Tartufo se llama el famoso impostor al que Molière dio vida para mofarse, no tanto de la habilidad de los granujas como de la disposición de ciertos incautos a ser engañados por los truhanes.
“¿Queréis […] rendir el mismo honor a la máscara que al rostro, igualar el artificio a la sinceridad, confundir las apariencias con la verdad, estimar al fantasma como a la persona y a la moneda falsa como a la buena?”, reclama uno de los personajes a los citados incautos. Sus interlocutores, con lenguaje de la época, le aseguraban tener otros datos sobre el devoto Tartufo. Pobre hombre, decían, era injuriado.
El personaje de Molière alcanzó tanta fama porque registra con humor y maestría un carácter humano que no tiene impedimentos para aparecer en todos los tiempos, con todas las lenguas, dentro de todos los espacios y en todos los regímenes. ¿Quién no conoce a un Tartufo? Y más triste aún: ¿quién no conoce a un entartufado? ¿A un desprevenido incauto, a un tonto útil o a muchísimos? ¿Quién no ha sido silenciado por un crédulo delirante?
En el mundo de Molière, la matrona, tan respetable como entartufada, para en seco las razones y las evidencias de nuera, hijos, nieta y empleada con un severo: “¡Tened la lengua!”
Y a callar.
La Tartufa del mes en México es la ministra Yasmín Esquivel, usurpadora de título universitario, plagiaria e impostora desde que se recibió. No tuvo reparo en dedicarse con trampas a cuidar la ley y aplicar la justicia (¡nada menos!), entartufando a su universidad, a sus colegas, a la sociedad y a la Suprema Corte. Lo hizo con tal gracia que duró más de 30 años como impostora.
Hoy hay quien la ve con claridad, pero aún hay entartufados: van desde los jueces capitalinos que la defendieron públicamente hasta un ex abogado general de la UNAM que sostiene con vehemencia que la pobre ministra es víctima de un retorcido juego de poderosos intereses. ¡Tened la lengua!, nos piden.
Por eso causa escozor que la Universidad Nacional Autónoma de México vaya con pies de plomo. Es como si le hubiesen exigido tener la lengua mientras le traen otros datos.
El alboroto producido por Guillermo Sheridan se volvió escándalo porque la UNAM certificó el plagio de tesis. El dictamen está dado. El juicio está resuelto. No falta un debido proceso. La tesis de 1986 es un plagio de la tesis de 1985 y la mentora de ambos trabajos y 500 más ha sido despedida de la institución. No es que falte una sanción a la ministra. Es que falta una resolución de la UNAM ante la vulneración de sus títulos, esos que dan sentido a los estudios universitarios.
Si la actitud de la institución obedece a la prudencia ante un presidente que gusta de destruir instituciones, hay salidas. Puede decidir que los títulos son tan inviolables como sellos del Rey Salomón. Puede decidir que no quitan el título pero inventan una categoría de desconocimiento académico. En fin. Lo que no podían hacer era explicarnos que ante el vacío legal ya no podía hacerse nada. Eso claramente es falso. Muchos juristas mostraron caminos, y aquí va otro.
La UNAM, como cualquier institución, juzgado o hasta convocatoria a un concurso de cuento, tiene previsto que haya situaciones no previstas. En una convocatoria, normalmente se dice: y lo no contemplado será resuelto por el jurado. Un juez, aunque no lo crean, también tiene salidas ante los vacíos jurídicos. Bueno, no. No salidas. Obligaciones. Un juez está obligado a resolver, y si el caso no está con todas sus letras en la norma, lo hace con principios generales del derecho o por analogía. Para completar la redondez del proceso, hay métodos de revisión.
La UNAM felizmente posee su propio método para resolver casos no previstos. Todos los asuntos que no caigan en la competencia de ninguna autoridad universitaria, dice el artículo 8 de su Ley Orgánica, serán competencia del Consejo Universitario, cuyos acuerdos tienen métodos de revisión: el rector puede vetarlos y entonces toca resolver en definitiva a la Junta de Gobierno. La norma no dice cómo, pero dice quién. Si eso violenta derechos, todavía puede revisarse en tribunales.
Del mensaje del rector Graue del 20 de enero puede entreverse que la institución retoma el camino que inicialmente se mostró cerrado. Siendo un camino desconocido, es difícil saber qué pasará, pero deben quedar claras dos cosas: 1) la autonomía sí tiene caminos de decisión y 2) el rector no debe verse como el decisor: debe protegerlo en la decisión la maquinaria universitaria, que para eso tiene sus engranes.
Nadie podrá decirle nunca a la UNAM: ¡Tened la lengua!
A los ministros de la Suprema Corte parece que sí. ~
es politóloga y analista.