Ilustración: Letras Libres

El nuevo régimen quiere opiniones a modo

Luego de ganar las elecciones, algunos voceros morenistas parecen querer forzar la unanimidad en la opinión pública. El disenso y cuestionamiento permanentes serán más importantes que nunca.
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Cualquier opción política en el mundo que consigue un triunfo aplastante celebra alegremente. Es lógico y justo. Lo que no es racional, ni correcto, es montarse en un éxito electoral para exigir el linchamiento, ostracismo y condena de los críticos del régimen. En lugar de humildad y grandeza en la victoria, los voceros morenistas han sido soberbios en los primeros días después de la elección. Peor aún: parecen querer forzar la unanimidad en la opinión pública, en consonancia con su deseo de un gobierno hegemónico de partido dominante.

Al menos cuatro de esas voces usuales del oficialismo han salido en las últimas semanas a pedir la purga de aquellos que opinaron en crítica, oposición o cuestionamiento de lo que hizo y hace el régimen.

Unos exigen que los periodistas y analistas pidan perdón, otros, con arrogancia que se confunde con sesgo Dunning-Kruger, establecen que “un delimitado contingente de analistas habrá de salir de circulación”, tildándolos de “judas de la verdad”, “culpables de distorsionar la realidad y, con ella, el juicio público” y otros epítetos.

Otros señalan “el descrédito que deberían estarse llevando” los medios y  analistas políticos “de oposición”, grupo en el que los tibios no se reconocen, sino que se suman a la purga de aquellos críticos, señalando que confunden sus deseos con la realidad. Algunos más, en la cúspide de la necedad del comisariado de la censura, establecen que el nuevo gobierno debe intervenir para que el espectro de opinión se vuelva “realmente plural”.

El tufo orwelliano de estas condenas hace necesario recurrir a lo que Gabriel Zaid dijo hace más de un cuarto de siglo: la función de los intelectuales es opinar de los asuntos de interés público. Aquellos “que opinan sujetos a una verdad oficial (política, administrativa, académica, religiosa)”1 no son intelectuales: son voceros o propagandistas. Y, solo por eso, la pretensión del régimen no es factible: ni se van a disculpar los analistas que tengan dignidad, ni los medios serios van a prescindir de ellos. Aquellos que, como los gatos, pretendan caer parados, tendrán que disfrutar lo votado: la abyección y sujeción a la línea gubernamental.

El régimen no solo quiere un poder y partido único, quiere pensamiento alineado en las mesas de opinión. Además de ser antidemocrática, el problema de esa pretensión es el nivel de pacotilla de los censores morenistas. Valga un ejemplo: señalar a López Obrador como “uno de los líderes políticos más importantes de la historia moderna” evidencia la bajísima calidad de la apología difundida por los aspirantes a la instauración de nuestra versión del Ministerio de la Verdad.

No existen dudas sobre el desempeño de la oposición en campaña y durante la jornada electoral: faltó efectividad y profesionalismo de los partidos, la candidata cometió varios errores, desde proponer a Raquel Buenrostro como perfil de su gabinete, hasta aceptar su derrota antes de los cómputos distritales, porque un conteo rápido, hecho con una muestra menor a las 7 mil 500 casillas, declaraba la ventaja de su competidora.

Varios de los llamados “analistas de oposición” criticaron y critican estas fallas, honestidad intelectual que rara vez se atestigua en los voceros oficialistas, defensores a ultranza de los cocodrilos voladores, o en los normalizadores, que se han atrevido a decir que se deben “acatar” los conteos rápidos, como si un mecanismo estadístico sustituyera a la fases legales del proceso electoral.

La vida pública mexicana bajo el régimen que comienza no necesita paleros del gobierno naciente, ni opinión única en los espacios de análisis y discusión política, mucho menos censura. En estos tiempos difíciles, que pueden llevarnos a una era oscura no democrática, dar la batalla cultural será más importante que nunca: habrá que doblar la apuesta, cuestionar con mayor puntualidad lo que el poder haga mal, ya que ahora será casi absoluto y tenderá a corromperse absolutamente.

Valga una respuesta a los afanes ostracistas del régimen: incluso si la televisión o radio excluye a analistas, por falta de valentía o presiones del gobierno, siempre existirán mecanismos como el blog, el podcast y el substack. El régimen no puede callar a nadie que en verdad quiera hablar, a pesar de la petulancia en la victoria que marca la conducta de varios de sus acólitos. ~


  1. Gabriel Zaid, De los libros al poder,DeBolsillo, Edición de Kindle, p. 79. ↩︎
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