Cuatro personas fueron asesinadas el martes, y dos atacantes abatidos, en un ataque antisemita en un mercado kosher de Jersey City, Nueva Jersey. Se trató de uno de los ataques más sangrientos contra judíos en territorio estadounidense en su historia; si los perpetradores hubieran logrado detonar la bomba casera que traían consigo, el daño habría sido mucho mayor. Aún así, el ataque recibió muy poca atención en un inicio, e incluso ahora apenas parece haber penetrado en la conciencia nacional.
Una razón que explique esta omisión puede ser que los artículos del proceso de destitución contra el presidente Trump estaban próximos a ser votados en la Cámara de Representantes. O quizá que el fiscal general William Barr ha lanzado una serie de ataques contra el FBI. O tal vez el silencio parcial respecto de la masacre de Jersey City se debe a que no es un evento que se ajuste a una narrativa política precisa.
Durante décadas, los judíos estadounidenses sintieron mucha mayor seguridad acerca del lugar que ocupan en el país que muchos de sus hermanos en otras partes del mundo. No solo es que los judíos en Estados Unidos han sido altamente exitosos o que ocupan algunos puestos muy visibles en la política, los negocios y el entretenimiento. Tiene que ver también con que su presencia ha sido interpretada como un componente natural de un mosaico multiétnico y multicultural. A diferencia de lo que ocurre con escuelas, museos y templos judíos en muchos otros países, la mayoría de las instituciones judías en Estados Unidos por lo general no requieren de la protección de fuerzas de seguridad especiales.
Pero si los judíos son, en algunos sentidos, una de las minorías más exitosas dentro del país, esta historia triunfalista –llamémosla el mito de la minoría privilegiada– no logra reflejar hasta qué punto son objeto de odio, intimidación e incluso violencia explícita. El horrendo ataque del otoño del año pasado a la sinagoga Tree of Life en Pittsburgh, en el que un supremacista blanco asesinó a 11 personas, debió haber dejado clara la gravedad de la amenaza que enfrentan los judíos del país. Según el FBI, no se trató de un caso aislado. En 2018, el FBI reportó que el 58 por ciento de los crímenes con motivaciones religiosas fueron dirigidos en contra de judíos.
En áreas muy importantes de la vida estadounidense, los judíos ahora suelen enfrentar menos desventajas o discriminación que los miembros de otros grupos étnicos o religiosos. Al mismo tiempo, siguen siendo blanco del odio dedicado de una pequeña minoría de la población estadounidense, y esto –sobre todo si se les puede identificar como judíos– los pone en riesgo de sufrir algún tipo daño físico de gravedad.
Esta complejidad va en contra de la manera en que muchas personas poderosas –incluidos un buen número de periodistas y legisladores de izquierda– perciben el mundo. Para algunos, los temas raciales o de privilegio son siempre y de manera exclusiva asuntos estructurales. Un grupo étnico solo puede estar o en la cima o en el fondo de la jerarquía social. Ya que muchos de los judíos estadounidenses son supuestamente blancos (lo que sea que eso signifique), se asume que gozan de privilegios especiales. Como una de las fundadoras de la Marcha de las mujeres dijo en una declaración que supuestamente tenía como propósito responder a las acusaciones de antisemitismo dentro de su movimiento, “Los judíos blancos, como la gente blanca, sostienen la supremacía blanca”.
Un recurso muy popular en línea llamado Dismantling Racism Works va un paso más allá en la negación de la posibilidad de que los grupos que disfrutan de cualquier tipo de poder económico o político pueden ser víctimas de racismo. “El racismo”, dice, y con esta frase resume el consenso dentro del campo de los estudios críticos sobre racismo, “es diferente del prejuicio racial, el odio o la discriminación”. En lugar de tratarse de un atributo de individuos, para serlo tiene que implicar “que un grupo que detente el poder realice una discriminación sistemática por medio de políticas y prácticas institucionales de la sociedad y dando forma las creencias y los valores culturales que sirven de apoyo para esas políticas y prácticas racistas”.
Bajo los parámetros de este esquema mental, entonces, la identidad de las víctimas de Jersey City resulta un poco inconveniente. La identidad de los perpetradores también.
En su faceta más extrema, la perspectiva exclusivamente estructural del racismo no solo implica la idea de que aquellos que supuestamente están en la cima de la jerarquía social, como los judíos, son incapaces de ser víctimas de racismo; también sugiere que aquellos que están al fondo de la jerarquía social, como las personas de color, son incapaces de perpetrar actos racistas. La periodista de Vice Manisha Krishnan planteó este punto de manera sucinta: “Es literalmente imposible ser racista con una persona blanca”.
Pero según los reportes de la prensa, los tiradores de Jersey City pertenecieron a una congregación conocida como israelitas hebreos negros –una etiqueta que engloba a una gran variedad de grupos distintos, algunos de los cuales tienen una larga historia de racismo en contra de judíos étnicos– y habían publicado una gran cantidad de contenido antisemítico en línea.
En pocas palabras, los sucesos en Jersey City son mucho más complejos de lo que la teoría exclusivamente estructural del racismo permite acomodar. Un grupo racial o religioso en particular puede padecer una profunda y persistente discriminación –y sin embargo algunos individuos dentro de ese grupo pueden ser racistas peligrosos que albergan una violenta intolerancia contra miembros de un grupo que, en otros contextos, sufre desventajas menores.
Ambos hechos son necesarios para entender lo que sucedió en Jersey City el martes. Sí, los afroamericanos en este país padecen de profundas injusticias –y todos los estadounidenses tendrían que asumir como su deber remediar esa situación. Y sí, los judíos sufren una elevada amenaza de violencia mortal –y debemos plantarnos en solidaridad con sus víctimas incluso si la identidad de los asesinos complica nuestras preconcepciones ideológicas.
Si el debate sobre el racismo estructural resulta ser altamente complicado, la verdad moral acerca de lo sucedido en Jersey City es, sin embargo, bastante clara.
Traducción de Pablo Duarte.
Yascha Mounk es director de Persuasion.