Oligarcas nómadas y oligarcas sedentarios

Putin dijo en una entrevista que ya no hay oligarcas en Rusia, algo completamente falso. Sin embargo, los oligarcas de hoy no son como los de los años noventa y la época de Yeltsin.
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La reciente entrevista a Vladimir Putin en el Financial Times ha atraído, comprensiblemente, mucha atención. (Aquí puede leerse el artículo entero). Parecía que todo el mundo necesitaba responder. A veces, esas respuestas eran extrañas, como la refutación de Donald Tusk de una frase de Putin: “el liberalismo está obsoleto”. ¿Necesita el jefe del Consejo Europeo responder a las entrevistas de todos los presidentes, incluso a las partes donde no se menciona la Unión Europea? Muchos otros comentaristas se han centrado en los comentarios intencionadamente insultantes de Putin hacia los migrantes, su frase sobre “el fin del multiculturalismo” y sobre otro “fin” citado por Putin, el de los oligarcas rusos.

Quiero tratar este último tema. Preguntado sobre si hay oligarcas en Rusia, Putin se atrevió a decir que no hay ninguno: “Ya no tenemos oligarcas. Los oligarcas son aquellos que usan su proximidad a las autoridades para recibir ingresos extraordinarios. Tenemos empresas grandes, privadas o con participación del gobierno. Pero no conozco ninguna empresa grande que reciba un tratamiento preferente por estar cerca de las autoridades.”

Esto, por supuesto, contradice obviamente los hechos. Lo nombres de los rusos más ricos no son un secreto, y casi todos están de una u otra manera conectados con el Estado y a menudo con Putin personalmente. En su libro Rich people, poor countries, Caroline Freund demuestra que en 2014 un 63% de la riqueza de los multimillonarios rusos provenía de planes de privatizaciones sospechosos, riqueza de recursos minerales (donde hay una conexión casi siempre con privilegios del Estado) y conexiones políticas directamente. Por comparar, la cifra equivalente en América Latina es un 8,8% y en los países de la OCDE es un 4,2%.

Por lo tanto, objetivamente, la frase de Putin es falsa. Pero, en un sentido diferente, contiene algo de verdad, una verdad escondida en el uso de un mismo término, oligarca, para dos tipos diferentes de ricos.

Esta dualidad entre los “oligarcas” y los “oligarcas” la señaló Henry Foy en el Financial Times, pero no es capaz, en mi opinión, de extraer las implicaciones de la distinción hasta su conclusión lógica.

Los oligarcas de Putin son multimillonarios que “sirven” a discreción del Estado. Un comentarista ruso dijo una vez que todos deberían considerarse a sí mismos custodios temporales de su riqueza. Si caen en desgracia con el régimen pueden perder sus activos a través de procedimientos legales sospechosos o, si es necesario, de manera más contundente con la cárcel.

El tipo original de oligarca al estilo Yeltsin, que “popularizó” el concepto, era diferente. Estos oligarcas eran dueños del Estado, así que el Estado existía solo a su discreción. En la cima de su poder, después de la reelección de Yeltsin en 1996, a la que contribuyeron (en un acuerdo que condujo al famoso intercambio “préstamos por acciones”), los oligarcas, por separado, controlaban a Yeltsin y buena parte de los engranajes del poder estatal. Como también competían por el poder entre ellos y unos estaban aliados con el ejército, otros controlaban monopolios naturales y un tercer grupo tenía sus propios medios, a finales de los años noventa Rusia era un país al borde de una guerra civil. Se quedó no muy lejos de donde Libia está hoy. Bajo ese “régimen”, la esperanza de vida bajó de 69 a 64,5 años, el declive más largo en esperanza de vida registrado en tiempos de paz. Fue como la crisis de los opioides en Estados Unidos hoy pero multiplicada por diez o más.

Rusia era un país gobernado, cogiendo prestada la terminología de Mancur Olson, por bandidos nómadas. Lo que Putin consiguió al controlar a los oligarcas bandidos nómadas fue crear un sistema de bandidos sedentarios cuya riqueza depende de la proximidad al Estado y que, como cualquier bandido sedentario, tiene más interés en la fortaleza del Estado y el bienestar de su población, simplemente porque ese bienestar está más relacionado con el suyo.

Por eso los oligarcas de Putin representan una mejora. Como los comentaristas extranjeros no tienen que vivir en los países que analizan, suelen confundir los dos tipos de oligarcas. Pero para la gente que tiene que vivir bajo dos regímenes alternativos (bandidos nómadas o sedentarios) la elección es muy simple.

Es una elección que implica vivir en un Estado de guerra civil incipiente donde no sabes lo que les va a pasar a tus hijos en el colegio, donde pueden darte una paliza aleatoriamente en la calle, te pueden secuestrar diferentes milicias privadas o te puede echar de tu casa una mafia hoy y otra mañana.

Es verdad que ese mismo tipo de cosas puede ocurrir bajo un régimen cleptocrático centralizado (como el de Putin), pero ocurren con una cierta “lógica” y “orden”. En otras palabras, el castigo se corresponde con la desobediencia política y las reglas de conducta son bien conocidas. En el sistema de bandidos nómadas desordenados, el castigo se inflige aleatoriamente, o puede castigarse por acciones o razones completamente diferentes, y muchas de ellas pueden desagradar a un magnate/bandido pero no a otro. Bajo ese sistema caótico, la violencia puede venir de cualquier dirección, por cualquier razón, y en cualquier momento.

Para los observadores externos, el sistema de violencia aleatoria -porque los observadores extranjeros están exentos de ella, como también estuvieron exentos durante la “década de la humillación” en Rusia- puede parecer más democrático. Hay, es verdad, centros de poder alternativos compitiendo unos con otros, hay libertad de expresión, cada imperio mediático perteneciente a un magnate ataca al imperio mediático propiedad de otro magnate, y ahí por lo tanto parece que hay una vida política a pesar de la ausencia del Estado de derecho, una corrupción descontrolada e inseguridad física. El sistema de bandidos sedentarios es, en comparación, monocromático pero para la gente que vive bajo él resulta más predecible y más seguro.

La realidad es que una gran parte de la población mundial tiene que elegir entre esos dos sistemas: una cleptocracia multiorigen y anarquía, o un enriquecimiento centralizado y controlado. No sorprende que la mayoría de la gente común elija la estabilidad sobre el caos, la violencia predecible frente a la aleatoria, y algo de justicia en vez de ninguna.

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Branko Milanovic es economista. Su libro más reciente en español es "Miradas sobre la desigualdad. De la Revolución francesa al final de la guerra fría" (Taurus, 2024).


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