La nueva presidenta mexicana fue elegida en condiciones democráticas, pero tendrá la triste tarea de escribir en sus memorias que no acabó así su sexenio. Eso imagino porque pienso que cuando el poder queda atrás, algo de verdad se cuela en la evaluación individual. Si es así, Sheinbaum tendrá que registrar el papel del ejército, el envilecimiento del Legislativo, las consecuencias de la transformación lopezobradorista del Poder Judicial, el empeoramiento del equilibrio federal y, si sigue cerrando el puño, la degeneración en violencia de la participación ciudadana. A Sheinbaum le será muy difícil transferir a Andrés Manuel López Obrador la responsabilidad de la degradación política que ya hoy se expresa con violencia en los procesos legislativos.
Por primera vez una mujer gobernará el país, pero este estreno no trae consigo ni cambios ni novedades. Ni siquiera un poco de saludable incertidumbre: hay prístina claridad en el rumbo y la forma en que México será gobernado. Lo explica ella y lo muestra su partido: no hay razones para dar un giro de timón y ningún morenista, mucho menos ella, tiene incentivos para acotar las abusivas condiciones en las que se ejercerá el poder el próximo sexenio.
Debe quedar absolutamente claro que Sheinbaum no es ni testigo, ni menor de edad, ni política callada. No tiene debilidad de carácter ni es vulnerable ante su líder y no se olvide que su condición de electa no la vuelve borrosa sino que, por el contrario, le da potencia. En menos de tres semanas la ex jefa de gobierno tendrá la banda presidencial para gobernar durante seis años y esa certidumbre le confiere un poder fáctico presente que solo la ceguera analítica escatima.
Sheinbaum no es una figura de humo. Es ella la responsable desde ahora de la crisis multidimensional que ha generado la reforma judicial y es un error adjudicar a su partido o a López Obrador el escenario económico y político de este mes, como si Sheinbaum viviera en marte, estuviera de vacaciones o se hubiera colocado un manto de exoneración y disculpa. No podrá culpar a otros de las condiciones en las que llega a la negociación del Tratado de América del Norte; no podrá culpar a los diputados de Morena que ensucian la imagen del partido y no podrá culpar a nadie por la continuidad del militarismo.
Es ella. Ella es la presidenta electa y ya es poderosa.
Claudia Sheinbaum es lo que advirtió que sería: la constructora del segundo piso del régimen obradorista en México. Lo que fue imposible concretar en los cinco años de gobierno de López Obrador se hará con ella al mando y será ella quien quite las estorbosas piezas diseñadas para un Estado liberal: la división de poderes, la independencia judicial, la agencia legislativa, los contrapesos técnicos y los organismos autónomos.
No, no será ella. Ya es ella.
Sheinbaum tiene recursos y capacidad de mando, tiene formación e inteligencia. Es ella la que está diseñando el arranque accidentado de su sexenio y eso debe quedar registrado. Sheinbaum no está esperando sus tarjetas de presentación para tomar decisiones: ya las tomó. ~
es politóloga y analista.