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Foto: Kremlin.ru, CC BY 3.0 , via Wikimedia Commons

Por qué Díaz-Canel sigue en problemas

Desde que tomó el poder, Miguel Díaz-Canel abandonó la postura reformadora de Raúl Castro y redobló las peores tradiciones autocráticas del régimen. Lo que quizá no esperaba era que aplicar la receta de Fidel Castro en pleno siglo XXI podía estallarle en las manos.
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Este artículo fue publicado originalmente en Americas Quarterly y es reproducido con autorización.

 

Desde que asumió el poder en 2018, el presidente cubano Miguel Díaz-Canel ha aspirado a ser el Fidel Castro de la década de los ochenta; abandonó la postura reformadora de Raúl Castro y redobló las peores tradiciones autocráticas del régimen, con muy pocas innovaciones.

Lo que Díaz-Canel quizá no esperaba era que aplicar la receta de Fidel Castro en pleno siglo XXI podía estallarle en las manos, como sucedió en el mes de julio, y como seguirá sucediendo.

La sociedad cubana, después de todo, es muy distinta hoy en día. La nueva generación ha obtenido muy poco, si es que ha obtenido algo, de la Revolución. Está mucho más globalizada, aprecia más el vínculo con extranjeros, está más conectada a internet y, lo que es quizá más importante, tiene menos miedo.

Las protestas del mes pasado, las más grandes en décadas, han replanteado la pregunta sobre las causas de los alzamientos en contextos autoritarios. ¿Ocurren porque el régimen se relaja un poco, y ofrece nuevas oportunidades de movilización para grupos desafectados? ¿O porque el régimen endurece las restricciones políticas y provoca que la sociedad civil proteste en una desesperada lucha por no ser asfixiada?

El caso de Cuba confirma de manera tajante la segunda tesis. Las propuestas ocurrieron no porque el régimen le estuviera dando más espacios a los ciudadanos, sino precisamente porque se los estaba quitando. Sería un error de los líderes cubanos suponer que más restricciones resolverán el descontento.

Las protestas siempre están motivadas por reclamos, y en Cuba hay muchos. Pero en contextos autoritarios, las protestas también se ven impulsadas por cambios en las características del régimen. Algunas veces, como en el caso del bloque soviético, o de China en la década de los ochenta, los alzamientos suceden porque los líderes introducen reformas liberalizadoras que conducen a mayores expectativas y movilizaciones cívicas.

A primera vista, hay alguna evidencia de estas relajaciones en el régimen. Bajo el gobierno de Díaz-Canel, el estado aprobó una nueva constitución que garantizaba el derecho a la manifestación y legalizó el sector privado. El estado también aprobó la expansión del acceso a internet y relajó, a principios de año, las restricciones económicas que afectaban al sector de los autoempleados.

Sin embargo, estos pasos hacia delante palidecen en comparación con los muchos pasos hacia atrás.

El deslizamiento autocrático en Cuba comenzó en el momento en el que Díaz-Canel asumió el poder. En 2018, el presidente emitió el famoso Decreto 349, mediante el cual el ministerio de Cultura tenía que aprobar los eventos culturales públicos y privados, y podía prohibir el uso de símbolos antipatrióticos. Se trataba del endurecimiento más serio de las condiciones para la comunidad artística, el sector de la sociedad cubana que gozaba de mayor apertura desde la década de los noventa.

En 2019, Díaz-Canel comenzó a restringir las libertades en línea que él mismo había otorgado. Firmó el Decreto 370, que prohíbe a los cubanos almacenar información en servidores extranjeros, una necesidad para la pequeña prensa independiente, e ilegal, cubana. El Decreto 389, aprobado el mismo año, le permitía al gobierno ejercer la vigilancia electrónica sin necesidad de una orden judicial, y que cualquier evidencia recabada pudiera ser admitida como válida en un juicio.

Y aunque algunos han celebrado las provisiones más liberales de la Constitución, la última versión del documento adoptaba reformas que eran mucho más modestas que las planteadas en el plan original. Al final, se reafirmó el partido único. Volvió a aparecer la palabra comunismo. Y nada se hizo para cambiar el Código Penal tan represivo, vigente desde 1987.

Dicho código prohíbe abiertamente la libertad de asociación y de expresión (artículos 208 y 103). Más que la Constitución, es el Código Penal el que gobierna la actividad de la policía y el proceder de las cortes. La policía de Cuba, incidentalmente, fue creada según el modelo de la eficientemente despiadada Stasi de Alemania Oriental.

 

Regreso al siglo XX

Hasta este año, el gobierno se dedicó a desandar el camino de los llamados Lineamientos, las amplias reformas económicas anunciadas por Raúl Castro en 2011. Argumentando que había errores en esas reformas, Díaz-Canel introdujo una plétora de reglas severas en 2018 que buscaban limitar el crecimiento de los cuentapropistas.

El régimen de Díaz-Canel también se echó para atrás en los derechos LGBTQ. Cuando Raúl Castro gobernaba, Cuba avanzó un poco gracias a que su hija, Mariela Castro, presidía un Centro de Educación Sexual oficial que apoyó la expansión de los derechos LGBTQ.  Díaz-Canel, en cambio se ha aliado con los líderes religiosos para bloquear una enmienda constitucional para permitir el matrimonio entre personas del mismo sexo. Y en 2019, con el apoyo de Mariela, el gobierno canceló el Desfile del Orgullo en Cuba y arremetió contra aquellas personas que intentaron realizar una marcha alternativa. No obstante todos los intentos del régimen por parecer solidario con la causa, la gente LGBTQ sigue reportando que se les despide, excluye, y ataca por sus identidades, mientras que la policía cubana ignora constantemente los crímenes contra la comunidad LGBTQ.

Y ahí donde la pandemia debió (y en un principio lo hizo) representar una oportunidad de darle tranquilidad a la población del país con la mayor cantidad de doctores per cápita, Díaz-Canel pronto empezó a usar las restricciones sanitarias como una excusa para perseguir a figuras de la oposición. Cuando no tenía otros argumentos, acusó a los manifestantes pacíficos, a los disidentes y activistas por haber roto las medidas de prevención contra el covid-19. Durante la pandemia, Freedom House, una organización que monitorea la libertad, le bajó a Cuba el puntaje, ya de por sí bajo, por el incremento en la persecución.

Nada de esto sorprende. Antes de que fuera designado presidente, se filtró un video de 2017 de una reunión a puerta cerrada de Díaz-Canel con funcionarios comunistas, en el que criticaba el descongelamiento de la relación encabezado por Obama y Raúl Castro, y manifestaba posturas de línea dura sobre el disenso. Incluso pedía censurar a la prensa –una señal más de que se acercaba un gobierno al estilo de Fidel.

Pero Díaz-Canel no solo estaba regresando a Cuba a la autocracia, sino que intentaba reforzar el sistema cubano de supremacía blanca. Aunque el movimiento Black Lives Matter en Estados Unidos emitió un comunicado en el que culpaba al embargo de Estados Unidos y no al gobierno cubano de las manifestaciones de julio, la verdad es que el régimen cubano respalda muchos de los pilares de la supremacía blanca que el movimiento BLM combate.

A pesar de que los cubanos afrodescendientes están bien representados en la Asamblea Nacional, este cuerpo político casi no tiene poder. Se reúne solo dos veces al año y en esencia lo único que hace es aprobar lo que le viene dictado de arriba.

El poder real reside en el presidente y sus consejeros cercanos. La mayoría siempre han sido blancos. Y esta clica ha fortalecido un sistema económico que es abiertamente anti-negros.

Las disparidades en la riqueza según la etnicidad son vastas. Los cubanos blancos tienen una probabilidad cinco veces mayor de tener una cuenta de banco que los cubanos negros. Los cubanos blancos controlan el 98% de los negocios privados en Cuba. El único financiamiento privado autorizado por el gobierno son las remesas, y el 78% son para los cubanos blancos. Más de dos terceras partes de los cubanos negros o mestizos siguen sin acceso a internet. Los cubanos negros o mestizos han sido excluidos de la mayor parte de los puestos de trabajo altos en el sector público.

Quizá la única arena en la que los afrocubanos han podido establecer algún tipo de influencia es en el sector artístico y cultural independiente. Este es el sector al que apuntó Díaz-Canel directamente con su Decreto 349.

En lugar de seguir la ruta que siguió Mijaíl Gorbachov en la Unión Soviética, que dio paso a un periodo de liberalización política y económica en la década de los ochenta, Díaz-Canel venía copiando la reacción que tuvo Fidel Castro en ese mismo periodo. En la década de los ochenta, tanto temía Castro lo que un movimiento similar en Cuba podría provocar, que decidió moverse en contra de las manecillas del reloj e impuso la llamada Campaña de Rectificación, que supuso algunas de las restricciones más draconianas del bloque soviético en ese momento. El fusilamiento, en 1989, de cuatro militares cubanos altamente condecorados, por acusaciones cuestionables de traición, fue la manifestación más evidente del pánico y la furia de Fidel en esa época.

La intransigencia de Díaz-Canel no es una réplica exacta del pasado. Ha actualizado algunos aspectos del modelo fidelista. Por ejemplo, los largos periodos de encarcelamiento han sido reemplazados por arrestos por periodos más cortos. Pero no nos equivoquemos: el disenso político abierto sigue siendo un crimen, y más de 30,000 personas han sido detenidas en los últimos cinco años, aunque su tiempo de detención ha sido más corto.

Si el régimen no revierte el rumbo autocrático de Díaz-Canel, los cubanos seguirán diciendo: ¡se acabó!

 

Traducción del inglés de Pablo Duarte.

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es estudiante de último año en Amherst College.


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