Ayer el Congreso de los Diputados debatió sobre un cambio de reglamento que permitirá a los diputados hablar en euskera, catalán y gallego, siempre con traducción simultánea al español. Esto provoca una paradoja ya señalada varias veces. El diputado que hable en catalán y el que hable en euskera, por ejemplo, solo podrán entenderse entre ellos a través de su lengua común, el castellano. Pero lo harán a través de un intérprete. Es una gran noticia para los traductores y para los cómicos.
Los diputados de Vox, contrarios a la reforma, abandonaron el parlamento. En el PP hubo división de posiciones. Votaron en contra de la reforma, pero su diputado Borja Sémper, de origen vasco, usó el euskera en una intervención. En una entrevista de radio posterior, dijo que intentó “evidenciar que, por mucho que insistan los independentistas, las lenguas cooficiales no son patrimonio de ellos, no son lenguas propias de los nacionalistas”. El problema es que sí lo son. Han luchado para que así sea. En Cataluña especialmente, el independentismo ha hecho todo lo posible para que la lengua sea un símbolo nacionalista, un símbolo de separación, de demarcación. No estoy hablando del uso popular, sino del uso institucional. El catalán está instrumentalizado políticamente.
Cuando algunos independentistas defienden que el independentismo no tiene que ver con la lengua (ahora cada vez menos, el otro día el antiguo líder de ERC Joan Tardà dijo que hay que apelar a la independencia también en castellano, pero es una minoría y es un político retirado), están mintiendo. La lengua catalana es el núcleo del nacionalismo. Por eso la Generalitat se niega a cumplir la sentencia que obliga a las escuelas a impartir al menos un 25% de clases en castellano. Por eso en TV3 el castellano no tiene cabida (solo en alguna ficción en la que los personajes “negativos” hablan en castellano). Por eso la Generalitat riega con millones a los medios que usan el catalán y a los artistas que usan el catalán. Una grieta en ese sistema es una grieta en el poder nacionalista. Si el nacionalismo pierde la hegemonía de la lengua, pierde su poder blando, que es el más efectivo. En Cataluña, en la Cataluña institucional (el Parlament, los organismos públicos, la televisión pública, pero también en la Administración, que tiene un contacto directo con los ciudadanos), el uso del catalán no es casual, es un instrumento de construcción nacional (y aquí construcción nacional significa siempre construcción nacional en detrimento de la población castellanoparlante). Por eso nunca veremos a un presidente de la Generalitat hablar en castellano a los catalanes.
El uso del castellano en el Parlament es visto como una provocación ideológica. Cuando el líder del PSC, Salvador Illa, pronunció unas pocas palabras en castellano hace unos años, Josep Ramoneda escribió en El País: “me ha sorprendido que el nuevo líder del PSC, Salvador Illa, en el doble debate de la fallida investidura de Pere Aragonès, haya trufado sus intervenciones con algunas parrafadas en castellano, conforme al modelo del que Ciudadanos hizo casi su razón de ser. Ni Reventós, ni Maragall, ni Montilla, ni Iceta, sus antecesores, lo habían hecho nunca.” Ramoneda acusaba a Illa de seguir la estrategia de Ciudadanos (“los que han hecho de la bronca, y de la mezcla del castellano con un poquito de catalán, su estilo”). Salvador Illa no podía hablar en la lengua de la mayoría de catalanes.
Según el Instituto de Estadística de Cataluña (perteneciente a la Generalitat), un 52,7% de los catalanes considera que su lengua inicial (la primera lengua hablada en casa, con la que aprendió a hablar) es el castellano, frente a un 31,5% que dice que es el catalán. Un 46,6% piensa que el castellano es su lengua de identificación (la que considera como suya), frente a un 36,3% de catalán. Y un 48,6% afirma que el castellano es su lengua habitual (la que la persona encuestada considera que utiliza habitualmente), frente a un 36,1% que afirma que es el catalán. ¿Por qué no puede el presidente de la Generalitat hablar a los catalanes en castellano desde la tribuna de la cámara que los representa? Si el catalán en el Congreso de los Diputados es un avance simbólico, ¿por qué no lo puede ser el castellano en el Parlament, o en las declaraciones institucionales del President? ¿No es algo igual de simbólico? Pero el castellano es la lengua del enemigo. Los líderes nacionalistas fingen que ese enemigo está fuera de Cataluña, pero en realidad está dentro.