La febril actividad diplomática desatada por la iniciativa de la Autoridad Palestina (AP) de pedir en Naciones Unidos el reconocimiento de un Estado palestino en el Margen Occidental, ha metido a los oponentes de la medida en el mismo casillero. El presidente Obama, el primer ministro israelí Benjamín Netanyahu y Hamás, la organización fundamentalista que controla la Franja de Gaza, han descalificado la medida aplicándole un mismo adjetivo: unilateral.
Calificativo por demás curioso porque presupone, en contra de la historia y la lógica, que el nacimiento de cualquier Estado tiene que transitar por la negociación y el acuerdo con la potencia ocupante-y ser “bilateral”-y porque olvida que la resoluciones de la ONU en 1947, cuando se decretó la partición, preveían la petición que los palestinos han llevado ahora a Naciones Unidas.
El “unilateral” conjunto de Washington, Tel Aviv y Gaza, no tiene nada que ver con la legitimidad de la propuesta que Mahmoud Abbas, el presidente de la AP, presentó el día 23 ante el Consejo de Seguridad de la ONU. Es, en primer término, un reclamo vago y general a Abbas por no haber cedido frente a los intereses de los opositores a la propuesta. Es también un indicador transparente de la fuerza que tienen los grupos radicales ultraconservadores en los Estados Unidos, Israel y en el mundo islámico. La iniciativa de la Autoridad Palestina dejó sin ropas al emperador. Ha expuesto el hecho mondo y lirondo de que Hamás, Netanyahu y Obama son, hoy por hoy, rehenes de sus fanáticos.
El caso de Hamás es transparente. La nueva estrategia de la Autoridad Palestina para internacionalizar el conflicto, presionar a Washington y a Israel y conseguir un margen de maniobra más amplio en la búsqueda de la conformación de un Estado propio, tiene dos caras: por un lado, la petición de reconocimiento a la ONU; por otro, la unificación de los dos gobiernos palestinos, divididos desde 2007, en un solo régimen que gobierne Gaza y el Margen Occidental. Hamás ha obstaculizado la unificación, no solo porque su ideario es confrontacional, sino porque alberga en su seno grupos crecientes de salafistas empeñados en la guerra santa contra Israel. Los jihadistas son un desafío ideológico inusitado para Hamás, que nunca antes había sido acusado de no ser lo suficientemente violento y extremista. El resultado es que la organización sigue empeñada en no reconocer al Estado de Israel y en exigir como precondición a cualquier negociación la garantía del derecho al retorno de los refugiados palestinos a territorio israelí. Supuestos que hacen imposible cualquier acuerdo con Israel y, de paso, con la estrategia de Abbas.
La última ronda de negociaciones entre la Autoridad Palestina e Israel acabó abruptamente hace un año cuando Netanyahu se negó a extender el período de congelamiento a la construcción de asentamientos en los territorios ocupados. Las condiciones del gobierno israelí en esa última vuelta dificultaban cualquier acuerdo: Netanyahu insistió en la ocupación militar de las márgenes del Jordán por 40 años, y se negó a compartir Jerusalén con los palestinos y a fijar las fronteras definitivas entre los dos potenciales vecinos. Desde entonces, ha sumado otras condiciones inaceptables a esa agenda inamovible. Entre ellas, la obligación de la AP de reconocer a Israel como un Estado judío, lo que condenaría a la numerosa minoría de árabes israelíes al limbo político.
Es difícil saber si Benjamín Netanyahu tiene algún proyecto más allá de mantenerse en el poder a toda costa. Lo cierto es que para conseguir este objetivo, se ha convertido en el rehén de sus propios fanáticos para apuntalar la coalición que lo sostiene. Está obligado a darle gusto a su ministro de asuntos externos Avigdor Lieberman (y a su electorado conformado por cientos de miles de inmigrantes rusos con una cultura política autoritaria) que, a más de haber colocado a Israel en una posición geopolítica de aislamiento sin precedentes en el Medio Oriente, busca establecer en Israel un régimen autocrático a imagen y semejanza del ruso. Al Putin nativo hay que sumar los partidos nacionalistas y los ultraortodoxos de la coalición gobernante, que buscan nada menos que el establecimiento de una teocracia en el país.
En su lucha por derrotar la iniciativa palestina, Netanyahu encontró un último aliado a su medida: el Partido del Té. El apoyo de los republicanos radicales al gobierno israelí, meses antes de las elecciones presidenciales estadounidenses, convirtió a Obama en un rehén más de los fanáticos. Apenas un año después de que declaró su apoyo al surgimiento de un Estado palestino en el foro de la ONU, Obama ha amenazado con usar el derecho de veto norteamericano en el Consejo de Seguridad para detener la iniciativa palestina que busca precisamente ese objetivo. Una vez más, Barack Obama ha dejado vacío el centro del espectro político estadounidense.
Estudió Historia del Arte en la UIA y Relaciones Internacionales y Ciencia Política en El Colegio de México y la Universidad de Oxford, Inglaterra.