Dos miradas irreconciliables sobre la reforma electoral

Morena llevará a cabo la reforma electoral sin dialogar con las voces que la critican. Una conversación entre ambas posturas revelaría la distancia abismal entre ellas.
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El gobierno de Claudia Sheinbaum ha inaugurado formalmente los trabajos para una nueva reforma electoral de gran calado. Ya eligió a los articuladores, desde el Poder Ejecutivo, y ha decidido hacerlo con foros abiertos pero sin oposición sustanciosa en el Congreso o en la comisión encargada de la reforma. También ha marcado el rumbo: menos dinero a partidos, más representación mayoritaria y reingeniería de árbitros electorales.

Este gobierno tiene la fuerza para impulsar la reforma que anhela Morena y de ahí hay que partir. Este no es un debate abierto y no tiene sentido discutir como si lo fuera y como si hubiese posibilidad de alterar o matizar cambios concretos. El proceso está cerrado desde el origen: solo observaremos cómo se fijan las reglas.

Sin embargo, todavía creo que vale la pena detenernos en algo, aunque sea como ejercicio retórico: contrastar las miradas. No para encontrar un punto medio –sorpresa: no lo hay–, sino para entender las lógicas que se enfrentan. Mi postura es contraria a esta reforma, pero intenté escribir también la voz del poder tal como creo que la concibe, sin ironía ni caricatura, con sus propios argumentos y su propia lógica interna. El contraste es brutal, y quizás ahí radique el único valor que todavía tiene esta conversación.

El proceso

Para los impulsores (el poder), la reforma no requiere de un diálogo infinito con quienes no representan la voluntad mayoritaria. El Ejecutivo y la mayoría legislativa tienen el mandato que les dio el pueblo y su obligación es usarlo para transformar el sistema. Negociar con quienes perdieron en las urnas solo para mantener una “pluralidad” aparente es prolongar inercias y frenar cambios necesarios.

Para las voces críticas, el hecho de excluir a otras fuerzas políticas del diseño de la reforma contradice el espíritu de la democracia. El mandato electoral legitima gobernar, no alterar las reglas sin contrapesos. De hecho, decidir unilateralmente sobre el sistema electoral es como cambiar las reglas del juego mientras el partido está en curso y eso le da más ventaja al que ya la tiene. El consenso valida y le da fuerza a los cambios.

La pregunta incómoda

Para los impulsores (el poder): ¿Por qué arriesgar el rumbo nacional en nombre de una legitimidad que ya dieron las urnas? Abrir el juego permite que se cuelen intereses contrarios al proyecto y el proyecto es el correcto. Precisamente por eso hay que garantizar que quienes tomen decisiones clave respondan al mandato mayoritario, no a una minoría ruidosa o a intereses disfrazados de ciudadanía.

Para las voces críticas: ¿Por qué controlar todo el sistema electoral si ya tienen la mayoría y la popularidad de Claudia Sheinbaum es alta? La impresión es que buscan cerrar el juego y cometen el error de creer que siempre tendrán la razón, impidiendo a los electores cambiar de opinión o rotar élites. El pluralismo es un riesgo para el partido en el poder pero es oxígeno para las sociedades, que por cierto son siempre diversas y no homogéneas.  

Modificaciones al INE

Para los impulsores (el poder), el árbitro electoral debe ser eficiente, austero y leal a las reglas que la mayoría establece. Reestructurarlo y reducir su presupuesto evita que se convierta en un poder autónomo que bloquee a un gobierno electo. Las nuevas reglas garantizarán que organice elecciones sin interferir en el mandato popular.

Para las voces críticas, un árbitro electoral que depende del poder al que debe vigilar deja de ser árbitro, pero ciertamente no es intocable. Una reingeniería es bienvenida siempre que se cuide y se reserve su autonomía. Más dinero o menos, otras formas de designación y cambios en la tubería deben hacerse siempre en ese sentido. La lealtad no es una virtud requerida en el árbitro. La objetividad, sí.

Bolsa para partidos

Para los impulsores (el poder), recortar recursos a partidos sin respaldo real en las urnas es justo. Gastar en partidos es mantener a una casta burocrática que no representa a las mayorías. Los partidos deben buscar que su militancia aporte lo necesario para operar.

Para las voces críticas, la reducción de recursos y las restricciones a nuevos partidos empobrecen la oferta electoral. La reducción de recursos oficiales afecta más a quienes están en la Oposición que al partido que gobierna y que por ello tiene infraestructura, dinero, recursos humanos e incentivos para otros poderes económicos (legales e ilegales).

Impacto en la gobernabilidad

Para los impulsores (el poder), la democracia no debe ser un catálogo infinito de opciones, sino la capacidad de un país para tomar decisiones y blindarlas para que no haya políticas erráticas. Un sistema menos fragmentado concentra la responsabilidad, reduce la inestabilidad y asegura que el rumbo elegido por el pueblo se cumpla.

Para las voces críticas, impacto en el pluralismo. La democracia no se agota en la gobernabilidad. La diversidad política es una protección frente a abusos y errores y una puerta de salida. Limitarla puede dar estabilidad a corto plazo (no siempre), pero consolida (siempre) sistemas hegemónicos que derivan en gobiernos autoritarios que a su vez son el germen de regímenes crueles.

Conclusión

Para los impulsores (el poder), esta reforma no es un capricho, sino una herramienta para blindar el proyecto que millones eligieron. No se trata de abrir la puerta a cualquiera, sino de cerrarla a quienes, con pocos votos, quieren frenar los cambios.

Para las voces críticas, esta reforma afina un sistema diseñado para reducir la competencia y conservar el control. Una vez fijada, esta cancha inclinada será casi imposible de enderezar. Lo que se decide es el perímetro mismo de la participación política real en México.

Este ejercicio no pretende reconciliar las dos miradas ni convencer a nadie de cambiar de lado. El contraste, además, no cambiará el resultado; dado el inmenso poder que tiene hoy, será la postura del gobierno la que se imponga. ¿Para qué lo escribo entonces? Quizá solo para dejar registro de la visión que –por ahora– ha perdido.


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