Cada cuatro años, la selección del candidato a vicepresidente en Estados Unidos genera apuestas, discusiones y debates encendidos. Como regla general, los candidatos a la Presidencia buscan alguna combinación de tres factores: afinidad ideológica, contrastes de personalidad y capacidad para ganar algún estado crucial. Dos de estas variables explicaron la fórmula Palin-McCain: como McCain, Sarah Palin tenía fama de “rebelde”, a diferencia de McCain, Palin era a) una mujer relativamente joven y b) conservadora hasta los huesos. McCain calculó que Palin podría darle acceso al voto femenino y acercarlo a la poderosa base conservadora del Partido Republicano. En términos generales, se equivocó: la supuesta “rebeldía” de Palin funcionó hasta que la torpeza de la propia candidata exhibió su profunda ignorancia. Barack Obama, por su parte, hizo bien en escoger a Joe Biden: un hombre blanco, de convicciones claramente demócratas y larga carrera en el Senado, quien logró equilibrar el pasivo que podía representar la juventud y —seamos sinceros— el color de la piel de Obama. Biden jugó su papel a la perfección, acompañando de manera discreta y eficaz a Obama.
En 2012, Mitt Romney enfrentaba una disyuntiva interesante. Romney ha llegado a la recta final de la campaña presidencial con una clara ventaja entre los votantes blancos sin grado universitario y un déficit muy marcado entre los hispanos, los afroamericanos y las mujeres, sobre todo aquellas que no tienen hijos. La lógica sugería que Romney buscaría un compañero de fórmula que lo ayudara a acercarse a alguno de estos tres grupos. Además, Romney necesitaba a alguien que le sirviera para acortar la brecha con Obama en alguno de los estados clave de la elección: Florida, Ohio, Wisconsin, Colorado… Hasta hace unos días, mi apuesta era Rob Portman, senador por Ohio, hombre de gran seriedad y experiencia que le serviría a Romney para consolidar el discurso con el que ha pretendido ganarle la partida a Obama: el del “CEO” que llegaría a Washington para poner en orden la casa. Algunos pensaban que Romney se inclinaría por Marco Rubio, que reúne varias virtudes: conservador, latino y relativamente popular en su tierra, el crucial estado de Florida.
Que Mitt Romney haya elegido a Paul Ryan, el joven y ultraconservador congresista de Wisconsin, representa un punto y aparte en la historia del Partido Republicano. Por años, una de las preguntas fundamentales de la política estadunidense ha sido hasta qué grado el partido conservador se entregaría a su ala más extrema, que aboga por medidas genuinamente radicales en casi toda la agenda de gobierno. George W. Bush y sus asesores estructuraron buena parte de su estrategia electoral alrededor de los votantes evangélicos. Así ganaron en 2004, por ejemplo. Después, con el surgimiento de los partidarios de la “Fiesta del Té”, el Partido Republicano sufrió un nuevo jalón hacia la derecha. Para las voces más moderadas dentro del partido, esta radicalización republicana es un mal augurio: saben bien que el futuro electoral en Estados Unidos está en el centro del espectro político, no en sus orillas. La selección de Paul Ryan como candidato vicepresidencial republicano acaba, de una vez por todas, con la duda sobre el destino, al menos a mediano plazo, de los republicanos: la derecha más conservadora lo controla todo. Ryan es considerado el líder ideológico e intelectual del partido. Fue él quien creó el proyecto fiscal y de recorte del gasto que hizo las delicias de los ultraconservadores, pero resultó notablemente impopular entre la población en general. Es un conservador de cepa en asuntos sociales: cree que la vida comienza en la fertilización y está, claro, contra regular la migración, las armas y todas esas otras cosas que son anatema para los republicanos premodernos que, por ahora, parecen haberse adueñado de su partido. En suma, al escoger a su flamante compañero de fórmula, Romney claudica, se olvida de la moderación para refugiarse en el nicho del dogma. Desde ahí, tratará de vencer a Barack Obama. Esperemos que no lo logre: cualquier recompensa es demasiada para quien apuesta por gobernar para y desde los márgenes.
(Ciudad de México, 1975) es escritor y periodista.