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Foto: Marilyn Alvarado Leyva / Repositorio Península, flickr.com/photos/78592498@N02/7284704006, CC BY-NC-SA 2.0

Hospitalidad

Sería bueno mejorar el desarrollo centroamericano, pero lo importante es organizar la hospitalidad legal a los centroamericanos que buscan refugio o mejoría, y reducir al mínimo el tráfico ilegal.
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La especie humana es migrante desde sus orígenes. Surgió en África y fue cubriendo el planeta en migraciones sucesivas, a pie. La multiplicación de medios de transporte cada vez más rápidos intensificó el proceso. También facilitó las migraciones transitorias, imposibles a pie.

Las primeras fueron pequeñas y definitivas: para establecerse en otra parte. Las últimas son masivas y transitorias. Estudiantes (por años), trabajadores (por meses) y turistas (por semanas o días) no viajan para quedarse en otra parte, sino para “enriquecerse” de alguna manera, aunque algunos acaben por establecerse donde fueron a estudiar, trabajar o visitar.

Es distinto el caso de los que huyen de catástrofes naturales (inundaciones, ciclones, tsunamis, terremotos, erupciones volcánicas) o políticas (la guerra, el terrorismo, la violencia, el genocidio nazi, soviético, maoísta, polpotiano). Buscan refugio transitorio, mientras pasa el peligro, con la esperanza de volver.

La migración puede llegar a una región deshabitada (algo cada vez más difícil) o poblada. Puede ser bien recibida (y hasta promovida) o rechazada. Los turistas pueden ser mal vistos, como invasión que provoca aumentos de precios. Los trabajadores pueden ser mal vistos, como competidores que roban oportunidades de empleo. Esta ambivalencia es milenaria, y se refleja en dos palabras opuestas: hospitalidad y hostilidad que derivan de la misma raíz indoeuropea (ghos-ti, “extranjero”).

La hospitalidad se da en todas las etnias estudiadas por los etnólogos. Es encomiada en la Biblia, desde el Génesis hasta el Nuevo Testamento. Kant la sitúa como principio de La paz perpetua en un mundo cosmopolita: el derecho del extranjero a llegar sin ser tratado como enemigo, porque el planeta es de todos.

Las Naciones Unidas aprobaron desde 1948, sin un solo voto en contra, la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que establece el derecho de circular libremente (artículo 13) y el derecho de asilo (14).

Pero hablar de hospitalidad incondicional y sin límites es utópico. Y hablar de hospitalidad al forastero no es hablar de multitudes. Hay que distinguir: Las multitudes desorganizadas que huyen buscando refugio. Las operaciones de rescate organizadas por la Cruz Roja. Los grupos de visitantes organizados por agencias turísticas. Las caravanas de migrantes ilegales organizadas por traficantes de personas (con frecuencia abandonadas, cuando no maltratadas y robadas). También hay que distinguir la esperanza de emigrar para mejorar, de la fuga en busca de refugio.

Los primeros pobladores de América no fueron originarios del continente, sino migrantes que llegaron a pie, durante siglos. A medida que los nuevos fueron llegando a regiones ya pobladas, hubo conflictos. También los hubo cuando pasaron de recolectar y pastorear a sembrar. El dicho: “No hay que poner puertas al campo” es una reclamación del pastoreo contra la agricultura, que pone cercas y no deja pasar rebaños. Finalmente, todos fueron desplazados, esclavizados o muertos por los conquistadores y migrantes occidentales.

Donald Trump, que impulsó un muro contra la migración, desciende de migrantes: su abuelo paterno emigró de Alemania, su madre de Escocia. La Unión Europea, que suprimió la visa y las aduanas entre sus miembros, construye un muro en las fronteras de Grecia.

Los traficantes de ilegales hacen un negocio transportista ilícito. Los clientes que se arriesgan a viajar así, y pagan por el servicio, no son los más pobres de su país ni los de menor escolaridad. Suelen tener éxito, ahorrar casi todo lo que ganan y enviarlo a sus familias.

En números redondos, Canadá, Estados Unidos y México tienen 500 millones de habitantes. Centroamérica (de Belice a Panamá), 50: diez veces menos. Si todos los centroamericanos salieran de sus países hasta vaciarlos, la población del Norte no aumentaría más que 10%. De golpe, sería un trastorno; pero no, si ocurriese paulatinamente. Menos aún si sale nada más la quinta parte, y transitoriamente.

Por supuesto que sería bueno mejorar el desarrollo centroamericano. Terminar con el sicariato en Honduras (que en 1990 tenía la misma tasa de homicidios que los Estados Unidos y ahora seis veces más). Acabar con el nuevo Somoza de Nicaragua: Daniel Ortega. Pero lo importante es organizar la hospitalidad legal a los centroamericanos que buscan refugio o mejoría, y reducir al mínimo el tráfico ilegal.

 

Publicado en Reforma el 27/VI/21.

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(Monterrey, 1934) es poeta y ensayista.


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