¿Por qué no convencen los discursos de Hillary Clinton?

A Hillary le falta un buen discurso. ¿Por qué? Hay varias razones.
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La campaña presidencial estadounidense parece ya cliché de una mala película de terror: cuando la protagonista respira aliviada luego de haber acuchillado, ametrallado, quemado y aplastado con un piano al monstruo, este sale de la tierra y le toma el pie para evitar una vez más que se ponga a salvo. Donald Trump sigue desafiando todas las leyes de la política y hoy –pese a sus permanentes despliegues de cinismo, mentiras y bajeza moral– parece alcanzar y a veces hasta rebasar a Hillary Clinton en las encuestas.

Pero más allá de la fuerza que ha alcanzado la rebelión populista de Trump, es necesario preguntarse: ¿qué le ha faltado a Hillary Clinton para asegurar una ventaja más holgada? En esta bitácora lo decíamos desde que lanzó su candidatura: a Hillary le falta un buen discurso. ¿Por qué? Hay varias razones.

Sus discursos no se apegan a un solo mensaje central claro y concreto. A la candidata le gusta dar “listas de supermercado” con problemas y propuestas detalladas de política pública para cada uno de los asuntos más apremiantes para Estados Unidos. Eso vuelve sus discursos largos, aburridos y difusos: en un solo mensaje te puede hablar de la economía, las licencias por maternidad, la igualdad salarial hombre-mujer, el terrorismo, las tensiones raciales, los acuerdos comerciales y el cambio climático. Al final, es difícil para la audiencia recordar de qué se trató el discurso.

Sus discursos están llenos de detalles innecesarios. Hillary llena sus discursos de explicaciones irrelevantes. Al querer contar sobre una activista que cambió su vida, se pone a rememorar que se enteró que esa persona visitaría su universidad a través de un volante en el pizarrón de anuncios de la escuela. ¿A alguien le importa ese detalle? ¿No se trata de comunicar ideales, pasión, convicción?

La candidata y su equipo no siguen un proceso de producción eficiente y ordenado. Según se reveló en un reportaje del sitio web Politico, Hillary tiene a tres o cuatro redactores de su campaña, consultores externos, a varios amigos de confianza y a su marido opinando y corrigiendo sus discursos. Ella misma hace muchos cambios de última hora. Su jefe de discurso, Dan Schwerin, narra como se sienta con ella a editar los textos la noche anterior a los eventos, aunque se le entreguen los borradores con días de anticipación. Y el tiempo que se dedica a cambiar un discurso es tiempo que no se invierte en leerlo, en practicarlo, en absorberlo para decirlo de manera más convincente y natural. Lo perfecto se vuelve enemigo de lo bueno. Además, cada persona opinando no solo implica más cambios, sino también diferentes estilos para comunicar ideas, lo que le resta autenticidad al discurso.

Para completar el caos, su esposo Bill también manda sus “sugerencias” (por no decir órdenes) a última hora, lo que vuelve la edición final un desafío que se resuelve con la milenaria técnica del “más vale que sobre y no que falte”, es decir, mejor que el discurso se hunda por largo, feo y aburrido a que la candidata se enoje porque no metiste algo que sugirió Mr. Clinton.

Sobre todo, Hillary no sabe (ni ha querido o podido aprender) a transmitir emociones. James C. Humes, redactor de discursos para Eisenhower, Nixon y Reagan, decía que: “a la gente no le preocupa cuánto sabes, a menos que sepa cuánto te preocupa” (“people don’t care how much you know, unless they know how much you care”). Y Hillary parece más preocupada por demostrar cuánto sabe que por demostrar cuánto cree en lo que dice. Esto se percibe no solo en las palabras elegidas, sino en cómo se pronuncian. Veamos un ejemplo:

En el minuto 17:50 de este discurso, Hillary dice:

“Cuando conocí a un pequeña niña asustada en Nevada que estalló en llanto porque le preocupaba que sus padres pudieran ser deportados, fue un golpe directo a mi estómago. Yo sabía lo trabajadores que eran sus padres. Sabía de los sacrificios que estaban haciendo para darle a ella una vida mejor. Cuando conocí a un pequeño niño en Flint, Michigan que se enfermó por tomar agua envenenada con plomo, me hizo sentir muy enojada y decidida a trabajar más duro.”

https://www.youtube.com/watch?v=NUc4rQp4trI

Ni su tono de voz, ni sus gestos, ni su lenguaje no verbal reflejan el enojo, la indignación o la determinación de las que habla. Cuando dice “golpe en el estómago” ni siquiera se toca o señala su estómago. Sólo lo lee del teleprompter. Esta contradicción entre lo que uno escucha (la palabra “enojo”) y lo que uno percibe (una persona calmada, fría) genera dudas a nivel subconsciente sobre la veracidad de lo dicho. Justo lo que abona a la imagen de “poco confiable” que ya no ha podido sacudirse y que la acompañará durante su presidencia.

Al ver este breve clip de un discurso de Obama, la diferencia se entiende con mayor claridad. No hace falta transcribir lo que está diciendo para explicar las emociones que está comunicando: determinación, enojo, indignación, fuerza. De hecho, Obama no menciona esas palabras: las transmite. Cuando uno habla de emociones en un discurso, tiene que comunicarlas con la voz, los gestos, las manos. Si no, el discurso no se considera auténtico.

Si la comparación con Obama les parece injusta, vean este clip del mejor discurso de Sarah Palin, una mujer que no tiene ni la décima parte de la preparación, la inteligencia o la experiencia de Hillary Clinton, pero que logró mover a su audiencia con un buen discurso en 2008. 

¿La diferencia? Parece que a Palin le gustaba dar discursos y se preparó mucho para dar este. A Hillary no le gusta. Y ella lo dice:

“Fue una transición difícil, convertirme en candidata por primera vez cuando competí por el Senado en Nueva York. Incluso después de todos estos años, confieso que no disfruto hacer algunas de las cosas que se le dan naturalmente a la mayoría de los políticos, como hablar de mí misma”.

Esto es como si un jugador profesional de futbol dijera que le gusta mucho este deporte, que está en él por su afición, por su equipo, pero que esa parte en la que tiene que recibir la pelota y meterla con el pie debajo de esos tres palos pintados de blanco, como que no se le da, para ser sinceros. Pero nos quiere convencer de que sería el mejor centro delantero titular para la selección nacional.

En otra confesión, Hillary parece revelar, sin darse cuenta, lo que le hace falta: ganas de mejorar como oradora (el énfasis es mío):

“No soy Barack Obama. No soy Bill Clinton. Ambos se conducen con una naturalidad que es muy atractiva para las audiencias. Pero me casé con uno y he trabajado con el otro, así que sé que trabajan muy duro para ser naturales. No es algo que les sale así nada más. Trabajan y practican lo que van a decir.”

Si ya se dio cuenta del truco ¿por qué no practica más? Entiendo que nunca va a ser Obama o Bill, ellos tienen más carisma y mucho más talento retórico. Pero Hillary es una mujer brillante y podría hacerlo mucho mejor, no tengo duda.

¿Habrá practicado Hillary mucho tiempo sin lograr mejorar sus discursos? ¿O detesta tanto subirse al podio que dejó de intentarlo?

Ella culpa de su falta de calidad retórica a las diferencias de género:

“Es difícil. Tienes que comunicarte de una forma que la gente diga: “OK, la entiendo”. Y eso puede ser más difícil para una mujer. Porque ¿quiénes son tus modelos? Si quieres competir para el senado, para la presidencia, la mayoría de tus modelos de conducta serán hombres. Y lo que funciona para ellos, no funciona para ti. Las mujeres son vistas de manera diferente. No es malo. Es sólo un hecho.”

Y abunda:

“Es realmente muy gracioso. Voy a los eventos políticos y hay hombres hablando frente a mi, y comienzan a enfatizar su mensaje y a gritar sobre cómo necesitamos ganar la elección. Y a la gente le encanta. Y yo quiero hacer lo mismo, porque me importa todo esto. Pero he aprendido que no puedo ser tan apasionada en mis presentaciones. Me encanta agitar mis brazos, pero parece que eso asusta un poco a la gente. Y tampoco puedo gritar mucho, se percibe como ‘demasiado escandaloso’ o ‘demasiado agudo’ o ‘demasiado de esto o de aquello’…”

Este es un argumento que tiene algo de verdad. No se juzga igual a una mujer que se expresa con firmeza en público sobre un tema y que para hacerlo levanta la voz, que a un hombre que se expresa con firmeza. La mujer corre riesgos de caer en estereotipos fuertemente anclados: una mujer no puede parecer enojada o agresiva, porque las mujeres son “conciliadoras”. Si una mujer se apasiona en un debate, inmediatamente se busca “calmarla”. Una mujer que levanta la voz no es firme, porque la agudeza de su voz puede transmitir que está enojada y eso “aleja” a la audiencia. ¿Y de la risa? Hillary ha sido criticada tanto por no reírse como por lo “feo” de su risa. Al final tal vez es cierto que si no te gusta la idea de que una mujer tenga más autoridad y poder que tú, tampoco te va a gustar que su voz transmita autoridad y poder.

Como dice este artículo en su defensa:

“[La política] es un proceso desarrollado por hombres, dominado por hombres y, hasta hace relativamente poco, limitado a los hombres, por lo que favorece habilidades que son particularmente frecuentes en los hombres. Hablar se favorece sobre escuchar. […] Las mujeres enfatizan la dimensión de la empatía en la comunicación, por eso escuchan. Los hombres, en contraste, enfatizan la dimensión del estatus, por eso hablan. Hablar bien en público es una manera de ganar estatus.”

Cuando compitió con Obama por la candidatura presidencial en 2008, a Hillary le gustaba decir que “se hace campaña en verso pero se gobierna en prosa”. Hoy, el mundo está viendo con horror cómo una campaña hecha a gritos, golpes y gruñidos le está ganando terreno a la prosa de Hillary Clinton.

Por el bien de todo el mundo (literalmente, todo el mundo) espero que Hillary haga un esfuerzo final por convencer a más votantes de que lo que está en riesgo es tan grande y tan importante, que bien vale la pena soportar su aburrida prosa dicha con esa voz.

 

 

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Especialista en discurso político y manejo de crisis.


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