Desde 1987, bajo el impulso de la Women’s Global Network for Reproductive Rights (WGNRR), el 28 de mayo se conmemora el Día Internacional de Acción para la Salud de la Mujer o Día Internacional de la Salud de la Mujer. Aunque desde sus orígenes es una fecha muy vinculada a los derechos de salud sexual y reproductiva y a la salud materno-infantil, creo que es tiempo de “ensanchar” esta conmemoración. Y no porque estos temas de salud estén superados en México (¡Nada más lejos de la verdad! Basta con echarle un ojo al reporte La pieza faltante, justicia reproductiva, de GIRE), sino justamente porque la salud de la mujeres no se agota en ellos.
Pensemos en el dolor. Un estudio sobre disparidad de género en el tratamiento analgésico de pacientes de Urgencias con dolor abdominal agudo reveló que los hombres esperan en promedio 49 minutos antes de recibir tratamiento para el dolor. Las mujeres con los mismos síntomas esperaban una media de 65 minutos. ¿Por qué? Porque se percibe que las mujeres exageramos el dolor. Ya saben: la palabra “histeria” viene del griego para “útero”.
O pensemos en el tratamiento no igualitario que hasta hace poco recibían las mujeres en los ensayos clínicos. Aunque hoy se reconoce la necesidad de incluir a las mujeres en estos, durante décadas la presencia de los hombres eclipsó a la de las mujeres en el diseño y la conducta de la investigación clínica. Y cuando se estudiaban enfermedades prevalentes en ambos sexos, los hombres, con frecuencia de la raza caucásica, eran la población de estudio “normal” del estudio.
Un último dato: cuando las mujeres sufren un ataque cardíaco en un espacio público, son reanimadas con menos frecuencia que los hombres por las personas que lo atestiguan. Y cuando sí se intenta la reanimación, las mujeres tienen tasas de supervivencia más bajas en cada etapa sucesiva de la atención.
Cuando la Comisión de Mujeres y Salud de The Lancet publicó en 2015 su primer reporte, señaló que una perspectiva de género en salud es esencial “para encontrar y abordar las causas y las soluciones a la pobreza y la desigualdad” y que cuando las mujeres tienen salud, educación y controlan los activos, “tienen el poder de transformar sus sociedades y reformar los sistemas de salud”.
¿Tendrá un lugar en la agenda del futuro la salud de las mujeres más allá de la reproducción? Yo confío en que sí, pero para ello, parafraseando a Zoanne Clack, doctora y escritora, más mujeres necesitamos hablar sobre nuestros abortos, espontáneos o no, sobre nuestra infertilidad, nuestros cánceres o enfermedades cardíacas. Sobre nuestra depresión, nuestra ansiedad y el peso que no podemos perder. Sobre como abusamos del alcohol o de los medicamentos recetados y sobre la violencia doméstica que vivimos (más en estos tiempos de confinamiento). “El estigma asociado a estas condiciones nos mantiene en silencio. Pero si no levantamos la voz las investigaciones no se financiarán y las políticas no se revisarán”, escribió Clack. La solución institucional diría que necesitamos enfoques multisectoriales y políticas que reduzcan las brechas de género en salud. Mientras tanto, la solución no institucional es no dejar de hablar de ello en voz alta con nuestros amigos, nuestras parejas, nuestros colegas de trabajo, nuestra familia y nuestros médicos. Hablemos por nuestra salud. Y no dejemos de hablar, porque hablar es mejor que #ContarHasta10.
Es politóloga, periodista y editora. Todas las opiniones son a título personal.