La política de los fisiócratas

Los economistas contemporáneos ya no leen las teorías económicas de los fisiócratas. Pero sus tesis políticas son aún más desconocidas.
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Ya no se lee mucho a los fisiócratas. Es una lástima, porque muchos de sus puntos de vista resultan de actualidad. Sus escritos eran a menudo intencionadamente turbios y paradójicos, expresados de una forma que rara vez se utiliza hoy en día, en máximas y frases cortas y a veces enigmáticas, y en la famosa Tableau economique cuya idea general es clara pero cuyos detalles son desconcertantes. Para los economistas de hoy, aportan, por un lado, puntos de vista neoclásicos comunes sobre la libertad de comercio, la libre circulación de mano de obra, capitales y mercancías (entre regiones de un mismo Estado-nación y entre países), la libertad de contrato entre trabajadores y capitalistas, el impuesto único y la fiscalidad progresiva de la riqueza. Por otra parte, a menudo se les malinterpreta (creo) como si pensaran que la agricultura es intrínsecamente más productiva que la industria manufacturera. Una explicación mucho más razonable de su posición es señalar que solo en la agricultura existía una fuente de ingresos, la renta de la tierra, que podía ser gravada sin “crear perjuicio” a la producción. Solo en ese sentido –el de los rendimientos fiscales– se consideraba que la agricultura era más “productiva” que la industria. (Por cierto, hoy en día existen malentendidos similares cuando se considera que los empleos en la industria manufacturera son inherentemente “mejores” que los empleos en los servicios).

La parte de la doctrina fisiocrática que es aún menos estudiada que la economía es su política. Eran defensores de un tipo particular de monarquía absoluta. La China imperial, a la que Quesnay (en respuesta a la crítica de Montesquieu en El espíritu de las leyes) dedicó toda una monografía de más de cien páginas, era su reino ideal.

El razonamiento de los fisiócratas es similar al de la tradición legalista china. Para los fisiócratas era el siguiente. Una vez descubiertas las leyes naturales (“la loi naturelle” o incluso “fisiocracia”, término aparentemente inventado por Quesnay, a quien le gustaba jugar con los neologismos griegos) que consisten en la libertad personal, la propiedad privada y la seguridad de la persona, una sociedad no tiene mucho más que hacer que hacerlas cumplir. Solo necesita dos cosas: (1) un cuerpo de personas educadas que sean seleccionadas según sus méritos y que comprendan el cuerpo de leyes y puedan mejorarlo y perfeccionarlo, y (2) un soberano absoluto cuyo papel sea asegurarse de que las leyes se cumplen. La mayor parte del tiempo, e idealmente todo el tiempo, el soberano no hace nada, ya que las leyes, si se cumplen, establecen ese equilibrio perfecto entre el interés privado y el público. El soberano es al mismo tiempo la persona más y menos poderosa del Estado. Es el más poderoso porque es el único que puede poner fin a la podredumbre si se transgreden las leyes; pero como la probabilidad de transgresión es pequeña –dado que las leyes son las más racionales posibles– el soberano la mayor parte del tiempo no tiene nada que hacer.

Quesnay consideró que el sistema chino de la época, tal como se conocía en Europa, era el que más se aproximaba a ese ideal. A diferencia de la aristocracia de sangre francesa, que era el cuerpo de personas que se interponía entre el soberano y el pueblo, el mandarinato chino era seleccionado por sus méritos. Diseñaba las leyes más perfectas porque estaba formado por las personas con más talento. Ni que decir tiene que los fisiócratas se veían a sí mismos en ese papel: como sustitutos de una aristocracia decadente, ignorante e indolente.  El gobierno “absoluto” puede seguir existiendo, pero ahora se basaría en principios correctos y en el uso de las personas adecuadas.

Como dice Quesnay en la introducción de su tratado sobre China titulado El despotismo de China (1767), el término “despotismo” tiene dos significados. El primero es el poder absoluto o sin control dentro de la ley y utilizado para asegurarse de que se respetan las leyes; el segundo es el gobierno personal arbitrario y sin control. Bajo el primer título, el despotismo es plenamente legal (ya que se basa en el cumplimiento de la legalidad) y legítimo, bajo el segundo, es ilegítimo:

Déspota significa AMO o SEÑOR: este título puede aplicarse por tanto a los soberanos que ejercen un poder absoluto regulado por leyes, y a los soberanos que han usurpado un poder arbitrario que ejercen para bien o para mal sobre naciones cuyo gobierno no está regulado por leyes fundamentales. Hay, pues, déspotas legítimos y déspotas arbitrarios e ilegítimos.

La democracia, definida como la Selección de los gobernantes por parte de los gobernados, no tiene cabida en el sistema fisiocrático. Es totalmente redundante. No está claro cuál sería su papel (si alguna vez lo hubieran previsto): tal vez solo estropear los principios perfectos de la ley natural.

La pertinencia del pensamiento de los fisiócratas es evidente si consideramos el sistema chino actual. Formalmente, es similar al sistema descrito por Quesnay. Se elige un soberano absoluto dentro del grupo gobernante, y la legitimidad de su gobierno se refleja en la excelencia de las leyes y la calidad del cuerpo de personas que aplican esas leyes. La calidad de un sistema social se juzga, pues, por su rendimiento. La parte clave de ese rendimiento –y los fisiócratas fueron en esto los precursores de lo que hoy consideramos una “visión normal”– es lo rápido que aumenta la abundancia económica para la mayoría de la población. Si la gente es cada vez más rica, poco o nada hay que cambiar en las leyes. Y, por tanto, nada que hacer para el mandarinato o el soberano.

El sistema, como cualquier persona, se juzga en función de su rendimiento, no de las formas técnicas en que se ha seleccionado a sus gobernantes, de lo fuerte que es el Estado o de cualquier otro objetivo “ajeno”. Es el gobierno “para el pueblo”.

Traducción del inglés de Daniel Gascón.

Publicado originalmente en el Substack del autor.

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Branko Milanovic es economista. Su libro más reciente en español es "Miradas sobre la desigualdad. De la Revolución francesa al final de la guerra fría" (Taurus, 2024).


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