Las balas destinadas a matar al periodista Ciro Gómez Leyva fueron detenidas a centímetros de su cabeza por un vidrio laminado de seguridad. Una le habría arrancado la vida de frente, otra de lado. Ninguna lo hizo, pero eso no significa que esa pólvora malintencionada no haya conseguido algo.
Ignoro si el carácter de Ciro es a prueba de pesadillas, pero estoy cierta de que este episodio cambia su vida y la manera en la que hace su trabajo.
No me malinterpreten. El valor de Ciro como periodista es de sobra conocido y su profesionalismo lo precede, pero no será fácil para él en estos días subirse a un auto, ir a comer, publicar un video sobre grupos armados, opinar sobre funcionarios corruptos, investigar policías, registrar actividades del crimen organizado o de banditas locales. No, no será fácil.
No será fácil tampoco ir a una posada, detenerse en un semáforo, quedarse solo en casa, ir por un café a pie.
Piensen en ello al reflexionar sobre el fallido ataque que sufrió Gómez Leyva. Está bien, está vivo, pero este no es uno de esos momentos que se acaban cuando no se concreta el objetivo. Alguien quiso acabar con su vida, pero el verbo puede todavía ponerse en presente: alguien quiere acabar con su vida.
Alguien, además, que puede, y puede porque tiene con qué y el escenario le ayuda. ¿A qué me refiero? A que tiene armas y recursos, a que opera impune en este país violento donde a los periodistas se les vuelve vulnerables desde el poder. Nada de eso cambió tras el fallido atentado. Para que el episodio quedara en el pasado tendríamos que ver 1) que las autoridades resuelvan el caso y apresen a los culpables, 2) que los indicadores de impunidad y homicidios bajen y 3) que cambie el ambiente político que hace de los periodistas los enemigos del régimen.
El secretario de seguridad de la Ciudad de México, Omar García Harfuch, se zambulló en el caso sin remilgos y todo indica que está haciendo un trabajo profesional para dar con los responsables directos de los disparos. No hay certezas sobre el resultado, pero sin duda es alentador y positivo que García Harfuch esté haciendo su papel de Holmes de las Lomas.
En las otras dos dimensiones no solo no hay actividad favorable, tendencias positivas o cambio de rumbo, sino que, por el contrario, hay elementos que refuerzan su naturaleza negativa. Me refiero por un lado a la impunidad general y por otro, a la hostilidad específica del presidente de la república hacia los periodistas. Esa hostilidad no cesa ni con balas silbando en el tablero. Por un momento, ingenua de mi, creí que la notoriedad de este capítulo en la negra historia que se escribe del periodismo en México, produciría un cambio en la actitud del poder. Creí, por un segundo, que esta lección sí llegaría a Palacio Nacional.
¡Cuatro años y no aprendo! si algo caracteriza al actual presidente es su tozuda consistencia. No sólo no dejó de agredir verbalmente a los periodistas, sino que profundizó su enemistad con el gremio al gritar a los vientos que la víctima es él.
Ciro Gómez Leyva vio la muerte a unos centímetros de su rostro pero el poderoso presidente mexicano quiere hacernos creer que el que sufre es él. Y, como siempre, le funciona: el chantaje emocional tiene efecto en una parte importante de la población, la más propensa a quererlo y creerle.
Así, el grave atentado contra Ciro Gómez Leyva, contra los periodistas, contra la libertad de expresión, contra la vida de un mexicano, contra el valor de muchos trabajadores de la comunicación, no se detuvo en el vidrio blindado. El ataque a Ciro no pasó. El ataque continúa pasando, en horrible gerundio.
es politóloga y analista.