malo” (Sheinbaum). Apoya The New York Times el autoritarismo bueno de la presidenta mexicana, a través de su columnista Michelle Goldberg, al mismo tiempo que rechaza el autoritarismo malo de Trump.
Pero no existe el “autoritarismo bueno” y el “autoritarismo malo”, sino el autoritarismo: antidemocrático, concentrador del poder, agresivo con la oposición y el periodismo crítico, violador de los derechos humanos. Por su oposición a Trump, The New York Times olvida estas premisas y publica un artículo (“¿Es Claudia Sheinbaum la Anti-Trump?”) que más que un reportaje es un editorial sobre México que le sirve de pretexto para criticar a Donald Trump. La realidad es que, en sus aspectos generales, el autoritarismo trumpiano es semejante al autoritarismo que ejerció el gobierno de López Obrador y al que ahora ejerce su “heredera”, para usar el término que utiliza Goldberg para referirse a Claudia Sheinbaum. No es casual que Trump elogie a Sheinbaum diciendo que es “una mujer maravillosa”, “muy dura”. Astillas del mismo palo.
Un reportaje investiga, muestra información dura, cuestiona, contrasta opiniones; un editorial se escribe para fijar la línea del periódico que lo publica. En este caso la consigna era mostrar a Sheinbaum como una alternativa al trumpismo. Vamos por partes.
Afirma Goldberg que Sheinbaum, en un mundo en el que las mujeres en política perdieron terreno, “ganó la presidencia de forma aplastante”. En realidad ganó la presidencia de forma muy cuestionable. En primer lugar, ganó la candidatura de su partido ejerciendo un gasto multimillonario de origen no comprobado. Tres de los compañeros de su partido que participaron en la contienda interna denunciaron fraude. Se calmaron cuando López Obrador les ofreció posiciones en el próximo gobierno de Sheinbaum. López Obrador, machista autoritario, la hizo “su heredera”. No habría alcanzado la presidencia sin la ayuda del presidente: López Obrador violó en 52 ocasiones la Ley electoral (elogiando a Sheinbaum, calumniando a la candidata opositora, utilizando para esto los medios públicos) para apoyar su victoria. Se trató de una elección de Estado. Se adelantó la entrega de los programas sociales. Se coaccionó a los votantes amenazándolos con que la oposición les retiraría los apoyos sociales (que están en la Constitución). Durante el año electoral elevó a niveles históricos la deuda del gobierno, cuando en los cinco años anteriores había sostenido un manejo macroeconómico responsable. Tanto elevó el nivel de la deuda que una de las primeras medidas de Sheinbaum consistió en un severo ajuste presupuestal que principalmente afectó a la educación y la salud, para bajar los niveles del déficit. ¿En qué se fue ese dinero? Presumiblemente en comprar la elección. ¿Qué dijo Goldberg de estos hechos? Absolutamente nada. Se limitó a señalar que López Obrador nombró a Sheinbaum “su heredera”, como si México fuera una monarquía.
¿Cómo es que Sheinbaum, una mujer sin carisma, ganó la elección de forma tan abrumadora? Su paso por el gobierno de la Ciudad de México no fue nada destacado. Los dos casos por los que se le recuerda la dejan muy mal parada. El primero, el desplome de la Línea 12 del Metro que ocasionó la muerte de 26 personas. De inmediato Sheinbaum encargó a una compañía noruega independiente un dictamen que señalara a los responsables de esas muertes. Faltando unos días para el anuncio de ese informe, Sheinbaum despidió a esa compañía y trató de frenar la difusión de los resultados. Estos se filtraron y fueron publicados: el informe señaló que el problema no había sido la construcción sino la falta de mantenimiento del metro, responsabilidad del gobierno de Sheinbaum. Carlos Slim, dueño de la compañía constructora, avaló las conclusiones del informe. Sheinbaum guardó silencio. El segundo ocurrió durante la pandemia. La pandemia de covid ocasionó la muerte de 800 mil personas. México fue uno de los cinco países con mayor mortandad en el mundo. Poco más de 300 mil muertes fueron ocasionadas por errores en la estrategia contra la covid. La Ciudad de México, bajo el gobierno de Sheinbaum, fue la ciudad del país donde más decesos ocurrieron. Peor aún, se utilizó a miles de personas, sin su autorización, para inyectarles ivermectina (una medicina para combatir gusanos parásitos) como tratamiento experimental contra la covid. Se uso a miles de personas como conejillos de Indias en el gobierno de la funcionaria “científica”. ¿Qué dice Goldberg de estos dos casos? Ni media palabra. ¿Cómo cree que ganó Sheinbaum la elección? No la ganó: la heredó. El costo de esa elección lo seguiremos pagando los mexicanos durante muchos años. Así funcionan los regímenes autoritarios.
Para Goldberg, Sheinbaum es “la antítesis de los arrogantes dictadores que hacen que este momento de la política mundial resulte tan sofocante”. En realidad, esos “arrogantes dictadores” no persiguen algo muy distinto de lo que persigue Sheinbaum: la eliminación de la división de poderes, el control del aparato electoral, la supeditación del poder judicial, la eliminación de los órganos de control autónomos, la centralización del poder, la militarización de la vida pública, el acoso a la oposición y a los periodistas críticos. Ese es el ideal de los gobiernos iliberales, el ideal de los “arrogantes dictadores”, exactamente lo mismo que Sheinbaum está llevando a cabo en México. Sin embargo, para Goldberg, Sheinbaum es un modelo a seguir.
Para Goldberg, Sheinbaum es ejemplar. Lo prueban “su índice de aprobación [que] supera el 80%”. Goldberg soslaya que el 60% reprueba su manejo de la lucha contra la corrupción. Que el 51% desaprueba su manejo de la seguridad pública. Que más del 70% tiene una opinión negativa de su combate contra el crimen organizado.
Goldberg se muestra realmente sorprendida por la “excelente estrategia política” de López Obrador consistente en repartir dinero a 27 millones de personas. Nada comenta acerca del clientelismo político implícito en tal operación. Cuando estaba en la oposición, López Obrador criticó esa estrategia en un video donde dice: “El procedimiento del PRI consiste en utilizar el presupuesto público. Ellos apuestan a derramar recursos para crear un ambiente artificial de prosperidad. Utilizan recursos para dar ayudas personalizadas y obtener los votos. Esa es la esencia de la estrategia del PRI y el gobierno. Al grado de que si el PRI no utiliza el presupuesto público no ganaría las elecciones”. La excelente estrategia política que tanto asombra a Goldberg se llama “compra de votos”. En los países democráticos es una práctica que se reprueba. Goldberg es incapaz de relacionar este procedimiento antidemocrático con la “aplastante” victoria electoral de Sheinbaum.
Es clara la intención editorial de Michelle Goldberg de oponer favorablemente a Sheinbaum frente al gobierno autoritario de Donald Trump, a pesar del parecido entre ambos personajes. En los hechos, Sheinbaum ha reanudado la guerra de Calderón contra las drogas, se ha supeditado a la agenda antiinmigrante de Trump, utiliza la tribuna pública para insultar a la oposición y atacar a los periodistas críticos, su política de contención contra los aranceles trumpistas ha tenido el mismo efecto que la política de Canadá, totalmente opuesta a la suya.
Sobre todo, llama la atención que Goldberg haya comprado la versión oficial de que el gobierno de Sheinbaum propone una alternativa frente al neoliberalismo. De nuevo recurriré a los molestos hechos. Sheinbaum es una acérrima defensora del neoliberal TMEC. Tanto el gobierno de López Obrador como el suyo ha privilegiado a la oligarquía económica, sobre todo a aquella cercana a su gobierno. “No hay un solo empresario que haya perdido dinero bajo mi gobierno”, afirmó López Obrador. Adelgazó el Estado para repartir de forma directa y personalizada las ayudas sociales. La clase empresarial apoya a Sheinbaum, ¿la apoyaría si la percibiera como una crítica de la oligarquía? Afirma Goldberg que Sheinbaum encabeza un gobierno que “promueve el florecimiento colectivo”. Omite decir que los programas sociales no resuelven el problema de la pobreza, son un mero paliativo: la pobreza reaparece cuando dejan de darse esos subsidios. México no ha aumentado su productividad. Ha crecido la informalidad, ha aumentado el desempleo y las personas sin cobertura de salud, los índices educativos se han desplomado: se inscribieron 500 mil niños menos en el último ciclo escolar.
La política de Sheinbaum ante Trump ha sido la de la supeditación. Adoptó Sheinbaum una posición sumisa ante López Obrador (copiando incluso su manera de hablar) para obtener la candidatura. Se supeditó ante Trump para atemperar su impulso destructivo: ha aceptado los términos migratorios de Trump (desplazó a 10 mil militares a la frontera norte y ha impedido que avancen las caravanas de centroamericanos en la frontera sur); ha incrementado las acciones contra el tráfico de drogas; ha desmantelado numerosos laboratorios de fentanilo que López Obrador negó numerosas veces que existían; extraditó –utilizando mecanismos de muy dudosa legalidad– a 29 presos a los Estados Unidos; aceptó la presencia de militares norteamericanos para entrenar a oficiales mexicanos. En los últimos meses, Estados Unidos ha utilizado aviones espías para sobrevolar el cielo mexicano, ha emplazado un portaaviones frente a Ensenada y dos buques destructores surcan las aguas del Golfo de México, todo esto mientras el presidente norteamericano amenaza a México con una invasión militar. Nunca, desde tiempos de la Revolución, hace más de cien años, habíamos estado sometidos a esta presión militar norteamericana, gracias a la postura sumisa de Sheinbaum. ¿Por qué entonces la gente en México apoya esta estrategia pasiva y estoica de aguantar el castigo sin queja? Durante décadas una de las publicaciones de crítica política más populares en México llevó el título de Los agachados. Al público le encantaba leer esta sátira en la que el partido gobernante, el PRI, sometía de mil modos a la sociedad que lo padecía.
Según Goldberg, Sheinbaum “es uno de los pocos líderes mundiales que ofrece esperanza para un camino diferente”. ¿Cuál es ese camino diferente? Repartir dinero masivamente para comprar elecciones. Cerrarse a cualquier diálogo con la oposición. Poner altas vallas de hierro frente a Palacio Nacional antes de sentarse a dialogar con los grupos feministas. Alterar las cifras de desaparecidos y de homicidios. Someterse a una potencia extranjera. Pero sobre todo, impulsar la supeditación del poder judicial a los designios del gobierno y con ello desaparecer de facto la división de poderes. Consumada la reforma judicial, los ciudadanos y las empresas quedarán en la indefensión ante los caprichos y actos autoritarios del gobierno. Se pensó que Sheinbaum en este punto sería menos autoritaria que López Obrador, pero ya como presidente “actuó con rapidez para implementar” la reforma judicial.
¿Qué es lo que Sheinbaum como presidenta ha apoyado? Que su partido, Morena, ilegalmente se adjudicara la sobrerrepresentación en la Cámara de Diputados, que en el Senado su partido ofreciera inmunidad judicial a un senador perseguido por la ley a cambio de un voto favorable para aprobar la reforma judicial. Sheinbaum en los hechos ha apoyado que por primera vez en décadas los votos en una elección ya no sean contados por los ciudadanos sino por funcionarios, que los resultados de las elecciones se conozcan semanas después de ser emitidos los votos; ha permitido una elección con boletas confusas con cientos de nombres, ha tolerado que las campañas de los jueces sean patrocinadas por el crimen organizado y por dirigentes de su partido. La elección judicial, a todas luces antidemocrática, ha contado con el total respaldo de Sheinbaum. Una elección donde los puestos ya están determinados. Una farsa electoral propia de un gobierno esencialmente autoritario.
Goldberg cita en varias ocasiones a un analista político que ha cobrado fama por sus apariciones en televisión. En su primera intervención dice que el gobierno de Sheinbaum “sigue siendo autoritario, pero es un autoritarismo aceptable”. Un autoritarismo bueno. Hacia el final de su reportaje, el mismo analista afirma “que no estamos tan mal”. Lava así la cara de un gobierno antidemocrático y autoritario.
¿Constituye una conducta democrática organizar una farsa electoral? ¿Lo es suprimir los mecanismos de transparencia y de rendición de cuentas? ¿Lo es la militarización de la seguridad pública? ¿Lo es su talante agresivo con la oposición y con la prensa crítica? ¿No estamos tan mal? Podríamos estar peor, claro. Podrían cumplirse los deseos del director de la principal editorial del gobierno de fusilar a los disidentes del gobierno. Siempre se puede estar peor. El deterioro no tiene límites. Pero un modelo alternativo para el mundo no somos. Políticamente estamos regresando a los peores años autoritarios bajo el PRI. Estamos siendo testigos de la demolición de las instituciones democráticas que se crearon en los últimos treinta años. A esta labor de demolición se le conoce como “el segundo piso de la cuarta transformación”. Esta demolición de la democracia mexicana, que tanto admira Michelle Goldberg, tiene nombre y apellido. Se llama Claudia Sheinbaum Pardo, la “heredera” de López Obrador. ~