Foto: Alejandro González Ormerod.

Dialogando violencias en la elección argentina

El debate entre Sergio Massa y Javier Milei solo ayudó a consolidar la posición de dos facciones poco dispuestas a dialogar entre sí.
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Una fortaleza burda y deslavada se encoge entre un mar de fachadas afrancesadas del siglo XIX. El Cabildo de Buenos Aires fue durante mucho tiempo uno de los edificios gubernamentales más importantes e imponentes de Hispanoamérica. Su reloj marcaba la hora oficial argentina y, cuando la crisis acechaba, el pueblo porteño se aglomeraba frente al edificio para decidir su suerte. Ahí también se decidió el destino del entonces Virreinato del Río de la Plata.

Si en México recordamos el inicio de la lucha independentista por el alzamiento popular de Dolores y en Colombia se recuerda por una gresca por un florero entre un criollo y un español que desató la gesta autonomista en Nueva Granada, el inicio de la revolución de independencia de lo que sería Argentina sigue siendo una ilustración de cómo se hace política en el país: empezando con el diálogo. Detrás de las paredes del Cabildo, independistas y realistas debatieron una solución política a la crisis constitucional que vivía el virreinato por el derrocamiento de Fernando VII por Napoleón Bonaparte. Mientras tanto, afuera, en la lluvia, aguardaba atenta la turba bonaerense. Cuando el resto de Hispanoamérica marca su libertad con violencia, Argentina celebra el comienzo de un debate político escrutado por el pueblo.

Argentina de nuevo está en crisis –esta vez económica– y dos bandos una vez más se reúnen para ver si es posible resarcir el daño sin empeorar las cosas. En teoría para eso fue el debate presidencial entre Sergio Massa, actual ministro de Economía de Argentina, y Javier Milei, su opositor libertario.

La intervención acartonada de Massa y la un tanto extraña de Milei previsiblemente no concluyeron en nada decisivo. A menudo la discusión se volvió academicista: que si quién conocía mejor las siglas de una instancia de gobierno; que si algún fenómeno de la historia argentina correspondía al siglo XX o al XVIII. El único momento en el que llegaron a un acuerdo fue en su celebración de la figura de nada menos que Rudy Guliani, ex alcalde de Nueva York y hasta hace poco el abogado de Donald Trump.

Los debates presidenciales pocas veces tienen un efecto en las preferencias electorales. Estos encuentros sirven más bien para generar contenido y memes para que ambos bandos salgan a lo que realmente importa: al cabildo abierto de las calles.

Es fácil discernir cuando una discusión callejera entre argentinos se torna a lo político. El tono de la voz de los interlocutores sube y sus manos se agitan aún más de lo normal. Sin embargo, las calles no se sienten tensas. Aquellos extremistas que abogan por soluciones violentas resaltan por su escasez.

El aparato oficialista de Massa es particularmente visible, catalizando conversaciones políticas en lugares públicos con transeúntes más que dispuestos a emitir su opinión. Mesitas con carteles que figuran la cara de Massa se pueden encontrar en muchas de las esquinas de Buenos Aires. Tropas de sus militantes entregan panfletos en la estación del tren Plaza Constitución, que conecta los suburbios al sur con la capital.

“¡Esto no es laburo!” le grita una mujer a un joven que le quiere entregar un panfleto pro Massa. Otra mujer, una de las militantes haciendo campaña por el oficialismo, exclama “¿¡por Milei!?” cuando un hombre le rechaza el papelito tras decirle por quién votará, como si eso fuese una imposibilidad inconcebible.

En un país en el que solo hay un 12% de votantes indecisos, el cabildo abierto parece estar llegando a sus límites. Ambas facciones simplemente no pueden creer que el otro bando vaya a votar por el otro. El debate simplemente ayudó a consolidar esas creencias. Para los que apoyan a Massa, su candidato se vio presidencial y aniquiló a su oponente en el debate. Para los militantes de Milei, la condescendencia y discurso preparado del ministro solo confirmaban la falsedad con la que actúa la “casta” política. Ambos lados creen prácticamente imposible que su candidato pierda –a menos de que haya fraude, como acotó brevemente Milei a medio debate.

Hay cierta certeza de que en Argentina, que hace días celebró cuatro décadas de democracia, esta segunda vuelta debería resolver este debate político de una vez por todas. Pero, a estas alturas, no sabemos qué tan abierta está la caja de Pandora de las acusaciones de fraude de Milei. De ser muy tarde, y de estar muy convencidos sus votantes que su candidato perdió por trampas del oficialismo, el diálogo entre las partes bien podría hacerse imposible.

Ese es el debate que parece que definirá esta elección, y ese es el subtexto tenebroso detrás de la tranquilidad pública en la calle. ~

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(ciudad de México, 1991) es escritor e historiador.


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