La política es, esencialmente, conversación. Es el arte de conciliar opuestos. Es diálogo, negociación, disenso, discusión, polémica. Es el lubricante que hace posible que la sociedad no permanezca inmóvil. En el teatro de la política la sociedad dialoga consigo misma.
No pocas veces el diálogo se convierte en discusión apasionada. En ciertas familias, para evitar confrontaciones, se prohíbe hablar de política. Es común que padres e hijos tengan posiciones enfrentadas, lucha generacional expresada en términos de conservadores y progresistas.
Hay espacios donde la política se desarrolla con naturalidad. En los clubs, partidos, cantinas y cafés. Espacios en donde nadie se asusta si de pronto alguien alza la voz en defensa de su posición. Se discuten ideas, principios, personajes. Hay diálogos de altura –ejemplos de civilización– y razonada ponderación, pero también son comunes los diálogos ardientes llenos de insultos y manotazos en la mesa. De todo hay porque la política es humana y los humanos somos seres contradictorios, apasionados y reflexivos. Alrededor de una mesa de café se discute el futuro del mundo y el estado del barrio, se ensalza tal personaje y del otro lado el nombre de ese mismo personaje es arrojado al lodo y pisoteado.
La política puede ser un elegante duelo de esgrima o una pelea callejera donde todo se vale. Menudean las bajas traiciones y las lealtades perrunas. La política –lo hemos visto en los últimos años– puede romper amistades entrañables, quebrar familias, separar amantes. Pero también la política puede trenzar alianzas más poderosas que los vínculos fraternos.
Desde mi punto de vista no hay espacio más noble para la política que la tertulia, agrupación momentánea de amigos reunidos por el enorme placer de conversar. Se discute acaloradamente en su seno pero nadie intenta convertir al otro. Se debaten ideas por el mero placer de confrontar los puntos de vista propios con los ajenos. La tertulia tiene una nobleza de la que carece el club o el partido debido a la variedad de las posiciones que la conforman. Prima el espíritu de la amistad compartida. Hombres y mujeres discutiendo. La tertulia puede disgregarse en varias conversaciones aisladas o centrarse en una sola discusión general. En esas ocasiones el círculo se cierra en torno a los debatientes con ideas opuestas. Los contertulios callan para escuchar mejor los sables que cruzan sus argumentos cada vez más ingeniosos, más filosos. Entonces salta una idea bien expresada, todos estallan en una carcajada y los grupos se vuelven a dispersar. Aquí se habla de la decadencia de los partidos, más allá se tritura la fama de un político, acullá hay quien defiende el cine de Antonioni por sobre el de Pasolini, en un rincón un grupo de jóvenes en voz baja conspira…
Hace poco más de un año mi amigo Julio Hubard me invitó a unirme a “la tertulia de Uxmal”, animada por dos jóvenes y talentosos estudiosos de la política: Ricardo Pompa, el anfitrión, y Raudel Ávila, el convocante. Ricardo despliega con maestría el arte de la hospitalidad. Es discreto, pasea de grupo en grupo preocupado porque en ningún lado la conversación languidezca. No suele tomar partido por ninguna posición. Es amable, inteligente, dueño y señor de la casa en cuya terraza se realiza la reunión (mensual o bimensual, según las posibilidades). Poco a poco la tertulia fue creciendo. Algunos no han faltado a ninguna reunión, otros solo han asistido a una. No es un grupo homogéneo, lo que lo distingue es la pluralidad y bonhomía de los convocados. Asiduos han sido Julio Hubard, Macario Schettino, Pablo Majluf, Ángel Jaramillo, Pepe Newman, Ángel Verdugo, Arturo Núñez, José Luis Porras, Francisco Toca; esporádicos, Alonso Tamez, Luis Estrada, Cecilia Soto, Alejandra Cullen, Rafael Pérez Gay, Paco Calderón, Mario Ojeda, José Carreño Carlón, Heriberto Galindo, Luis Rubio, Ana Lucía Medina, Claudia Ramírez, Juan José Rodríguez Prats, Luis Xavier López Farjat, Javier Martín Reyes, Juan Burgos, Rodrigo Cordera, Braulio López Luna, Armando Chaguaceda, Johanna Cilano, entre otros.
En la animada tertulia de Uxmal se habla fundamentalmente de política, pero también de libros, de ideas, de literatura y filosofía, de cine. Una tertulia que reúne a políticos de la vieja escuela con jóvenes promesa de verbo encendido, a panistas, priistas, izquierdistas, de Movimiento Ciudadano, ex perredistas y gente sin partido.
Se trata sin duda de una tertulia liberal. Liberal en la más amplia extensión de la palabra. Para decirlo con Octavio Paz, liberal “no como una idea o una filosofía sino como un temple y una disposición del ánimo; más que una ideología, una virtud”. Para mí ser liberal significa ser tolerante con las ideas ajenas, abierto a escuchar a personas que piensan lo contrario de lo que pienso, ser liberal es pensar con libertad, sin ataduras ni dogmas.
Ese temple liberal lo encarnan a la perfección Ricardo Pompa y Raudel Ávila en la tertulia de Uxmal. Esta tertulia, se me ocurre, podría ser replicada en otros lados. Con espíritu liberal, cualquiera puede organizar reuniones para hablar de política. Debemos convocar a los “adversarios” a platicar y discutir. Sin ánimo de convertir a nadie, ni de adoctrinar, sin molestarse porque alguien piense distinto. No podemos pasar más tiempo en este asfixiante clima de polarización impulsado desde el poder. Desde la sociedad podemos hacer otra cosa. Abrir espacios de diálogo y concordia civilizada. Invitar a quienes no piensen como nosotros a que nos expliquen o comenten las ideas que los animan. Todos saldríamos ganando. Reuniones de diálogo razonado para instaurar un clima de tolerancia que hemos olvidado. Reuniones donde impere la pasión y la razón, pero no la ira y el desdén. Tertulias liberales. ~