No hay que creerse la propia propaganda y no hay que subestimar al adversario. El presidente del Gobierno no siguió estas dos viejas recomendaciones en el debate del lunes. Según la propaganda, el debate marcaba el momento de la remontada, la ocasión en que Sánchez vapulearía a Feijóo y las cosas empezarían a cambiar. Los efectos en el voto generaban dudas, pero era el punto de giro de una Moncloa obsesionada con el relato. Había inflado las expectativas y eso hace más dolorosa la derrota de Pedro Sánchez. Parte de la propaganda consistía en que al presidente se le dan bien los debates, pero no se recuerda que haya ganado uno con claridad (otra cosa es cuando puede imponerse por aplastamiento). Otra parte presentaba al líder del Partido Popular como una especie de paleto afásico. Cuando descubrió, nada más empezar, que no tenía enfrente a la caricatura que había construido su equipo, el presidente perdió la calma y no logró recuperarla. La táctica teatral de la firma del pacto de la lista más votada para evitar los extremos mostraba el cinismo del argumento de la alarma por la ultraderecha: era una trampa previsible, pero el presidente no supo responder. Además de la repetición de eslóganes grotescos (el SuperGlue) fue sorprendente que introdujera marcos que le perjudicaban: el sanchismo, el Falcon, que te vote Txapote. El intento de justificar la derrota en las supuestas mentiras de Feijóo es en sí una mentira: como ha escrito Rafa Latorre, si ves el debate sin voz queda todavía más claro quién perdió; los dos contendientes emitieron falsedades, tergiversaciones y presentaron los datos que mejor les venían. Pero, además, es una táctica dadaísta para defender a un presidente del gobierno cuya indiferencia por la verdad se ha convertido en un lugar común. El fallo no era solo colocar los marcos de su adversario: al hacerlo, parecía que quería hablar ante todo de sus problemas, de la injusticia que cree sufrir, de la falta de reconocimiento a lo mucho que ha hecho por los ciudadanos. Daba una sensación de ensimisamiento airado; interrumpir (algo que hicieron los dos pero inició Sánchez) o no prestar atención a los moderadores contribuía a ello. No supo poner en apuros a Feijóo y, de manera más destructiva, tras cinco años en el poder parecía conocer peor la gestión o el funcionamiento del Estado de la autonomías que un rival al que llevaba meses acusando de insolvente.
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