Una de las preocupaciones sociales es que los jóvenes se han escorado a la derecha; la ultraderecha fagocita no solo el descontento con el sistema, también las ansias de rebeldía de la juventud. Si pensamos en el movimiento pendular y nos acordamos de algunas ficciones sobre cómo se canalizan ciertos impulsos asociados a los años mozos nos damos cuenta de que esto ya ha pasado antes. Y que tiene una cierta explicación –lo que no lo hace menos preocupante ni significa que la solución sea fácil.
Estas semanas ha pasado una cosa que me ha hecho caerme del guindo: ya no hay rebeldes, outsiders, marginales, bocazas, aguafiestas, tocapelotas, críticos, provocadores. Todo eso se usa solo como trampolín para llegar: pasa como con lo del abismo, parece que los rebeldes de ahora de tanto mirar al sistema, ha sucedido que el sistema los mira a ellos y los fagocita y absorbe, y por supuesto los neutraliza. Lo que ha pasado con Inés Hernand es un ejemplo claro: ¿cómo va a ser Hernand una rebelde si el presidente del gobierno te llama icono después de que tus jefes te reprendan públicamente por tu comportamiento cubriendo la alfombra roja de los Goya? Como escribió Lorena G. Maldonado, “El verdadero activismo genera problemas. Te hace perder dinero, amigos, tiempo. Te aparta de los focos principales. Te condena a ciertos márgenes. Pero ella, qué sorpresa, no para de ganar. Eso demuestra su gran estafa. El presidente del Gobierno, en un delirante tuit que casi me hace meterme dos años debajo de la mesa, la llama ‘icono’. Dilo, amorch… o algo de eso.” Quizá por eso la reacción de Hernand –aprovechar la atención para hacer virtue signalling– a las críticas resulta hipócrita y, como escribió Maldonado, de una frivolidad enorme.
La canción que va a representar a España en Eurovisión, ese festival en el que se celebra lo hortera y la caspa con tamiz presuntamente sofisticado, es decir, confeti, también se ha usado para trazar una línea. Has de verla como una provocación y una apropiación del insulto para desactivarlo para estar en el lado correcto; ¿o es que prefieres que te represente el himno de Falange? La cosa es que, por un lado, Eurovisión le da igual a mucha gente; otra mucha que disfruta y se divierte en el festival va por las risas y el confeti y está bien. Esa operación de intelectualización de lo pop –en el peor sentido del término– ya se hizo con Barbie, repito, un anuncio muy largo de Mattel con un anuncio corto de Birkenstock dentro. No deberíamos tragarnos ese sapo de nuevo. Dar una pátina de presunta intelectualidad a productos que no la tienen ni la pretenden, no solo es un uso hipócrita del pensamiento, sino que banaliza la conversación pública, rebaja el nivel.
Vuelvo al asunto de la rebeldía. También es tradición la fagocitación, pensemos en la figura del enfant terrible o en la del bufón de la corte: es como una especie de vía de escape controlada. Ahora pensemos en figuras que puedan encajar en ese perfil crítico y pensemos si hay alguna que no sea sistema ya. La fagocitación se produce de diferentes maneras y a diferentes niveles: es consciente, todos lo saben y puede usarse como estrategia de colocación. Por otro lado, ¿dónde está la rebeldía en darle la razón a la opinión mayoritaria?
Bola extra: lo que quiero decir se ejemplifica en este capítulo de Las noches de Ortega; una perla: “El humor es el modo de tocar los cojones al poder”, dice la invitada, humorista ficticia a quien Netflix acaba de contratar su monólogo por 20 millones.
(Zaragoza, 1983) es escritora, miembro de la redacción de Letras Libres y colaboradora de Radio 3. En 2023 publicó 'Puro Glamour' (La Navaja Suiza).