En inglés, la expresión “aceite de serpiente” hace referencia a un ungüento con propiedades engañosas. Sin embargo, este aceite, utilizado en la medicina china, no estaba desprovisto de posibilidades curativas. Pero eran inferiores a los efectos milagrosos que se le atribuían. En los siglos XVIII y XIX, los comerciantes europeos empezaron a vender aceite de parafina mezclado con hierbas insignificantes bajo el nombre fraudulento de aceite de serpiente. Eran impostores por partida doble, y sus clientes resultaban engañados dos veces. Una superchería se superponía a otra, a media superchería.
Las recientes declaraciones de Judith Butler nos recuerdan que los intelectuales también pueden multiplicar las supercherías, una esconde la otra, una media verdad permite el despliegue de una vasta mentira.
Me quedé estupefacta cuando me enteré de las declaraciones que Judith Butler pronunció el 3 de marzo en una mesa redonda organizada por un colectivo de asociaciones decoloniales y antisionistas. Estupefacta, aunque no debería haberlo estado: después de todo es la misma Judith Butler que declaró en 2006 que Hamás y Hezbollah pertenecen a la “izquierda global”.
Estupefacta a pesar de eso porque se trata de las declaraciones más antifeministas que he escuchado y las pronunció un icono del movimiento queer. El feminismo lleva más de un siglo luchando por hacer audible y creíble la voz de las mujeres. Han hecho falta cien años de lucha incesante y el tsunami del #metoo para que se empiece a tomar en serio la angustia que provocan el acoso sexual y las violaciones.
Versión Disney del conflicto
Ante la violencia sexual sin precedentes sufrida por las mujeres israelíes a manos de los combatientes de Hamás, ante los reportajes de la prensa, los informes de juristas, de médicos, de ONG que documentan los abusos, ante las imágenes difundidas de una joven asesinada y exhibida en las calles de Gaza entre cánticos de la multitud, ¿qué dice Judith Butler el 3 de marzo? Que pide pruebas. Lo dice con el mohín que pondría un policía de hace cincuenta años a una mujer que fuera a poner una denuncia a comisaría. Imagina qué habría sucedido si un hombre hubiera exigido ver pruebas de las atrocidades cometidas contra las mujeres, y eso sin tener en cuenta la vertiginosa cantidad de hechos que establecen la verdad desde hace varios meses.
Judith Butler ha hecho carrera cuestionando las nociones de objetividad, de esencia y de realidad, todas ellas presentadas como puras construcciones sociales. Ahora exige una megaobjetividad y megapruebas. Y, como tiene un corazón sensible, si se aportaran esas pruebas, “deploraría” las violaciones, según dijo el 3 de marzo.
La indecencia con la que Judith Butler ha tratado la memoria de las mujeres torturadas y violadas, asesinadas a tiros o acuchilladas la descalifica para que las feministas la cuenten entre las suyas.
La segunda superchería a la que se entrega consiste en querer hacernos creer que los actos bárbaros del 7 de octubre son fruto de lo que ella denomina públicamente con el romántico nombre de “resistencia”. Judith Butler parece haber aprendido una cosa o dos de Donald Trump. Como él, destaca en la invocación de los hechos alternativos porque, según ella, el 7 de octubre no es ni terrorista ni antisemitista. Una interpretación caritativa de esas declaraciones sería que, como el expresidente estadounidense, solo ha visto la versión Disney del conflicto palestino-israelí, sin molestarse en leer las dos cartas de Hamás (la de 1998 y la de 2017) o de escuchar las numerosas declaraciones genocidas de los miembros de esta organización.
Semejante ignorancia habría podido ser divertida ni no pusiera en peligro a los judíos y a los israelíes por un lado, y por otro, si no desacreditara la causa palestina, que merece algo mejor que semejante disparate. Los palestinos, como los israelíes, están desgarrados por conflictos internos entre fundamentalistas y pragmáticos, entre los que consideran la tierra sagrada y los que quieren un acuerdo político, entre los que están dispuestos a combatir hasta la muerte y los que todavía no han perdido la esperanza ver a esos dos pueblos vivir uno al lado del otro. Llamar “resistentes” a los fundamentalistas sanguinarios es borrar toda distinción entre estos dos campos.
A pesar de las negaciones contenidas en su “declaración” publicada en Mediapart el 11 de marzo, clasificarlos como “resistentes” es legitimar la acción de los que han cometido un crimen contra la humanidad, con total indiferencia por el bienestar de su pueblo. Si queremos ayudar al pueblo palestino, hoy asolado por el fundamentalismo y por la guerra feroz que libra Israel, con todas nuestras fuerzas, si queremos que ese pueblo martirizado por sus dirigentes y por la ocupación israelí pueda por vivir con dignidad e independencia debemos denunciar este radicalismo bonachón, vacío e inmoral.
La tercera superchería es que pretende hacernos creer que está luchando contra el racismo. Sin embargo, su posición sobre el 7 de octubre es negacionista. Como los negacionistas de antaño, su estrategia consiste en sembrar la duda: sobre la realidad de las agresiones sufridas por las mujeres, sobre las intenciones genocidas de Hamás, sobre el significado moral de las masacres –los verdugos son exonerados y las víctimas sospechosas, incluso imaginarias. Que no nos intimide el hecho de que Judith Butler naciera judía y mujer a la hora de afirmar aquí que comete un doble negacionismo: sobre la masacre de las mujeres y sobre el hecho de que los isaelíes han sido asesinados por ser judíos.
Por último, la mayor superchería de Judith Butler es su pretensión de ser de izquierdas. La teoría de género butleriana era el aceite de serpiente inicial con el que nos ha vendido toneladas de aceite de parafina. Es hora de desmantelar el engaño. La izquierda no puede estar del lado de los que oprimen a los homosexuales, encierran a las mujeres, se alegran de la masacre de los jóvenes pacifistas que bailaban y celebraban la vida; no puede estar del lado de quien tiene por programa el genocidio de los judíos. La verdadera izquierda, la única, es la que reconoce la dimensión trágica de algunos conflictos porque rechaza privilegiar los derechos de un pueblo en detrimento de otro. La izquierda, la verdadera, prefiere las frágiles promesas de una justicia imperfecta al odio seguro de su propio derecho.
Traducción del francés de Aloma Rodríguez.
Publicado originalmente en Le Monde.
Eva Illouz dirige la École des hautes études en sciences sociales (EHESS). En 2023 la editorial Katz publicó "La vida emocional del populismo: cómo el miedo, el asco, el resentimiento y el amor socavan la democracia".