Puigdemont y la policía Bartleby

Nuestro Estado de derecho es el Estado de derecho de Schrödinger. Si una orden judicial es incómoda, no hay que insistir mucho en que se cumpla.
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Muy pocas policías del mundo podrían estar preparadas para la irrupción en Barcelona de Carles Puigdemont el pasado jueves. No solo su apariencia era desconocida, sino que no había manera de saber por dónde iba a pasar. Parafraseando a Winston Churchill, era un acertijo envuelto en un misterio dentro de un enigma. El fugitivo, experto en técnicas de camuflaje, podía recurrir a un sombrero de paja para despistar. El atlético líder independentista de 61 años podía avanzar por una calle céntrica de Barcelona a casi 6 kilómetros por hora, escoltado por tres tipos y asombrando a un profesor de sadomasoquismo que se asomaba al portal. Sus acciones eran imprevisibles. ¿Quién podría pensar que alguien subido a un escenario fuera a bajar de ese escenario a continuación? ¿Quién podría imaginar que un prófugo quisiera fugarse? El terreno era poco familiar para los agentes, un Vietnam. Y en cualquier momento podía surgir un obstáculo impredecible, como que un semáforo se pusiera rojo. Es posible incluso que Puigdemont llevara en el coche un bocadillo de butifarra y una Coca Cola Zero que le permitieran continuar su fuga de manera ininterrumpida, mientras el cuerpo detenía su férreo operativo Jaula para comer y echar un café.

Pero la policía española y la catalana entran en esas categorías. No solo son eficaces y desarticulan tramas criminales, sino que han visto muchas veces las películas de la saga de Jason Bourne. Descartada la incompetencia, hay que buscar otra hipótesis. Al ver la lealtad del desempeño de la policía autonómica (que se debe a la de sus mandos), es un ejercicio interesante imaginar qué pasaría con una agencia tributaria independiente. Pero la inhibición no es solo de la administración autonómica. El Estado, o quienes llevan su nave, saben lo que es importante: evitar fiestas de estudiantes en el covid, multar a los que reciclan mal, sancionar a gente que va en bicicleta con los auriculares colgados del cuello. Pero sería desestabilizador arrestar a alguien que trata de desestabilizar el país, porque eso podría desestabilizar al Gobierno. Nuestro Estado de derecho es el Estado de derecho de Schrödinger. Si una orden judicial es incómoda, si por ejemplo no le gusta al ministro de Transportes, no hay que insistir mucho en que se cumpla. Que lo pida el juez en Europa si quiere. (Puede que le digan: ¿Cómo lo vamos a detener nosotros, si vosotros no habéis querido?) A veces el gobierno es el capitán Ahab y persigue infatigable el delito. Otras veces transmite, de un modo u otro, sus instrucciones Bartleby. Preferiría no hacerlo, y que vosotros tampoco lo hagáis.

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Daniel Gascón (Zaragoza, 1981) es escritor y editor de Letras Libres. Su libro más reciente es 'El padre de tus hijos' (Literatura Random House, 2023).


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