Pedro el breve: balance del gobierno de Sánchez

Al tener poca capacidad de maniobra y unos apoyos muy débiles, el gobierno se ha dedicado a la guerra cultural y la polarización.
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En tiempos de polarización, hablar de polarización suena mojigato. Recuerda a la mujer del reverendo Lovejoy en Los Simpson (“¿Es que nadie piensa en los niños?”) o a la famosa frase ya convertida en cliché de Rodney King durante los disturbios de Los Ángeles en 1992 (“Can’t we all just get along?”). La polarización fuerza a elegir bando. El que no lo hace es equidistante o algo peor. A veces, los polarizadores se ponen épicos y citan a Desmond Tutu: “Si eres neutral en situaciones de injusticia, has elegido el lado del opresor.” Como si la competición partidista en una democracia occidental fuera lo mismo que la denuncia del apartheid. Algo que olvidan los polarizadores es que la orfandad de partido político no es lo mismo que la falta de ideas o la equidistancia. En épocas de polarización, el centro y los moderados se resienten, pero no solo exactamente el centro ideológico, sino todos los que están cansados con la escenificación, la guerra cultural, la demonización gratuita. Desde la llegada del PSOE al gobierno, eso es lo único que ha existido, porque su debilidad parlamentaria no le permitía otra cosa.

¿Quiénes son los polarizadores? Ellos. Nosotros representamos la decencia y el sentido común. El marco del PSOE tras la derrota de sus presupuestos, que desembocará en unas elecciones (posiblemente a finales de abril, un mes antes de las elecciones europeas, autonómicas y municipales), ha sido comparar a “las derechas” con el independentismo. De pronto, los “fascistas” (que es como ha llamado el PSOE a quienes fueron a la manifestación de Colón contra el gobierno) son igual de irresponsables que los independentistas con los que se ha buscado el “diálogo” a toda costa. Tiene cierto sentido electoral: al enemigo hay que homogeneizarlo y esencializarlo. Los que han votado contra los presupuestos han votado contra el progreso, cuando quizá hay objeciones legítimas que no tienen que ver con el desprecio a la pobreza infantil o la precariedad. El principal obstáculo es muy sencillo: el gobierno ha intentado gobernar como si tuviera una mayoría amplia cuando solo tenía 84 diputados.

Sánchez llegó al gobierno alegando una urgencia moral y defendiendo una reparación institucional, pero su principal objetivo parecía la venganza personal tras haber sido, en cierto modo, expulsado del establishment de su partido. Ha intentado crear un gobierno para el medio-largo plazo cuando era consciente de que sería muy corto: ha colonizado instituciones y colocado a los suyos en organismos que deberían ser independientes o al menos no partidistas, ha convencido a profesionales del sector privado para que entren en el gobierno (a pesar de que al salir de él quizá no puedan volver a sus puestos previos, por una cuestión de incompatibilidades y de puertas giratorias). Era una buena estrategia para presentarse a las elecciones con un programa reformista: hicimos lo que pudimos en un contexto muy complicado. Pero da la sensación de que, si los presupuestos no hubieran sido tumbados, Sánchez habría continuado su ilusión de gobierno ideal, basado en la polarización y en los decretos ley.

Al no poder gobernar del todo, y con unos apoyos tan débiles, el gobierno se ha dedicado a la guerra cultural. Ha sido el eje más polarizador, a pesar de que la oposición no se ha quedado corta. La estrategia del PSOE de Sánchez ha sido fomentar el crecimiento de Vox para así plantearse como un gobierno progresista y constitucionalista. También ha extendido esa provocación a lo que ha llamado “las derechas” (un sintagma que ha calado también en la prensa). En el marco actual del PSOE, los independentistas han tumbado los presupuestos porque prefieren un gobierno de derechas (posiblemente con el apoyo de la ultraderecha de Vox) para así conseguir más apoyos a la independencia. Pero ha sido el PSOE el más interesado en ello, con sus memes de la “tríada aznarista”, la “derecha trifálica” o su irresponsable hashtag #NoVoyConElFascismo durante la manifestación de Colón: es el último cartucho que les queda, su gran fuente de legitimidad. El gobierno vino a recuperar la dignidad de las instituciones y acabó convirtiéndolas en aparatos de propaganda.

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Ricardo Dudda (Madrid, 1992) es periodista y miembro de la redacción de Letras Libres. Es autor de 'Mi padre alemán' (Libros del Asteroide, 2023).


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