Los acontecimientos del 1 de octubre en CataluƱa alimentarĆ”n la larga lista de quejas del nacionalismo catalĆ”n frente al Estado espaƱol. La incomprensiĆ³n entre las lĆ³gicas polĆticas catalanas y el orden constitucional espaƱol estĆ” en su punto Ć”lgido. AdemĆ”s de la clase polĆtica, tambiĆ©n se trata de fracturas sociales, sentimentales y emocionales que crecen hasta el punto de poner en peligro el equilibrio de toda EspaƱa. HabĆamos anticipado este āaccidente democrĆ”ticoā (Telos, 12 de septiembre de 2017). Nada de lo que pasĆ³ el domingo era imprevisible. El anĆ”lisis de los acontecimientos no puede sino llevar a un diagnĆ³stico sombrĆo. Una sociedad es presa de una patologĆa polĆtica nacionalista: la sociedad catalana. Y, como reacciĆ³n, el Estado espaƱol parece desorientado e incapaz de encontrar los puntos de diĆ”logo con esta parte integrante de EspaƱa. No vamos a retomar el hilo de las explicaciones para decir de nuevo cĆ³mo hemos llegado hasta aquĆ sino mĆ”s bien a aclarar, a partir de lo que ha ocurrido en esta secuencia comenzada el 6-7 de septiembre en el Parlamento de CataluƱa y hasta el 2 de octubre, una situaciĆ³n que se ha vuelto mĆ”s inextricable que nunca y que representa la crisis mĆ”s grave que ha vivido EspaƱa desde la Guerra Civil.
La lĆ³gica unilateral: escalada a los extremos
Las imĆ”genes de violencia policial el dĆa del voto del 1 de octubre se han presentado como una victoria mediĆ”tica de los independentistas. Para los que ignoran todo o casi todo sobre la cuestiĆ³n catalana, no hay duda de que ver a las fuerzas de orden impidiendo el acceso a un lugar de votaciĆ³n remite a imĆ”genes de otra era u otro lugar. En el caso espaƱol, convocar a los viejos recuerdos franquistas tiene una eficacia emocional garantizada. Estas imĆ”genes son mĆ”s fuertes que las de los colegios electorales sin cabinas de aislamiento, de papeletas sin sobre, de voto sin listas electorales, de urnas en la calle y llenas espontĆ”neamenteā¦ o el inverosĆmil resultado electoral presentado por la Generalitat.
Estos hechos dicen una sola cosa: el 1 de octubre simboliza el fracaso de la polĆtica. Por un lado, las autoridades catalanas han escogido una lĆ³gica de la confrontaciĆ³n para llegar a un choque irreparable. Por otro, el gobierno de Mariano Rajoy ha seguido esta lĆ³gica invocando la defensa del Estado de derecho y de la ConstituciĆ³n, pero ha caĆdo en una trampa a causa de la determinaciĆ³n absoluta de los independentistas catalanes. Precisemos que la actuaciĆ³n de las fuerzas del orden obedecĆa al mandato judicial. Esta precisiĆ³n no se hace para justificar o no la actuaciĆ³n de las fuerzas del orden sino para recordar el mecanismo del Estado de derecho espaƱol. Es importante para mostrar la asimetrĆa de las acciones que han precedido al 1 de octubre: por una parte, instituciones, la Generalitat y el Parlament de CataluƱa, que abandonan el marco legal y, por otra, un Estado que respeta la letra y el espĆritu de la ley y que ha caĆdo en una trampa.
Los independentistas catalanes han escogido esta subida a los extremos. Forma parte integrante de su hoja de ruta. En esta crisis catalana, la iniciativa siempre ha estado del lado de los nacionalistas. Podemos lamentarlo. En cuanto al discurso independentista, su mala fe es tan grande que imposibilita el debate y el diĆ”logo. ĀæEl voto del 1 de octubre era la ārecuperaciĆ³n de las libertades catalanasā? ĀæCĆ³mo se puede afirmar tal contraverdad despuĆ©s de 35 elecciones libres desde 1977, tres consultas referendarias y cuarenta aƱos de libertad absoluta de expresiĆ³n y reuniĆ³n? ĀæY cĆ³mo decirlo tras la parodia electoral de este domingo caĆ³tico?
No insistirĆ© sobre las condiciones en las cuales se votĆ³ de urgencia la ley del referĆ©ndum, durante solo una sesiĆ³n y en violaciĆ³n del Estatuto de AutonomĆa que establece que una reforma estatutaria requiere una mayorĆa de ā , aunque estas condiciones ya lo digan todo sobre el problema polĆtico de la actitud de los independentistas. La pseudocampaƱa electoral no ha sido mĆ”s que una secuencia de reacciones a las acciones judiciales provocadas por recursos del gobierno central. Del 7 de septiembre al 29 de septiembre, el ambiente en CataluƱa no ha dejado de degradarse. El presidente Carles Puigdemont ha dicho que el Estado espaƱol es un āEstado fascistaā y que las fuerzas de seguridad eran āfuerzas de ocupaciĆ³nā. ĀæEs posible que este vocabulario y esta descalificaciĆ³n vengan del primer representante del Estado espaƱol en CataluƱa? En la mente de Carles Puigdemont, lo era, porque buscaban precisamente crear lo irreparable. Es mĆ”s, ha podido aprovecharse del sentir catalĆ”n, propenso a indignarse por los ataques supuestos o reales a la dignidad del pueblo catalĆ”n. AsĆ, la deriva de las autoridades catalanas se apoya en un innegable apoyo social que da una impresiĆ³n de dialĆ©ctica entre sentimiento social y acciĆ³n polĆtica, cuando nos encontramos ante una instrumentalizaciĆ³n polĆtica de las emociones sociales. Que se le reproche al gobierno de Madrid que no lo haya comprendido es legĆtimo. Pero ĀæquiĆ©n lo ha visto de verdad?
La escalada a los extremos ha sido la lĆ³gica de los independentistas catalanes. Es la lĆnea del unilateralismo y sin duda la que triunfarĆ” en los dĆas siguientes a una declaraciĆ³n unilateral de independencia. Eso acabarĆ” por arruinar las vĆas de diĆ”logo entre Barcelona y Madrid.
Unidad solo aparente
Esta estrategia es resultado de las condiciones polĆticas del nacionalismo en CataluƱa. Si la base parlamentaria de los independentistas depende de los diez votos cruciales de la Candidatura de Unidad Popular, un partido revolucionario y radical que ya ha anunciado que en la futura repĆŗblica catalana las iglesias se transformarĆ”n en escuelas musicales o economatosā¦ La deriva independentista tiene razones endĆ³genas, pero se ve acelerada por esta ecuaciĆ³n polĆtica. El 2 de octubre, La Vanguardia, periĆ³dico liberal y catalanista, llamaba, en un editorial muy ponderado, a abandonar la lĆ³gica unilateral y deshacerse de las presiones ultrarradicales. El mantra de la independencia ha aniquilado toda racionalidad polĆtica y las acciones del gobierno catalĆ”n lo atestiguan de forma desoladora.
Eso explica la unidad constitucional que se expresĆ³ con fuerza el domingo por la tarde. Tras la intervenciĆ³n del presidente del Gobierno Mariano Rajoy, que descalificĆ³ el referĆ©ndum celebrado, el secretario general del PSOE, Pedro SĆ”nchez, anunciĆ³ su apoyo al Estado de derecho y, precisando que no compartĆa las opciones del gobierno de Rajoy, explicĆ³ que el PSOE no se equivocaba de bando. En cuanto a los centristas de Albert Rivera (Ciudadanos), apoyaron la posiciĆ³n de Mariano Rajoy. Por lo que respecta a Pablo Iglesias (Podemos), este estĆ” en una posiciĆ³n cada vez mĆ”s insostenible: ha visto coagular la protesta nacional catalana en acciones contra Rajoy y el Partido Popular. Esa es la razĆ³n por la que Ada Colau, la alcaldesa de Barcelona, no ha dejado de alinearse progresivamente con las posiciones del gobierno catalĆ”n. Ha votado en blancoā¦ Ā”pero solo el 2% de los votantes ha elegido esa opciĆ³n! Podemos no sale indemne de esta crisis en la que el partido ha mostrado que la Ćŗnica lĆnea que es capaz de seguir es la de la polĆtica de lo peor, con la idea de que una crisis importante permite un gran desbarajuste polĆtico. Uno no se hace lector de Lenin en vano.
Por tanto, el bloque constitucional no presenta una unidad muy sĆ³lida. El 2 de octubre Pedro SĆ”nchez apelaba a un diĆ”logo entre Mariano Rajoy y Carles Puigdemont. Idea ilusoria, en vista de las condiciones en las cuales podrĆa ahogarse el diĆ”logo. En cuanto a Albert Rivera, pide al gobierno que recurra al artĆculo 155 de la ConstituciĆ³n, lo que permitirĆa suspender la autonomĆa de CataluƱa. Esta suspensiĆ³n serĆa el preludio al regreso de la vida normal a travĆ©s de unas elecciones autonĆ³micas anticipadas en CataluƱa. En realidad, la gravedad de la crisis es tal que los cĆ”lculos polĆticos de unos y de otros impiden tomar la verdadera medida para proponer una soluciĆ³n creĆble y duradera. No se trata de calmar por unos aƱos la cuestiĆ³n catalana. Se trata de dar una respuesta.
ĀæY ahora?
En sus Ćŗltimos mensajes reales, el rey Juan Carlos lamentaba los tiempos de āla gran polĆticaā y evocaba la Ć©poca de la TransiciĆ³n (1976-1978). ĀæSe recuerda en Francia, pero tambiĆ©n en EspaƱa, que entre los siete redactores de la ConstituciĆ³n habĆa dos catalanes (Miquel Roca y Junyent entre los nacionalistas y Jordi SolĆ© TurĆ” en el PSUC)? ĀæPor quĆ© el acuerdo de 1978 ya no funciona?
A quienes piensen que esto se debe a las condiciones de la transiciĆ³n y a una suerte de tutela franquista que habrĆa pesado sobre la redacciĆ³n de la ConstituciĆ³n, hay que responderles que eso deriva de una lectura ideolĆ³gica y polĆtica cuyo objetivo es deslegitimar este pacto democrĆ”tico. Al escribir esto, no pido inmovilismo: toda constituciĆ³n puede ser reformada, es decir reescrita. Para eso se necesita un gran debate polĆtico capaz de crear un gran consenso social y cultural.
Recuerdo estos datos para subrayar la patologĆa que sufre el sistema espaƱol y que quizĆ” es -en todo caso me arriesgo a formular la hipĆ³tesis- la frĆ”gil lealtad constitucional de ciertas instituciones. Esta explica el juego de partidos que han debilitado el zĆ³calo comĆŗn espaƱol por razones estrictamente partidistas.
En primera lĆnea entre las instituciones desleales, la Generalitat de CataluƱa. Con Carles Puigdemont en cabeza, ha alcanzado unas proporciones que ningĆŗn paĆs europeo habrĆa tolerado. Ā”No nos atrevemos a imaginar cĆ³mo habrĆa censurado el Tribunal Constitucional de Karlsruhe a un presidente de un Land que se comportara asĆ! Pero lo que resulta muy visible no debe enmascarar el clientelismo que las diferentes comunidades autĆ³nomas han alimentado, despreciando las reglas jurĆdicas. La hiperdescentralizaciĆ³n espaƱola ha creado una suerte de competencia regional que se adherĆa a lĆ³gicas polĆticas y clientelares. La corrupciĆ³n polĆtica, de la que no estĆ” exenta ningĆŗn partido, es otra grave seƱal de deslealtad institucional.
Pero este sombrĆo diagnĆ³stico no invalida la arquitectura institucional de EspaƱa ni su modelo descentralizado. Recuerda sencillamente que las instituciones siguen siendo tributarias de la calidad de las mujeres y los hombres que las encarnan. EspaƱa, y CataluƱa, tienen malas encarnaciones.
SĆ© bien que este anĆ”lisis polĆtico presenta una laguna que me reprocharĆ”n los prĆ³ximos a las tesis nacionalistas. ĀæQuĆ© importancia concedo al sentimiento potente y socialmente arraigado de los catalanes con respecto a EspaƱa, a la que atribuyen desde hace tiempo ādesprecioā? Es una realidad cultural, social e identitaria fuerte. Es sĆ³lida. Pero, al igual que el nacionalismo es una construcciĆ³n social, este sentimiento se deriva de una construcciĆ³n social (lo que no quiere decir que carezca de todo fundamento y sea puramente quimĆ©rico). Una salida de la crisis catalana pasa tambiĆ©n por un trabajo de introspecciĆ³n de la propia sociedad catalana.
PodrĆa comprender, con Paul ValĆ©ry, que a veces la historia āes el producto mĆ”s peligroso que puede elaborar la quĆmica del intelectoā y que el futuro no pasa obligatoriamente por la repeticiĆ³n del pasado. Se puede inventar de manera positivaā¦
TraducciĆ³n de Daniel GascĆ³n.
Este artĆculo se ha publicado en Telos.
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BenoƮt Pellistrandi es historiador e hispanista francƩs. Es miembro de la Real Academia de la Historia.