Foto: INE

El INE y los saldos de una sucesión

Aunque es pronto para saber de qué forma seguirá el INE haciendo valer su autonomía, cabe preguntarse quiénes pierden y quiénes ganan al terminar el relevo en el instituto.
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Hace apenas unos meses anticipábamos la desaparición del sistema electoral mexicano como lo conocemos. Poco queda de aquella cantinflesca explicación del presidente López Obrador para justificar, primero, su plan A, luego el plan B y finalmente un deslavado plan C.

Pero ya sabemos que la primera saboteadora de los deseos presidenciales es su propia grey. Una ley aprobada atropelladamente en el Congreso le puso en bandeja de plata a la SCJN un motivo ideal para, eventualmente, declararla inconstitucional. Violando el más fundamental proceso legislativo, el Plan B está contra las cuerdas y muy difícilmente (ojalá así sea) verá la luz más adelante.

Hay que ver la toma de protesta de la nueva presidenta del INE, Guadalupe Taddei, como el inesperado acto final de una ópera bufa que el gobierno lopezobradorista montó para domar uno de los pocos órganos autónomos del Estado que se le han resistido.

Bien vale la pena preguntarse qué lecciones deja un episodio histórico que involucró directamente la actuación de los tres poderes de la Unión y la autonomía de la institución que ha garantizado la transición pacífica del poder en los últimos años. ¿Quiénes pierden y quiénes ganan al caer el telón del relevo institucional en la casa de la democracia?

Gana la ciudadanía que alzó la voz y elevó el contexto de exigencia para defender una institución pública que cuenta con un respaldo social mayoritario.

Gana el INE, que se consolida como la principal institución del Estado mexicano garante de derechos político-electorales. Una victoria que luce más ahora que la CNDH ha involucionado a un marchito remedo burocrático (¿ha dicho algo su presidenta sobre los 40 migrantes fallecidos en las instalaciones del INM o solamente se pronuncia para defender y legitimar las iniciativas de ley provenientes del Palacio Nacional?).

Gana el poder judicial y, particularmente, la SCJN, que da muestra de ser un contrapeso fundamental en medio de la terquedad sistemática del presidente por hacer del poder un monopolio delirante. Ante la miopía presidencial de gobernar para sus simpatizantes atropellando a sus críticos, la Corte ha sabido ejercer sus facultades, dando muestra de autonomía y responsabilidad. Incluso, a pesar de ministros en entredicho que gustan de los bailes en TikTok o de firmar ideas ajenas como propias.

Pierde el presidente en su atrabancada apuesta por hacer del INE un campo de batalla más, en donde lo único que está en juego es su narrativa franciscana y su ego tropical. Lo repitió hasta el cansancio: queremos que los consejeros ganen menos que el presidente, aunque todavía no puede reconocer que sus remuneraciones rebasan por mucho las de cualquier otro funcionario del Estado mexicano. ¿O hay alguien más en México viviendo en un Palacio con cargo a nuestros impuestos?

Pierde Morena por tres motivos distintos pero complementarios. Primero, porque sus legisladores han renunciado a hacer política, a dialogar, a consensar. Tan notoria ha sido la obediencia que le deben al presidente, que aplaudieron una “tómbola legislativa” como la mejor manera de legitimar las nuevas designaciones en el Consejo General del INE. El azar como mensajero de la pureza política que tanto entusiasma a su presidente. La mano de un dios fortuito que sustituye a los acuerdos y el diálogo parlamentario.

Pierde, también, por la distinguida mezquindad de las intervenciones de sus representantes ante el Consejo General de INE. Elocuentes productores de su propio show, los representantes de Morena miran directo a las cámaras de televisión para interpretar el libreto que les han redactado en Palacio. Han ensuciado la mesa con una retórica de vodevil más cercana a la villanía de telenovela que a la responsabilidad de pertenecer a un colegiado. Toda ópera bufa tiene a sus mequetrefes, y desde la creación del IFE en el 91 no se había visto un histrionismo tan enjundioso como el de estos cuatro debutantes. Va a ser difícil que alguien los supere.

Y pierde la dirigencia del partido, que deberá reportar al presidente un nuevo fracaso político al no consumar el asalto a la institución que más aborrece el presidente. El tono pandilleril de Mario Delgado quedará grabado para la antología política de la infamia.

Pierde el órgano interno de control del INE, que no ha dejado de actuar como un instrumento del gobierno para amedrentar funcionarios y anunciar como corrupción consumada actos administrativos que se encuentran bajo revisión. Renunciando a todo profesionalismo, hay un contralor volcado al servicio del partido en el poder, obsesionado por desenterrar su propio Segalmex en el INE, inventar su propia “estafa maestra” que le permita ascender al siguiente nivel en la política de la zanahoria que tanto profesa.

Pierden también Pablo Gómez y Horacio Duarte, autores de este bodrio legislativo, inoperante, disparatado y carente de creatividad. Cuánto dinero ha invertido el Estado mexicano en la formación de funcionarios públicos que han recorrido por décadas los pasillos de ambas cámaras legislativas y del propio Instituto. Hoy se han convertido en redactores de una reforma electoral que atiende únicamente la mirada de los litigantes, pero no la de las garantías de la ciudadanía. Lamentable epitafio legislativo de ambos.

Por último, pierde en sus aspiraciones el secretario de Gobernación, al fallar en la principal encomienda del presidente, que Bertha Alcalde presidiera el Instituto. Obtuso como es, no tardó en querer marcarle el paso a la nueva integración del INE, convocándolos al Palacio de Covián con motivo de una reunión de seguridad en las próximas elecciones de Coahuila y el Estado de México. Aunque no por unanimidad, la nueva integración del Consejo General que preside Taddei se negó a desplazarse a Gobernación. Las formas importan. Y también por ello preocupa que la flamante presidenta haya aceptado desde ya bajar su sueldo para no incordiar al presidente en su narrativa de austeridad republicana.

Es pronto para emitir un juicio sobre la forma en la que el INE continuará haciendo valer su autonomía. Lo que sí está claro es que el intento de control morenista sobre el Instituto irá en aumento a medida que se acerque la elección presidencial del 2024. Si, llegado el día, no prosperan los cambios en la ley electoral, ¿cambiarán las consejeras y consejeros su interpretación para favorecer al partido en el poder? Eso está por verse. ~

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es investigador del CEIICH-UNAM y especialista en comunicación política.


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