Foto: PxHere.

Sacar la lengua y ejercer el poder

En el lenguaje del estrado hay mensajes y arquitectura. A través de la forma, los asistentes se sacan la lengua o ejercen el poder.
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Escribir que en política la forma es fondo es un cliché masticadísimo, pero sigue siendo útil: hay un lenguaje del estrado, una manera de comportarse ante fuerzas fácticas, ante subordinados, ante iguales o ante adversarios, que sirve para reforzar el lugar de cada pieza en el tablero. Por eso no es baladí comentar el episodio de la ministra presidenta que tardó en ponerse de pie en un acto conjunto con el presidente, y de los lugares que le fueron asignados a ella y al representante del poder legislativo.

No está de más subrayar que el gobierno mexicano está dividido en tres poderes iguales: el ejecutivo, el legislativo y el judicial. En actos conjuntos, todos son la novia. Sin embargo, en esta ocasión, para conmemorar el aniversario de nuestra Constitución, el presidente quedó al centro del presídium, flanqueado por un gobernador y un secretario. Al lado de estos, los titulares de Defensa y de Marina, y solo después de ellos, de un solo lado, la ministra presidenta de la Suprema Corte, Norma Piña, y el diputado Santiago Creel, presidente de la Cámara. Arrinconados a la derecha.

Esto me recuerda una bonita novela (Un caballero en Moscú, de Amor Towles), en donde el rol más relevante de una cena entre soviets lo jugaba el capitán de meseros. Él era el único que entendía de símbolos entre los camaradas recién llegados al poder y sentaba a cada quién donde correspondía para reducir fricciones o atender nuevas condiciones del tablero. Alejar a los apestados y servir el mismo vino a quienes compiten entre sí tiene su chiste.

Fallar en esa delicada tarea puede generar problemas, pero si se presta atención, se verá que fallar no es el verbo. Nunca son fallas. O casi nunca. En el lenguaje del estrado, de boda o de cena entre soviets, hay mensajes y arquitectura. En palabras llanas: a través de la forma, se sacan la lengua o ejercen el poder.

La ministra Norma Piña no se levantó cuando todos lo hicieron al entrar el presidente: ese es un mensaje.

El presidente desplazó a los otros poderes de la mesa. Ese no es un mensaje: ese es el ejercicio del poder.

Andrés Manuel López Obrador es un presidente autoritario y no es preciso que envíe señales para convencer a alguien. No, lo suyo no son señales, lo suyo es la arquitectura de su poder. En su tablero, los poderes judicial y legislativo van después de sus secretarios subordinados. Los acepta, pero allá, lejos y a la derecha, porque no son iguales. Ellos encarnan, desde la perspectiva del presidente, al pasado inmediato y a la corrupción, no a los poderes que él juró respetar. Por eso los aleja, porque puede. No para mandar un mensaje, sino para materializar la realidad de su poder. No para establecer diferencias, sino para hacerlas efectivas. No es para que suceda algo en el futuro. Es porque este es su presente. Es su poder y lo hace efectivo.

La forma es el fondo. El poder presidencial en México es eso en el fondo y ya ni siquiera apela a artilugios legitimadores simbólicos para hacer creer otra cosa. No necesita el disfraz. Al contrario: activa a sus marionetas para dejar clarísimo que se le debe respeto y que la ministra fue desatenta. Miren, se levantó 30 segundos tarde. “¡Qué desfachatez! ¡Ante el Emperador!”, dicen sus títeres.

Pero la descortesía, intencional o no, no es un acto de poder. Sacar la lengua es un acto de rebeldía y la rebeldía solo es tal cuando no se tiene el poder, es decir, cuando este lo detenta otro y en el fondo, controla la forma. ~

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es politóloga y analista.


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