Foto: Gerardo Vieyra/NurPhoto via ZUMA Press

Morena perfeccionó al PRI

Las columnas que daban fuerza a la estructura vertical, autoritaria, opaca, clientelar y presidencialista del viejo PRI son las mismas que hoy sostienen los procesos internos de Morena.
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Este mes, Morena arrancó formalmente el proceso para elegir al sucesor de Andrés Manuel López Obrador. Ojo con esta frase. No escribí “proceso para elegir al candidato que competirá por la presidencia en 2024 contra otros partidos”, porque no es así. En el imaginario morenista, como en el priista del siglo XX, el designado es el sucesor y la campaña un mero trámite.

Como en los viejos tiempos, la probable reelección del partido no descansa en un programa gubernamental, un ideario político o un registro de buenas prácticas, sino en la elección del cultivo sexenal: el gobierno-partido debe sembrar clientela mientras el presidente planta amores y odios. En campaña ya solo se cosecha.

Como el PRI, Morena privilegia la unidad, y su desafío no consiste tanto en mostrar a los electores un buen perfil (o un buen gobierno) como en evitar que los aspirantes atasquen la maquinaria cosechadora con batallas sangrientas y odios irreparables. El éxito depende de que todos se comporten.

Para decidir entre seis aspirantes, Morena ha optado por una encuesta oficial con espejos y estrictas medidas de seguridad: ninguno debe hacer campaña de contraste, no se debe debatir, hay que omitir los cuestionamientos entre ellos y eludir a los medios de comunicación independientes. En otras palabras: deben limitarse a mostrar cuerpo y sonrisa en las pasarelas oficiales.

¿Por qué hacen esto? Porque utilizan el recurso de la encuesta como el presidente las consultas populares: para legitimar decisiones, no para tomarlas. Es claro que no le están preguntando a nadie, sino que están midiendo aplausos, y la clave está en la ausencia de deliberación, el procedimiento más desestimado por el obradorismo. Sus legisladores no deliberan las leyes: las votan. Sus consejeros de partido no deliberan para diseñar unas elecciones primarias: votan la que refleje el anhelo presidencial. Sus militantes no eligen entre candidatos, votan al ovacionado. Sus clientelas no deliberan entre las alternativas de las consultas populares: votan la opción del presidente. De la misma forma, una encuesta diseñada para eludir el debate, el contraste, la crítica al oponente y la libre prensa se gana con votos-aplausos.

Morena no es el viejo PRI, pero utiliza sus cimientos, aprovecha sus pilastras, recicla sus materiales y, muy importante, aporta su propio enfoque. En distintos momentos de la historia, especialmente luego de la conquista o reconquista de territorios, los vencedores asimilaban los edificios preexistentes y usaban los mismos espacios y estructuras para mostrar su poderío. Fue el caso de algunas catedrales construidas sobre pirámides en América, o el de las iglesias sobre mezquitas en la península ibérica.

En la mayoría de estos reciclajes, los recintos se seguían utilizando para mostrar poder, proteger ideas o alojar a la nueva élite. Solo que eran otro poder, otras ideas y otras élites, construidas con las piedras de las anteriores pero fortalecidas o incrementadas con el gusto de los nuevos gobernantes.

De manera análoga, en la estructura subyacente del partido que actualmente gobierna en México se encuentran muchas columnas del viejo régimen de partido único. Estas columnas, que daban fuerza a una estructura priista vertical, autoritaria, opaca, clientelar y presidencialista son las mismas que hoy sostienen los procesos internos de Morena, pero con esteroides. Hace poco tiempo Morena no era siquiera un partido. Hoy es más de lo que fue el PRI: más eficiente, mejor adaptado, igual de voraz. ~

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es politóloga y analista.


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