La historia ha dado una segunda llamada de atención a la sociedad estadounidense. El atentado contra Donald Trump, que estuvo a un par de centímetros de convertirse en un magnicidio, debe leerse como una advertencia.
La historia de Estados Unidos está llena de episodios de violencia política. Cada momento fundacional de sus 250 años de existencia registra un episodio de esta naturaleza. El atentado del sábado es producto directo del ambiente que propició el mismo Trump al negarse a reconocer los resultados de la elección presidencial de 2020. Hay estudios que identifican claramente esa negativa como el punto de inflexión de la polarización, la desconfianza y el encono público en Estados Unidos. El ataque al Capitolio del 6 de enero de 2021, la primera llamada en esta espiral de violencia política, fue consecuencia de la obstinación irresponsable e irracional de Trump. Que ese uroboros ahora haya tratado de volver por el propio Trump augura tiempos oscuros.
Estados Unidos se enfrenta a dos caminos posibles.
El primero es la reconciliación. Se antoja improbable. Joe Biden, que podrá ser muchas cosas pero no es un hombre indecente, ha reaccionado con altura y prudencia. En días consecutivos ha dado discursos invitando a ambos lados del espectro político a moderar el tono, a concentrarse en el debate de ideas antes que en las recriminaciones vengativas. Es la reacción correcta, pero habrá que ver si encuentra eco.
El discurso del odio tiene consecuencias y es muy difícil extirparlo. La sociedad estadounidense se ha acostumbrado a la política del agravio y la descalificación. No sobra decir, de nuevo, que el principal exponente de esta degradación del discurso público ha sido el propio Trump, quien no conoce otro discurso que no sea el de la retribución y la ira. Incluso en su notable reacción a los disparos, el instinto lo llevó a gritar con el puño en alto: “ peleen, peleen, peleen”. Es un hombre armado por y para el conflicto. Por desgracia, el partido Republicano carece de voces que ofrezcan un contrapeso. Ahora que el incentivo político parece estar en la indignación y la venganza, habrá muchas menos.
Si ambos lados del espectro político no encuentran la manera de atender el sensato mensaje de Biden, un segundo camino para Estados Unidos podría ser el abismo. En el país hay 400 millones de armas en manos de civiles, incluidos decenas de miles de rifles de asalto. Quizá suene como una exageración, pero la población civil en Estados Unidos está mejor armada que varios ejércitos nacionales. En ese sentido, la laxitud con la que la segunda enmienda ha sido interpretada ha cumplido su cometido: en Estados Unidos hay, en efecto, una milicia bien armada.
La posibilidad de que las diferencias políticas den paso a una conflagración mayor es digna de consideración. Lo es, primero, porque la contención de los ánimos parece improbable. Pero lo es también porque la elección de noviembre puede desencadenar pasiones brutales.
El escenario es particularmente peligroso si de alguna manera Biden, u otro candidato demócrata, logra vencer a Trump. En el debate con Biden, el propio Trump se negó de nuevo a aceptar de antemano el resultado de la votación. Es alto el porcentaje de republicanos que han caído en la patraña del fraude electoral promovida por Trump y creen que Biden es un presidente ilegítimo. Si Biden gana de nuevo en noviembre, su triunfo será interpretado por esas mismas personas como una usurpación. Recurrir a las armas es, por increíble que parezca, un siguiente paso natural para demasiada gente.
En el fondo, el futuro de la paz pública en Estados Unidos depende hoy de Donald Trump. ¿Cómo habrá emergido de la experiencia límite de casi ser asesinado? ¿Habrá reconsiderado su retórica o entendido que él también ha alimentado al monstruo que por poco lo engulle? ¿O habrá digerido esos primeros momentos de ira en forma de algo peor, una renovada voluntad de retribución, un activo deseo de venganza?
Para bien o para mal, millones de personas estarán atentas a su decisión. Si sigue pidiendo pelea, el futuro se nublará. ~
(Ciudad de México, 1975) es escritor y periodista.