…porque en la hueca corona que ciรฑe las sienes
mortales de un rey, la Muerte tiene su corte.
William Shakespeare, El Rey Ricardo II.
"Salinas puede terminar como personaje de una tragedia shakespeareana", le dije al corresponsal de Newsweek a principios de marzo de 1994. Mรกs que formular una vaga premoniciรณn, trataba de afirmar una convicciรณn antigua, la idea de que el poder en Mรฉxico habรญa adquirido una contextura teatral no muy alejada de la Inglaterra medieval. No era difรญcil trazar paralelos entre el libreto que habรญa escrito para sรญ mismo el presidente Salinas y algunos temas shakespeareanos. El mรกs claro era la ilegitimidad de origen, ese espectro culpable que inquieta los sueรฑos de Enrique IV, esa mancha de sangre vengadora en las manos de Lady Macbeth. Salinas no era propiamente, como ellos, un usurpador: no habรญa llegado al poder destronando o asesinando al monarca legรญtimo, pero una sospecha indeleble sobre su triunfo en las urnas marcรณ el nacimiento de su sexenio. De allรญ provino quizรก su prisa por afirmar su credibilidad, la audacia permanente de su liderazgo y la dimensiรณn de su proyecto: รฉl iba a destronar con hechos a los millones de ciudadanos que votaron en su contra, รฉl iba a disipar la sombra hasta volverla una luz enceguecedora que disimulara el incendio de las boletas electorales en el Palacio Legislativo.
El รฉxito parcial de esa reversiรณn lo habรญa llevado a incurrir en otra actitud tรญpicamente shakespeareana: el abusivo ejercicio del poder absoluto. Aquรญ su antecedente era Ricardo III, el conspirador por antonomasia que "enviaba a la escuela al sanguinario Maquiavelo" y trasmutรณ en voluntad de poder el rencoroso fardo de su atrofia fรญsica. Salinas tambiรฉn le daba clases a Maquiavelo pero sus fardos eran otros: el haber llevado a extremos casi sicilianos —mediante el disimulo, el consentimiento o la abierta complicidad con las actividades ilรญcitas de su hermano— la prรกctica del patrimonialismo polรญtico. La familia revolucionaria podรญa seguir reinando sobre Mรฉxico pero la familia Salinas reinarรญa sobre la familia revolucionaria. Gran jinete, a la postre hubiera dado tambiรฉn su reino por un caballo, pero aรฑos antes, en plena gloria, buscรณ seriamente la reelecciรณn directa e inmediata o, en el peor de los casos, la indirecta y mediata que preparase su vuelta triunfal en el aรฑo 2000. Entonces sรญ la votaciรณn serรญa mayoritaria en favor suyo y de su partido —Solidaridad o PRI, ¿quรฉ mรกs da?—, entonces sรญ podrรญa dar pie a una reforma polรญtica pausada, regulada desde lo alto de una presidencia imperial en cuyo trono reinaba un Cรฉsar no sรณlo todopoderoso en Mรฉxico y prestigiado en el mundo sino —por la interpรณsita persona de su hermano— inmensamente rico. Tal vez entonces, el รบnico problema de Carlos hubiese sido Raรบl, que le hubiera reclamado ya no con dinero sino con poder sus derechos de primogenitura en la conspiraciรณn por adueรฑarse de Mรฉxico.
Yo habรญa apoyado pรบblicamente parte del desempeรฑo econรณmico del gobierno. Por su convicciรณn y su profundidad, comparรฉ el รญmpetu reformador de Salinas con el de Calles. Pero a todo lo largo de la gestiรณn seรฑalรฉ los gravรญsimos riesgos que implicaba el relegar la reforma polรญtica. En octubre de 1993, el presidente me citรณ —como seguramente hizo con otros intelectuales— para sondear mi opiniรณn sobre el proceso sucesorio. Le expuse mi crรญtica sobre el aspecto polรญtico de su sexenio. Contestรณ que para eludir el destino de la Uniรณn Soviรฉtica, Mรฉxico debรญa consolidar la perestroika antes que la glasnost'. Enseguida me pidiรณ que le diera una opiniรณn franca sobre tres precandidatos: Pedro Aspe, Luis Donaldo Colosio y Manuel Camacho. Se la di, con una inclinaciรณn en favor de Camacho. Dado el รฉxito de la reforma econรณmica era obvio que la tarea pendiente serรญa la reforma polรญtica: Camacho tenรญa la voluntad de hacerla. Concedรญ que era ambicioso, pero ¿quรฉ polรญtico de raza no lo era? Aspe, por su parte, era ante todo un economista, y podrรญa seguir —como sucediรณ, en su momento, con Ortiz Mena— en el equipo de Colosio o de Camacho. En cuanto a Luis Donaldo, mis dudas eran de varia รญndole: polรญticas y psicolรณgicas.
No comentรฉ con Salinas la mayor de ellas: a diferencia de Camacho, que era su hermano polรญtico, Colosio era a todas luces el hijo polรญtico de Salinas, su protegido. Nombrarlo a รฉl era optar por un "maximato", con Colosio en el papel de Portes Gil, Ortiz Rubio o Abelardo Rodrรญguez. Esta reelecciรณn por interpรณsita persona rodeada de un grupo compacto de tecnรณcratas (uno de los cuales declararรญa abiertamente su intenciรณn de permanecer 24 aรฑos en el poder), mataba de entrada la posibilidad de cualquier reforma polรญtica. No era la reversiรณn y menos la superaciรณn de la ilegitimidad de origen: era su consolidaciรณn. Toda la historia mexicana del siglo XX estaba construida de frente y en contra de la reelecciรณn personal —no de partido—. Atentar contra ese principio era pactar con el diablo, que en Mรฉxico no significa otra cosa que desatar la violencia. Sin embargo, alcancรฉ a formularle una paradoja suficientemente clara: "Para permanecer hay que irse; el riesgo de irse estรก en permanecer".
Salinas negaba toda intenciรณn de permanecer. Tocaba madera —literalmente, en su oficina— al escuchar la palabra hybris y decรญa ansiar el tรฉrmino pacรญfico de su sexenio, con un futuro idรญlico de joven elder statesman, entre memorias, amigos y libros. Por eso mi razonamiento crรญtico se centrรณ en la personalidad de Colosio: "es un hombre limpio, inteligente, bueno (demasiado bueno, tal vez), tiene pinta de charro mexicano, recuerda un poco a Adolfo Lรณpez Mateos, habla muy bien en pรบblico, pero tiene una fractura de carรกcter que no alcanzo a descifrar. Tal vez se deba a la enfermedad de su mujer, Diana Laura. No lo sรฉ, pero la fractura existe y un hombre fracturado no puede gobernar".
Salinas me escuchรณ con esa concentraciรณn hipnรณtica que tenรญa. "Es difรญcil no querer a Manuel", me dijo. Pedro era reservado pero sumamente inteligente, y en esa reserva mostraba su talento polรญtico. En cuanto a Colosio, evadiรณ el tema de la fractura pero no el de Diana Laura. Me dijo que era ella quien impulsaba a su marido. Le apenaba su enfermedad, pero de sobrevenir un desenlace el pueblo se volcarรญa a la calle en manifestaciones de piadosa simpatรญa hacia Luis Donaldo. De hecho —agregรณ— la eventual muerte de Diana Laura, por mรกs triste que fuera, le servirรญa al candidato. Enseguida me hizo ver la experiencia que Colosio habรญa acumulado en Sedesol. "Es cierto —contestรฉ—, ademรกs tiene gran sentido humano." "Que no es una cualidad menor", acotรณ de inmediato. Me pidiรณ que hablara con los precandidatos y volviera a verlo en unas semanas con una opiniรณn mรกs perfilada. Lleguรฉ con unos apuntes biogrรกficos en los que fundamentรฉ adicionalmente mis razonamientos —haciendo hincapiรฉ en la teorรญa de la fractura— pero me atajรณ implicando que no tenรญa caso: "todos son tus amigos". Sospechรฉ que la decisiรณn estaba tomada.
Dรญas mรกs tarde viajรฉ a Espaรฑa para acompaรฑar a Octavio Paz a la entrega del Premio Prรญncipe de Asturias a Vuelta. Una noche llegamos al hotel de Oviedo mi padre, mi hijo Leรณn y yo. Prendimos la televisiรณn y de pronto apareciรณ Colosio.
Era el destape. Escuchรฉ sus primeras palabras. No sรฉ si fue en ese momento o al dรญa siguiente, cuando advertรญ un lapsus: dijo algo asรญ como "viva el Partido de la Revolu… Revolucionario Institucional". Lamentรฉ en ese momento la decisiรณn que me parecรญa no sรณlo irrevocable sino irresponsable. Pero allรญ estaba la primera prueba de mi hipรณtesis biogrรกfica: traicionado por su subconsciente en el momento mismo de ser ungido, Colosio habรญa estado a punto de arruinar su campaรฑa presidencial. Era una nueva y aรบn mรกs macabra representaciรณn de Shakespeare: el heredero al trono que no quiere —o no puede, o no debe, o no sabe, o teme— ser rey.
Hablรฉ por primera vez con Luis Donaldo Colosio alrededor de 1991. Antes de aparecer en el comedor de la modesta casa de la colonia Las รguilas donde vivรญa, sus ayudantes pusieron mรบsica que seguramente a รฉl —entonces presidente del PRI— le parecรญa adecuada para mostrar su "nacionalismo": el Huapango de Moncayo. Ya en la mesa dijo lamentar la reciente derrota del PRI en Baja California, pero admitiรณ que era previsible y acaso necesaria. Hablรณ un poco de su origen norteรฑo —franco, liberal, individualista—, criticรณ los usos patrimonialistas y corporativistas del viejo PRI y explicรณ con detalle el trabajo de descentralizaciรณn que estaba llevando a cabo, un ensayo de federalismo encaminado a construir un padrรณn interno y a democratizar hacia dentro el partido. Hablaba como un polรญtico de oposiciรณn al PRI, en la cima del PRI.
Cuando sobrevino la crisis postelectoral en Guanajuato, vi a Colosio en su oficina, una casa todavรญa mรกs discreta y modesta, en la calle de Aniceto Ortega. "El candidato del PRI va a renunciar", me dijo, con una satisfacciรณn apenas disimulada. Su actitud en relaciรณn al movimiento del doctor Salvador Nava en San Luis Potosรญ fue similar: habรญa que abrir ese espacio a la oposiciรณn, mรกs aรบn cuando en las elecciones legislativas federales de 1991 el PRI habรญa recuperado con creces el terreno perdido en 1988. No obstante, en julio de 1992, cuando fue el PRD quien impugnรณ las elecciones de Michoacรกn, Colosio —titular, ya para entonces, de Sedesol— no transigiรณ. Al parecer, el candidato del PRI era hombre de su confianza. Lo paradรณjico es que la apertura era parcial y no incluรญa al enemigo histรณrico de Salinas: el partido de Cรกrdenas.
Alrededor de esos meses cundiรณ el rumor de la reelecciรณn salinista. Se decรญa que al designar a su primer mentor, Gonzalo Martรญnez Corbalรก, como gobernador en San Luis Potosรญ, Salinas medรญa las aguas para una posible ampliaciรณn de su mandato por dos aรฑos e incluso para la reelecciรณn. Fidel Velรกzquez lo proclamaba abiertamente y los jerarcas de la iniciativa privada lo sugerรญan soto voce. No faltaron voces preocupadas, entre ellas la de Fernando Gutiรฉrrez Barrios, que sutilmente negรณ que la reelecciรณn fuese siquiera pensable. Salinas debiรณ modificar entonces su postura y orientarse hacia el dilema que por esas fechas escuchรฉ de labios de Josรฉ Cรณrdoba: "Ser Calles o Cรกrdenas, he ahรญ la cuestiรณn". Emular a Cรกrdenas significaba renunciar al poder, irse, para permanecer sรณlo como una influencia moral. Seguir a Calles suponรญa permanecer en el poder, con el riesgo de perder toda influencia e irse al exilio. Optรณ por Calles.
En mayo de 1993, Colosio convocรณ a un Congreso Internacional sobre los temas de libertad, democracia y justicia. Me pidiรณ que le sugiriera algunos nombres y le ayudara a diseรฑar el formato. El Congreso transcurriรณ sin pena ni gloria, pero en el curso de esos dรญas advertรญ la marcada inseguridad de Colosio, no digamos en torno a los grandes temas del debate intelectual —cosa natural, porque no era un hombre de ideas— sino a detalles verdaderamente nimios: cรณmo referirse a los invitados, cรณmo escribir una carta, la designaciรณn de un ayudante o un chofer, quรฉ decir en la inauguraciรณn y en la clausura. Tomaba nota de todo. No mandaba: obedecรญa. En la ceremonia final en Los Pinos, Colosio leyรณ con voz anacrรณnicamente impostada un discurso en el que yo habรญa hecho unas observaciones intrascendentes. A la salida me dio, conmovido, una tarjeta que aรบn conservo con un agradecimiento mรกs que excesivo, pero que revelaba la angustia con la que Colosio habรญa vivido todo el ciclo: "nunca olvidarรฉ tu ayuda". Mi aprecio personal por Luis Donaldo crecรญa. Tambiรฉn mi preocupaciรณn. La ternura no se aviene con el poder. La noche del destape en Oviedo entendรญ que mis modestos afanes de disuasiรณn habรญan sido inรบtiles. En la cumbre histรณrica del Tratado de Libre Comercio, desde las entraรฑas del poder se fraguaba la mayor reversiรณn polรญtica desde los aรฑos treinta: el maximato salinista, el Salinato. Colosio, acaso sin advertirlo plenamente, era su instrumento.
O tal vez sรญ lo advertรญa. Un amigo le escuchรณ comparar a los Salinas con los Corleone. No podรญan ocultรกrsele las consecuencias de su deuda con el clan. Tal vez entendรญa la incompatibilidad entre sus genuinas convicciones democrรกticas y el papel en el que Salinas, tรกcitamente, lo colocaba. Al regreso de Espaรฑa lo visitรฉ en su nueva casa en Tlacopac. A mano derecha estaba su estudio: tres paredes con libros mรกs regalados que leรญdos, una computadora sencilla, cubierta y sin usar, una estatuilla de Zapata. Los sillones de piel eran negros, como de consultorio mรฉdico. Colosio escuchaba una cantata de Bach. Me recibiรณ con cordialidad, cargรณ un instante a su hijita, regaรฑรณ cariรฑosamente al pequeรฑo Luis Donaldo por echar chinampinas en la sala, y conversamos un rato sobre la necesidad de inaugurar los debates pรบblicos por televisiรณn. "No quiero un solo voto por la vรญa del fraude", me dijo de pronto. Sonreรญa, es verdad, pero el arco sombrรญo de sus ojos desmentรญa cualquier indicio de alegrรญa profunda. Era obvio que estaba sufriendo y que guardaba para sรญ el motivo del dolor. No podรญa no torturarlo la inmensa responsabilidad histรณrica que habรญa asumido en una condiciรณn de fragilidad personal, con sus niรฑos pequeรฑos y una esposa gravemente enferma. Ella, en efecto, lo animaba. Desde joven habรญa mostrado una vocaciรณn polรญtica de servicio que, a los ojos de su amigo Ramรณn Alberto Garza, guardaba ciertos paralelos con Evita Perรณn. Tal vez el poder obrarรญa en ella cualidades taumatรบrgicas: la curarรญa, la salvarรญa. Luego de esa ocasiรณn, no tuve noticias de Colosio. Hacia fin de aรฑo me llamรณ para "tocar base" y hacerme ver, casi en tono de ruego, que las encuestas desfavorables "estaban mal". Tiempo despuรฉs supe que habรญa pasado esas semanas decembrinas en medio de una depresiรณn.
Colosio sabรญa mejor que nadie que Chiapas era un polvorรญn. Asรญ lo comentรณ a algunos amigos y a mรญ en una cena del mes de septiembre. El olvido de ese estado por parte de la federaciรณn era una vergรผenza nacional lo mismo que las corruptelas e injusticias que en รฉl se cometรญan. Temiรณ pero no previรณ el estallido de la guerrilla. Es seguro que lo viviera como una imperdonable falla personal y polรญtica, la prueba final de su incapacidad o su mala estrella. Lo vi el martes 4 de enero en su casa. Estaba totalmente abatido. "Mis asesores dudan de que mi presencia en Chiapas sirva de algo: si voy es oportunismo, si no voy es indiferencia." Era Hamlet en cada frase: ¿Convocar o no convocar a los partidos? ¿Acercarse o no a Cรกrdenas? ¿Hacer un pronunciamiento claro u omitir a Chiapas en la campaรฑa? Al parecer, el propio presidente le impidiรณ concentrar su campaรฑa en Chiapas.
De ser asรญ, ¿por quรฉ lo permitiรณ? Pocos dรญas despuรฉs, Salinas encomendรณ a Manuel Camacho la negociaciรณn de la paz. Para Colosio fue un golpe directo. Ya era suficiente afrenta el que su rival polรญtico se hubiese rebelado contra la decisiรณn de su nombramiento, pero ahora ese mismo competidor irreductible se harรญa cargo de un problema que, al menos parcialmente, habรญa sido de su incumbencia directa. Aunque no lo expresaba de manera abierta, creo que interpretรณ el nombramiento como lo que era en los hechos, un postdestape alternativo, una insรณlita bicandidatura, la ambivalencia que condenaba a la opiniรณn pรบblica "a hacerse bolas", una fractura mรกs en su alma atribulada. En las antรญpodas de Salinas y sus homรณlogos shakespeareanos, Colosio se asemejaba al desdichado Enrique VI, que en la vรญspera de la guerra civil evoca la bucรณlica vida de los pastores y la compara con la suya, "envuelta en la inquietud, la desconfianza y la traiciรณn".
Su campaรฑa "no levantaba", y รฉl lo sabรญa, lo sentรญa. Lo lastimaban los abucheos en los mรญtines. Alguien lo confundiรณ pรบblicamente con Camacho, cuya estrella ascendรญa con el รฉxito aparente de las plรกticas de paz. Algo ominoso flotaba en el ambiente. Se decรญa que Colosio no llegarรญa a las elecciones porque "lo enfermarรญan". O tal vez รฉl se retirarรญa. Volvรญ a verlo el domingo 27 de febrero. Ahora su esperanza estaba cifrada en el discurso del 6 de marzo. Me pidiรณ que como amigo le diese mi opiniรณn sobre el documento. Creรญ ver huellas de llanto o de insomnio en sus ojos enrojecidos. A la salida le dije, de pronto, sin que รฉl me diese pie, lo que debรญ haberle dicho meses antes: "Luis Donaldo, tรบ eres un hombre bueno, tienes a tu mujer y a tus hijos chicos. La presidencia es muy importante, pero no a cualquier costo". Me abrazรณ muy fuerte.
Llegaron los idus de marzo. El dรญa 4 por la noche recibรญ en un sobre sellado el discurso. Lo corregรญ levemente con plumรณn rojo, le agreguรฉ dos o tres pequeรฑas frases, tachรฉ las tres menciones que hacรญa de Salinas. Sonรณ el telรฉfono. Era Colosio en persona. "No me lo mandes, yo te caigo a las doce en tu casa". Al dรญa siguiente lo recibรญ. Yo estaba solo. Le leรญ mis propuestas. "Ya quitรฉ las menciones", me dijo. Esta vez parecรญa confiado. Nos despedimos en la puerta, y para mi estupor notรฉ que su chofer tenรญa estacionada su camioneta roja a unos 100 metros. Cubriรณ la distancia solo, sin guardias personales.
El discurso del 6 de marzo causรณ revuelo, pero no logrรณ animar la campaรฑa. Muchos pensarรญan despuรฉs que fue el epitafio de Colosio. El 7 aparecieron las declaraciones en Newsweek. El 15 de marzo por la noche nos invitรณ a cenar junto con dos matrimonios: Octavio y Marie Jo Paz, Alejandro y Olbeth Rossi. Venรญa con el rostro descompuesto por una nueva puรฑalada: en su mismรญsima alma mater, el Tecnolรณgico de Monterrey, lo habรญan increpado. Charlรกbamos deshilvanadamente. Colosio, como siempre, guardaba largos silencios, tomaba nota y asentรญa con un innecesario "sรญ seรฑor". Un arpista tocaba junto a la escalera una mรบsica celestial. De pronto, Diana Laura trajo un pastel de cumpleaรฑos para Octavio. "Pero si faltan todavรญa dos semanas", dijo Paz con natural sorpresa. "Sรญ —contestรณ Diana Laura— pero quiรฉn sabe cuando lo volveremos a ver." A Isabel y a mรญ la frase nos sonรณ extraรฑa, fuera de lugar. A la salida coincidimos en observar la atmรณsfera sombrรญa de la reuniรณn.
A la maรฑana siguiente desayunรฉ con Julio Scherer. Le narrรฉ la cena de la noche anterior y รฉl me confiรณ su รบltimo encuentro con Colosio. No era yo el รบnico en advertir su quebranto. Scherer tambiรฉn lo habรญa notado: "recomiรฉndame un libro, Julio", le habรญa dicho, no por curiosidad sino por una conciencia exacerbada y patรฉtica de su desorientaciรณn. Yo tenรญa un viaje inminente a Espaรฑa, pero Scherer y yo convenimos en un plan para el regreso: nos reunirรญamos con Colosio y procurarรญamos convencerlo de retirar su candidatura. Le ayudarรญamos a liberarse de un destino injusto que no tenรญa por quรฉ asumir. Y fue en Espaรฑa, nuevamente, cuando una llamada nocturna de Ramรณn Alberto Garza me dio la espantosa noticia: "balacearon a Colosio, extraoficialmente te puedo decir que estรก muerto".
¿Entreviรณ Luis Donaldo su muerte? Seguramente no. Apunta Plutarco que el hado de Cรฉsar "no fue tan inesperado como poco precavido". Pero Colosio no era Cรฉsar, no pensaba como Cรฉsar. Tal vez su falta de precauciรณn entraรฑase una secreta convocaciรณn del peligro, un oscuro deseo de apurar al destino y resolver la tensiรณn. Lo cierto es que en รฉl —y en Salinas, que lo ungiรณ— se cumplรญa una regla de hierro en Mรฉxico: el poder no sรณlo destruye a quien abusa de รฉl, tambiรฉn a quien lo rehรบsa.
En la novela de Thornton Wilder, Cรฉsar lamenta la alta probabilidad de perecer "bajo la daga de un loco". No ignoraba los augurios, las seรฑales, las ansiosas conspiraciones, pero era otra la suerte que deseaba:
"¿No serรญa un descubrimiento maravilloso encontrar que alguien me odia a muerte pero con odio desinteresado?[…] Hasta ahora no he descubierto entre quienes me aborrecen sino los impulsos de la envidia, de la ambiciรณn personal y de un consolador espรญritu de destrucciรณn. Quizรก en el รบltimo instante me sea dado contemplar el rostro de un hombre cuya รบnica obsesiรณn sea Roma y cuyo รบnico pensamiento la certidumbre de que yo soy el enemigo de Roma."
¿Quiรฉn matรณ a Luis Donaldo Colosio: el odio de la ambiciรณn o del desinterรฉs? ¿Fue vรญctima de una conspiraciรณn tramada por el presidente Salinas? Es muy difรญcil creerlo: la bala que matรณ a Colosio hiriรณ mortalmente a Salinas. ¿Fue vรญctima de una conspiraciรณn tramada en las entraรฑas de la familia revolucionaria para destronar a la familia Salinas? Es posible: habรญa sido desplazada y temรญa seguirlo siendo por varios sexenios. Y bajo esa hipรณtesis, ¿a cuรกl de las dos familias pertenecรญa, en ese momento, Raรบl Salinas?
O fue la azarosa daga de un loco, un oscuro resentimiento, el sueรฑo delirante de un "caballero รกguila" en busca de fama y gloria. De ser asรญ, la muerte de Colosio es doblemente dolorosa porque a despecho de su continua profesiรณn de fe ("quiero ser presidente de los mexicanos") era el mรกs improbable de los cรฉsares. De allรญ que su asesinato —como el de Madero o Zapata— corresponda mรกs al perfil dramรกtico de un sacrificio que al de un magnicidio, como el de Obregรณn.
Las balas de Lomas Taurinas recordaron al mexicano la mรกs vieja lecciรณn de su historia, algo que habรญa olvidado desde los aรฑos veinte: "las fuerzas diabรณlicas que acechan a todo poder" (Max Weber) y que obligan a ejercerlo, vigilarlo y limitarlo con un permanente sentido de responsabilidad. Diana Laura, en su dolorosa confusiรณn, seguรญa creyendo que el poder redime: "si no tuve un esposo presidente, tendrรฉ un hijo presidente". Esas fueron las รบltimas palabras que le escuchรฉ, meses despuรฉs del asesinato de su marido.
La corte de la Muerte habรญa cerrado el cรญrculo de fuego. Era ella, la macabra, quien ahora reinaba indisputada, "burlando el poder del rey, riendo de su pompa, concediรฉndole un soplo, una breve escena para jugar al monarca, ser temido, matar con la mirada, incitando su egoรญsmo y sus conceptos vanos, como si esta carne que amuralla nuestra vida fuera bronce inexpugnable". –
Historiador, ensayista y editor mexicano, director de Letras Libres y de Editorial Clรญo.