Vladimir Putin se dedicó toda su vida a construir y acumular poder. Desde que sucedió a Boris Yeltsin en 2001, creó una arquitectura de control cada vez más poderosa y con ella la imagen de un hombre fuerte, imprescindible para Rusia. Más allá de las elucubraciones sobre su innata capacidad para sortear los peligros, en 48 horas, el motín de Wagner destruyó los cimientos de su obra y agrietó su figura.
Putin está además atrapado en la madeja de complicidades y corrupción que armó para comprar lealtades con el parcelamiento de la economía y el presupuesto nacional entre sus oligarcas, burócratas y publicistas. Prigozghin, por medio de Wagner pero también de los contratos gastronómicos y su sistema de guerra comunicacional, era parte de ese mismo esquema. Pero a diferencia de otros beneficiarios, tiene pretensiones políticas propias y se animó a rebelarse públicamente contra el líder para fortalecerlas.
Planteado el conflicto entre Wagner y el ministerio de Defensa, Putin se decidió por los militares. Ordenó desarmar el emporio de Prigozhin y que los mercenarios firmen contratos con el ejército, mandó a cerrar la central de troles cibernéticos de Wagner en San Petersburgo y encomendó a sus diplomáticos dejar de apoyar a la red de contratistas que operaban en África y Siria. Al reconocer el pago de 1,000 millones de dólares al grupo, corrió el riesgo de cargar sobre sí y sobre el Estado ruso las atrocidades cometidas por los mercenarios, pero fue un paso necesario para demostrar su jefatura sobre aquellos que lo integran y sugerirles regresar al redil originario.
Aun así, Wagner sobrevive como entidad. Su sola supervivencia pone en duda la laboriosa construcción que hizo Putin para presentarse como un líder que no toleraba críticas. Decenas de arrestos de disidentes y de muertes dudosas dentro y fuera de Rusia le daban sustento a esa fama. Pero el jefe de Wagner sigue indemne pese a ser el que enfrentó a Putin con mayor descaro. Esa impunidad no se acabó con un misil Kinzhal sobre el cuartel rebelde de Rostov, ni con una solución radioactiva ni un asalto de las fuerzas militares rusas sobre un puñado de rebeldes a los que superaban numéricamente. Es probable que la red de compromisos que unen a Prigozhin con Putin le haya salvado la vida.
La existencia y persistencia de una resistencia interna de tamaño imprevisible viene a golpear la imagen de Putin en su peor momento. Aunque sea a centenares de metros al día, Ucrania libera territorios y el ejército ruso está en retirada. No importa qué sucederá mañana, la invasión de Putin recibe pequeñas derrotas diarias en el momento en que más necesita señales a su favor, tanto porque los disidentes rusos invadieron el sur desde Ucrania como porque el desafío de Prigozhin derrite hoy el mito de su eficacia como líder.
Wagner avanzó con el motín con complicidades y simpatías, que además quedaron documentadas en las redes con las muestras de afecto de los habitantes de Rostov, tan cerca del frente de batalla. Por ahora, Putin solo pudo sospechar de Surovikin, el carnicero de Alepo, el que dirigió la derrota de Jerson y que desde el motín sigue sin aparecer.
Los mismos documentos que revelaron la probable traición de Surovokin trajeron consigo otra versión inquietante sobre Putin y es que su ministro de Defensa, Serguei Shoigu y su jefe de estado Mayor, Valeri Gerasimov, lo estaban alimentando con datos falseados sobre la marcha de la guerra. Con base en ellos, el líder ruso estaría tomando decisiones militares y políticas que habrían profundizado sus errores.
La evasión de la realidad junto a la providencial desconfianza de Putin hacia su entorno habría provocado que el directorio de la FSB tomara el control de los asuntos internos con mayor discrecionalidad y se planteara como un poder dentro del poder, capaz de influir en el conflicto entre Wagner y los generales. Esto también afecta a Putin, porque transfiere otra cuota de poder luego de la rebelión a un grupo con intereses propios dentro de la corte rusa.
El escenario muestra que las disputas diluyeron el poder omnímodo de Putin y que la imagen de hombre fuerte se disolvió en parte dentro de las esferas de poder. Estas no necesariamente replican el apoyo popular, que aun luego del motín sigue alto. Las encuestas del Centro Levada reflejan que el ciudadano promedio sigue respaldando a Putin. Ese apoyo es particularmente fuerte entre los mayores de 50 años y menor en jóvenes y mujeres, que son los que tienen un contacto más cercano o probable con la guerra.
De manera que una debacle electoral en las elecciones de 2024 no es el problema para Putin. El sistema político de Rusia no se construye solo con mayorías electorales. Se define con la capacidad de un líder de sostenerse en el poder, que depende del apoyo de las élites que controlan resortes políticos que se determinan, a su vez, por el manejo de los factores económicos y militares. Gorbachov y Yeltsin pudieron dar testimonio de ello.
El maestro de ajedrez Garry Kasparov lo expresó con claridad desde su profundo conocimiento del poder ruso: “Pase lo que pase ahora, ya estaba claro que Putin no era capaz de controlar todas las facciones o de mantener las luchas internas en silencio o al menos no violentas de la forma en que solía hacerlo antes.”
Otros analistas en Occidente comparten el diagnóstico de Kasparov. Las luchas internas en Rusia se van a multiplicar con cada avance ucraniano, y las acusaciones por el resultado de la guerra van a minar el poder de Putin y aumentarán el número de facciones que se disputarán el poder en busca de su supervivencia. El final de la guerra, de acuerdo con esta hipótesis, podría darse por un colapso interno ruso provocado por un empuje ucraniano en el frente. No hay una previsión de victoria rusa, toda vez que su campaña militar exitosa depende de su capacidad de mantenerse cohesionada ante una multitud de adversarios externos y un bloqueo militar, económico y diplomático sin precedentes.
La estrategia de Kiev, respaldada por Occidente, radica en horadar en el frente a Rusia, siguiendo una estrategia de desgaste, para profundizar sus contradicciones internas y llevarla a una crisis extrema en el poder que diluya más el poder de Putin. En ese sentido, el valor militar de sus brigadas no es tan importante por su potencial militar como por su capacidad de contribuir a un cambio político en la retaguardia profunda de su adversario, en donde reside y se decide el núcleo de poder de Rusia.
Por eso, a pesar de los reclamos de algunos especialistas militares sobre la velocidad de la ofensiva lanzada hace un mes, Kiev no arriesga todo su nuevo capital bélico. Cuida los recursos y prevé una respuesta desesperada de Putin, como una huida hacia adelante, un todo o nada en la guerra.
La excesiva atención militar que recibe Bajmut tiene la lógica de buscar un avance allí donde Wagner se ha retirado, después de haber conseguida la única victoria rusa en un año, desde la caída de Mariupol. Mostrar las consecuencias de la disputa entre el líder y su chef es un mensaje categórico para la sociedad rusa. Y, sin duda alguna, luego que Putin pasara a Wagner del sitio de los héroes al fango de los villanos, el silogismo puede ser entendido por el más básico de los 149 millones de habitantes de Rusia.
¿Significa esto que Prigozhin y Kiev coordinaron sus esfuerzos, como lo sugirieron los documentos filtrados del Pentágono? No hay más indicios que aquellos documentos de dudosa veracidad. Lo más probable es que haya coincidencia de objetivos políticos. Ambos saben que la fortaleza de Putin es un obstáculo para sus objetivos. Los medios para deteriorarla toman caminos diferentes para llegar al mismo destino.
Putin inició esta guerra en 2014, y con su debilitamiento o salida del poder es más fácil suponer un fin del conflicto, negociado desde una posición de debilidad con el actual jefe del Kremlin o con su sucesor, que podría tomar como propia la demanda de los sectores internos de Rusia descontentos con el resultado que está teniendo la guerra para Rusia y sus negocios. El objetivo de sacar a Moscú del sitio de amenaza se cumple en cualquiera de los dos escenarios: con un Putin debilitado y Rusia degradada militarmente o con una sucesión en crisis permanente por las disputas internas.
En el campo militar y estratégico, Rusia está acorralada. La idea de un ataque nuclear como medida desesperada conduciría a una confrontación directa con la OTAN. Si durante el motín el presidente ruso no logró que sus unidades frenaran a Wagner, es lógico dudar que, en una situación desesperada en Ucrania, Putin tenga los apoyos en el estamento militar que necesita para completar los protocolos de uso de su instrumento nuclear.
Para Occidente, no hay negocio más lucrativo que sostener el apoyo a Ucrania, porque sabe que con Putin en el poder es imposible una negociación para resolver la guerra, comenzar a incorporar a Ucrania a su esfera y recuperar lo invertido. Reponer cada tanque perdido o cada proyectil utilizado contribuye a acercarlo a sus objetivos. Es ahora que debe hacerlo. La premura con que auxilia a Kiev muestra la urgencia del plan para evitar una guerra más larga y costosa para sus presupuestos.
No importa cuantos muertos reporte cada bando en la actual ofensiva ucraniana. A un mes de iniciarse, Rusia perdió ya 25,000 hombres en el frente. Son los hombres de Wagner que dejaron sus filas durante el motín. Es una división y media de veteranos o un 10% de la fuerza de combate que despliega Moscú en las trincheras. Sin su fuerza ofensiva, el mando ruso pierde eficacia en el momento que más necesita hacerse fuerte en la guerra.
Con toda su carga genocida, Prigozhin es la competencia y evidencia viva de la debilidad de Putin y un desafío constante a su poder. Desde su nueva base en Osipovichi, en Bielorrusia, Prigozhin ha vuelto a llamar a la rebeldía, al pedirles a sus hombres que no firmen contratos con el Estado ruso. Aunque la propaganda intentó deslizar que todo era una jugada para posicionar a Rusia a 200 kilómetros del flanco norte de Ucrania, las nuevas arengas contra el Kremlin desacreditan todas las interpretaciones que buscan salvarlo de la degradación política.
Si Prigozhin buscaba construir su propia escalera hacia el poder, solo podía lograrlo a expensas de su antiguo socio. Derrocar a Putin quedaba fuera de las posibilidades de Prigozhin y sus socios ocultos, queda claro. Pero si su meta era mostrarse como un polo alternativo a futuro, logró su cometido.
Putin puede reconstruir su poder, es cierto. Pero esa capacidad depende mucho del resultado de una guerra en donde sus fuerzas están hace un mes en retirada y ahora perdieron el as de Wagner bajo la manga.
Luego de Bajmut y de la salida de los mercenarios de Prigozhin, no hay indicios de una victoria rusa en el horizonte. La traición de su chef lo dejó expuesto y en su momento de mayor fragilidad desde 2001. Si ese era el objetivo del jefe de Wagner, fue exitoso. ~
Escritor y periodista argentino.