Ilustración: Adam Sporka, CC BY 2.0.

Recuperar la razón

Parece que el sector que abandera la razón no existe en México, que solo existen dos pandillas enfrentadas. Es preciso recuperar el espacio de debate.
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¿Quién es el destinatario del análisis político en México? ¿Quién es el receptor de los mensajes que se envían desde los observatorios ciudadanos, los think tanks y las organizaciones civiles sobre la concentración de poder, las cuarteaduras de la democracia? ¿A quién le escribo yo, que no tengo curul, que no quiero el poder político, que trato de entender el escenario y, a veces, alertar sobre panoramas futuros? 

En la tribuna no hay confusión al respecto. El presidente les habla a los suyos y la idea central es siempre la misma: ya toca otra cosa, nos amenazan los privilegios del pasado. 

En otras tribunas más pequeñas pasa lo mismo. Los panistas le hablan a los suyos, con un mensaje que, ya sea sobre economía, militarización, democracia o seguridad, se reduce a la idea de que hay que detener a este presidente, de que hay que cambiarlo por otro. Uno suyo, por supuesto. 

¿Pero a quién le escriben, a quién le hablan los analistas y opinadores? Yo veo que entregan leña a los panistas y a otros opositores que, más que estar en contra del populismo, quisieran un populista para ellos. También veo que hacen enojar a los lopezobradoristas, como fariseos gritando en una basílica que dios no existe. 

Y claro, el dios en turno, o el mesías o su profeta, los señala: ¡son ellos! ¡Es ese periodista! ¡Es esa columnista! ¡Es ese tuitero! ¡Es ese periódico! ¡Esos son los que quieren destruirnos!

Y entonces los analistas son arrojados, como enemigos, al saco de los no creyentes, los militantes en contra. Porque sí, es cierto que sus reflexiones y alertas tienen el sello del diablo: cuestionan al dios en turno. En lenguaje secular: cuestionan al poder. 

Pero eso no significa que sean militantes del diablo o del partido contrario. Al menos no todos y al menos no siempre. Los hay, claro, que creen que el micrófono es para combatir (igual que alguien en las mañanas) y la pluma para arengar. Pero el análisis no es eso y yo encuentro no una sino decenas, muchas decenas de voces y teclados que no están al servicio de Claudio X. González, de Felipe Calderón, de Andrés Manuel López Obrador o de Carlos Salinas. Visiones que no son asépticas, pero que no forman parte de una facción. 

Eso sí, cada vez menos, porque los bandos obligan a la definición y el que ejerce el poder lo hace con fuerza y con vituperios, marcando a los críticos como rivales, empujándolos a que dejen la moderación y adopten lado. 

Da la impresión, entonces, de que ese sector, el intelectual, el analítico, el que abandera la razón; ese árbitro con autoridad y conocimiento, que acompañó procesos de modernización política en México incluso en medio de las balas de la Revolución, no existe en México. Ahora resulta que solo hay dos pandillas, con objetivos como el poder o los privilegios o la venganza o la destrucción. 

Hay que salirnos de ahí. Yo quiero debatir más con analistas que tengan razones a favor de este gobierno, a favor de la transformación del INE, de la elección popular de consejeros, de la participación del ejército en la vida pública o de las políticas presupuestales del presidente, decisiones todas que yo veo equivocadas. Y quiero debatir no para ver quién gana, sino para recuperar ese espacio, el que no era de los lopezobradoristas ni de lo que el presidente llama conservadores. Para recuperar el espacio de razón, ese que debe atemperar a los gobiernos en turno y ver sin histeria los cambios de rumbo. 

Anhelo ese debate por razones egoístas, pero también porque quiero que los ciudadanos de un lado y del otro vuelvan a escuchar y dejen de aclamar o vituperar a su bando favorito, con lo que, tengo la impresión, saldríamos de esta espiral de degradación democrática. 

Nota final: el INE está perdido, pues este gobierno tiene las canicas para transformarlo. Es un error en términos de relojería democrática, pero es también una opción de este gobierno. ¿Creen que se pueda pulir un poco? ¿Qué sería bueno que no participen los poderes establecidos en la designación de candidatos? ¿Que se divida al país en territorios para buscar un poco de pluralidad en la elección? ¿Que sea escalonada? ¿Que los partidos políticos tengan una participación transparente? Alguna manera, si pasa la reforma, se deberá encontrar. 

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es politóloga y analista.


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