En 1979, los demócratas tenían en Ted Kennedy una carta muy fuerte para la Casa Blanca. Ted contaba con casi todos los atributos para ser un gran candidato a la presidencia de Estados Unidos: una carrera propia como legislador, habilidad para el discurso, recursos para su campaña, buena presencia en medios y, desde luego, el legado político de la dinastía Kennedy. Como buen miembro de ese clan, su pasado no estaba exento de tremendos escándalos. Pero sus asesores confiaban en que, pese a ello, podrían construir una candidatura exitosa.
Para lanzar la campaña, el equipo de Kennedy y la CBS acordaron una entrevista en horario estelar. El conductor, Roger Mudd, le hizo una pregunta básica: “¿Por qué quiere ser presidente?”. Kennedy lo miró fijamente, y en lo que en televisión es una eternidad, guardó silencio unos segundos. De ahí comenzó a hablar de manera desarticulada e incoherente, dudando a cada palabra. Un desastre absoluto. Ese inicio de campaña con el pie izquierdo marcó el principio del fin de sus aspiraciones presidenciales. Al final, Kennedy terminó perdiendo la nominación. Hay que decir, sin embargo, que el discurso con el que reconoce su derrota es una brillante pieza de oratoria que hoy todavía se recuerda. Ted tenía mucho más habilidad retórica que Jimmy Carter, y tal vez eso hubiera sido lo que se necesitaba para derrotar en campaña a otro grande del podio: Ronald Reagan.
Todo esto viene a cuento ante el reciente anuncio de que Hillary Clinton quiere ser presidente de Estados Unidos. Los analistas políticos se han dedicado a dilucidar las políticas y las propuestas que Clinton defenderá en campaña. Y la verdad, no han encontrado mucho material. Como lo dice The Economist, para ser una figura política que lleva 25 años bajo el reflector, sus ideas políticas son difíciles de ubicar con precisión. Basta como ejemplo una frase que parece sacada de un guión de comedia política: cuando le preguntaron si en política exterior ella es realista o idealista, respondió que era una “idealista-realista”. Poco se sabe también de si va a usar un discurso moderno de género o si, como en 2008, preferirá fingir que ser mujer no es un tema. Su discurso no tiene claridad en el “por qué” y ahí está su principal debilidad.
La inconsistencia de su discurso le ha dado, ante muchos, una imagen de ser una mujer obsesionada con el cargo de presidente, dispuesta a decir lo que sea con tal de obtener lo que realmente quiere: poder. Y Hillary y su equipo de asesores parecen estar conscientes de que los electores no quieren a una mujer dura y arrogante, esperando un cargo que simplemente “merece”, sino a una persona que entiende y quiere servir a sus conciudadanos. Tal vez por eso decidieron que su lanzamiento de campaña no fuera en un evento político tradicional, sino en un video en YouTube. La protagonista del anuncio no es ella, sino una serie de estadounidenses “de carne y hueso”: obreros, jubiladas, familias de todas las razas, madres solteras, parejas del mismo sexo, todos hablando de sus sueños y esperanzas. Solo al final aparece la precandidata, diciendo en tono humilde: “voy a recorrer el camino para ganarme tu voto”.
Así, el mensaje de la campaña parece ir en la línea de: “ya entendí que no llegaré a la Casa Blanca solo por mi apellido, sino que necesito ganar primero la confianza de los electores”. La palabra clave de la estrategia de comunicación e imagen es “humildad”. Los esfuerzos para lograr que sea vista así serán muchos: Hillary formada en un restaurante de comida rápida para pedir un burrito, Hillary con su nieta, como amorosa abuela, Hillary hablando en Iowa (donde perdió las primarias de 2008) con gente de clase trabajadora.
¿Es creíble esta nueva Hillary? En el programa cómico Saturday Night Live piensan que no. En una parodia, muestran a una asesora diciéndole que grabe un mensaje con su propio celular para verse más cercana a la gente. Pero Hillary, incapaz de una sonrisa sincera, es poseída en el sketch por su hambre de poder y termina diciéndole a la cámara: “¡Ciudadanos: ustedes me elegirán. Yo seré su líder!”. Su asesora le dice que “tal vez así esté pareciendo un poco dura”. Pero a pesar de sus esfuerzos, la mujer simplemente no puede caer bien. El sketch hace reír porque así es como la ven muchos estadounidenses. Esto nos recuerda que, incluso en Estados Unidos, una mujer que aspira al poder no puede mostrar demasiado de lo que en un hombre se ve como un atributo: ambición. Sin embargo, para las feministas, lo que le sobra a Hillary no es hambre de poder, sino un hombre de poder: Bill Clinton, personaje cuyos excesos aún pesan sobre la imagen de su esposa.
En suma, el principal reto de Hillary Clinton en lo que será una dura campaña es contestar, de manera sincera y creíble, a la pregunta que ha descarrilado a otros políticos: ¿Por qué quiere ser presidente? De la calidad de su respuesta dependerá su campaña se queda en una anécdota para sketch cómico, como la de Sarah Palin. O si, como lo hizo Barack Obama, logra romper todas las barreras y hacer historia.
Especialista en discurso político y manejo de crisis.