I.
En Argentina todo se funde, o se funda, de nuevo. No se entiende el gobierno de Javier Milei sin apreciar que el plan del León, uno de sus apodos, es la fundición acérrima de todo lo que lo precede. La ambición de Milei no es crear un gran partido: quiere ser una era, con sus mármoles, rapsodas y églogas. No quiere cooptar al peronismo, ni aplacarlo (los presidentes no peronistas suelen acercarse cautos al peronismo, como quien susurra cariño a bestias ágrafas). Milei no. Quiere suplantar al peronismo de cuajo, escupirlo en el piso, aplastarlo mientras estrangula con la otra mano al PRO; a este disfruta especialmente de vaciarlo, llevándose a sus cuadros técnicos. Milei juega a ser César, pero desea con fervor que lo llamen Calígula. Si pudiera untarse el cuerpo en la leche de machos cabríos para elevar su índice de masculinidad tóxica, lo haría.
II.
Para Silicon Valley, Milei encarna un Che Guevara del capital, con el mismo pregusto por la revolución violenta y el look rough del inconformista radical, que los gringos saben identificar con lo latinoamericano. Milei cometió una audacia impensable: se puso a venderles el sueño americano a los americanos. Cuentan que, durante la primera gira del León por Silicon Valley, el billonario tech Marc Andreessen escuchaba a Milei estupefacto, tomando notas. La fascinación había comenzado en la primera aparición de Milei en Davos, en 2024: el discurso fue visto como un papelón excéntrico para la crème de la crème del foro, y nadie pareció notar que Milei usaba esa audiencia para llegar a otra: no quería hablarle a esa elite, sino a los que la odian: a la elite antielite, a los patriarcas tecnocapitalistas.
Milei pronunciaba lo que no podían decir, lo que se habían entrenado en disimular: la creencia profunda de que los monopolios no deben ser intervenidos por el Estado, que todo impuesto es robo, que oponerse a la creación de riqueza es de comunistas; para el 1% del 1%, fue como si de pronto despertaran de la pesadilla. Todo va bien, hasta que el puño del León (su garra humana) empieza a temblar de manera característica. Es la alarma que detona la irrupción de su hermana Karina, lista para extraerlo de la reunión.
III.
Un día de enero de 2025, Milei baila YMCA, el otrora éxito gay de The Village People, en la fiesta de la inauguración de Trump, y Kristallina Georgieva, jefaza del FMI, declara que Argentina es “uno de los casos más impresionantes de la historia reciente”. Al otro, Milei vuelve a Davos y carga su discurso de contenido ideológico duro (antiaborto, anti ideología de género, antitrans). Si en el primer Davos había tendido la línea de comunicación con sus inversores, en Davos 2 la tarea es asegurarlos. Que sepan que este es un gobierno de machazos convencidos, de misiones compartidas y lazos de confianza mutua. El León sigue vendiendo su revolución de hombres nuevos, los renacidos del capital; en un giro imperceptible, el alegato anti “ideología de género” del León lo reconecta misteriosamente con el primer Che Guevara, de marcada postura antihomosexual.
Davos es un ring y, tal como Greta Thunberg hace cinco años, Milei usa la niñez para tirar sus golpes bajos. Del “¿cómo se atreven (a robarme mi juventud)?”, de Greta, pasamos a Milei “¿Cómo se atreven a meterse con los niños? ¡Pedófilos! ¡Quisiera ver quiénes son!” Como sea, Milei demuestra tener instinto para posicionarse en el nuevo consenso de Washington: el club de machotes lobunos.
IV.
La felicidad del FMI no suele espejarse con la del pueblo argentino, pero a juzgar por los índices de aprobación de la política económica de Milei, el FMI y el pueblo argentino se pusieron de acuerdo. Más que una luna de miel, el primer año de Milei es un salto de tiempo cuántico. Es como si en un año hubieran pasado cinco, aunque de pronto estamos en 1995: cuando la estabilidad de Carlos Menem era un hecho consumado, la paridad con el dólar era una realidad y la Argentina era carísima, más cara que Madrid o Nueva York. Igual que con Menem, el gobierno del León tiene eso que enamora a la clase media, el “peso fuerte”. Porque si Argentina es cara, es que los otros son baratos. El primer verano de Milei tiene a mis coterráneos paseando por Brasil, Europa y Chile y comprando de todo. La sensación de gratitud hacia Milei es automática; el detalle es que Argentina es cara porque el libertario mantiene la carga fiscal más pesada del planeta. Si Zara cuesta 10 veces más de lo que cuesta en España, es porque los impuestos de la importación continúan; si los electrónicos son caros, es porque Nicky Caputo (pariente del ministro de Economía) y sus amigos siguen levantando plata a paladas gracias al régimen tributario de Tierra del Fuego. Pero todo eso está a punto de disolverse en el aire, me aseguran.
La sensación de retorno de los nineties se refleja en la moda: vuelven los corsets, los anteojos alargados, los vestidos de encaje transparente que solo llevarían escorts en funciones. Argentina se piensa como una isla: es en comparación con el mar cuando adquiere su valor. Como antes, en los 90s de Milei ser gay ya no es mainstream estatal sino minoría cool.
V.
Pero en el punto que Milei se aleja de los alfa machotes a los que quiere pertenecer es, alas, en el plano personal; y es que su elección amorosa lo deja mucho más cerca del “zurdito empobrecedor” Emanuel Macron. “Yuyito” González es, en efecto, la Brigitte Macron argentina. Una mujer mayor que él, que Milei conoce como la mujer de otro y a quien le habría dedicado sus púberes ardores telemáticos, como Macron a Brigitte (cuando Milei vivía dando notas en los medios, antes de lanzarse a presidente, dedicó referencias explícitas a su inspirado onanismo). Yuyito duplica ese vector de deseo: no solo era la amante de Carlos Menem, único prócer político del siglo que reconoce Milei, sino que Yuyo también salió con Erman González, el pequeño ministro de Economía del riojano. Estar con ella es como tener una cita, o varias, con la Historia.
Gracias al amor León-Yuyito, los argentinos viven escenas que deberían sepultar para siempre los análisis que asocian a Milei con los populismos conocidos. Lo de Milei es de absolutamente otro calibre. Yuyito conduce un programa de cable en el que habla a la cámara como si fuera Milei; ¿Alcanza eso para sentirte Milei un rato? A veces Yuyo trae unos muñecos de madera que representan a Milei y a ella, a los que hace besarse para la cámara. También toma un Pequeño Pony y se monta sobre él. A veces Milei va al programa y entre los dos tratan de atenerse a un guión acerca de las horas en las que se despierta el mandatario; el momento alcanza un cringe de altísima pureza, “sos muy madraza”, concluye Milei, rozándola apenas con los dedos, manteniéndose lo más lejos posible.
VI.
De lo que no se puede hablar hay que callar, escribió Wittgenstein, quizás en broma, quizás en serio; como sea, esa frase del Tractatus es la posición oficial de Presidencia. El gobierno de Milei grita, a la vez que promueve un ejercicio de la disciplina y el silencio. En Argentina volvió el miedo a hablar, me comenta un hombre fuerte de la ciénaga de los medios. Para algunos es más serio que para otros: ciertos periodistas son hostigados en X, mientras otros reciben cartas documento (mensajes con valor legal) y se les niega acceso a la información. Bromas si se lo compara a la persecución ideológica de un Nicolás Maduro, pero sin duda un eje central de cómo se piensa y actúa la manada política. La agresividad de Milei es replicada por sus centuriones trolls. Su “guardia pretoriana” son guerreros populares en X. Se los conoce como “gordos”: ese detalle estético pasa por un rasgo popular, que disimula su comportamiento de élite iluminada (intolerable si además fueran estilizados y lindos). Si hay un rasgo fascista, pero tiene onda popular, es decodificado como de orden peronista: exactamente lo que se quiere lograr.
Para favorecer la conversión, Milei hace una apropiación estentórea de las peores costumbres del kirchnerismo. Hace suyos los recuerdos populistas de la persecución ideológica como un emperador se apropia de las fiestas paganas y se le da por inventar, en ese mismo día, la Navidad. Primero funde, luego funda.
VII.
Mi uber me cuenta que, a sus 78 años, trabaja el coche unas diez horas por día, todos los días. Desde que llegué a Buenos Aires, los taxistas se deshacen en elogios ante la nueva administración que controla la calle y terminó con los piquetes. La ciudad fluye como nunca, es cierto; pero este señor calvo y menudo se encorva sobre el volante. Yo extraigo sigilosa mi libretita: acaso di con un jubilado que debe conducir todo el día para poder comer.
“¿Milei? Es la primera vez que estoy feliz con lo que voté. ¿Sabés la plata que hago acá arriba?” Exagera, se manda la parte, un auténtico porteño de clase media. Calcula unos 2 mil dólares en dos semanas y planea comprarse otro coche. “Me hace bien trabajar. Te hace bien en lo cognitivo, si no a mi edad te caés. Los que se quejan no quieren trabajar. Ojalá se reelija el León, lo voy a votar siempre. Ahora Boudou va a devolver lo que robó, son millones”. Se refiere a Amadeo Boudou, exvicepresidente peronista (2011-2015) y se engolosina con las cifras. Un capitalismo cognitivo, que vocifera premios y castigos palpables para quienes pueden disfrutarlos.
VIII.
La estabilidad conseguida por Milei es un tributo del Loco, otro de sus apodos, a la salud mental argentina. Pasan cosas nuevas, formas locales del progreso: algunos mendigos aceptan limosna vía QR de Mercado Pago. Que sea un loco quien ejecute lo racional es la paradoja que alimenta el fuego psíquico de la máquina Milei. La narrativa subterránea es que vivíamos en la locura, y nadie mejor que un loco para entenderla y curarla, haciendo estallar el Estado. Los tantos años de psicoanálisis (que enseñaron a los argentinos a ser indulgentes con sus fracasos, y a tolerar el fracaso constante del país) son apenas precursores de Milei. El resto, por ahora, es retórica, muecas, contorsiones, la sobreactuación macha del León.
Pola Oloixarac es escritora y autora de "Las teorías salvajes", "Las constelaciones oscuras", "Mona" y "Galeria de celebridades argentinas". Su última novela es "Bad Hombre" (2024, Penguin Random House).