Foto: Amir Appel / Flickr.com

¿Y si Trump realmente deportara a millones de inmigrantes?

¿Qué pasaría si Trump tuviera un guante como el de Thanos, que hiciera desaparecer instantáneamente a la comunidad indocumentada de Estados Unidos? Las consecuencias para la economía de ese país serían inmediatas y severas.
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La noche del lunes, antes del arranque formal de su campaña de reelección en Florida, Donald Trump lanzó una advertencia por medio de su cuenta de Twitter: “La semana que viene ICE (Immigration and Customs Enforcement) comenzará el proceso de retirar a los millones de extranjeros ilegales que han entrado ilícitamente a Estados Unidos. Serán retirados tan rápido como entran”.

Esto es mentira. A pesar de la obsesión de Trump, la deportación masiva de inmigrantes indocumentados de Estados Unidos es virtualmente imposible. Algunos estimados sugieren que el costo de detener, procesar y sacar de territorio estadounidense a los 11 millones de migrantes indocumentados sería astronómico. Y el sistema migratorio del país tampoco es capaz de actuar con semejante eficiencia punitiva. Nick Miroff hizo el cálculo para el Washington Post: al ritmo actual de 7 mil deportaciones al mes, a ICE le tomaría dos décadas y media alcanzar el umbral fijado por Trump.

Pero como al presidente le gusta ofrecer fantasías, imaginemos con él: ¿qué pasaría si Trump tuviera un guante como el de Thanos, que hiciera que la comunidad indocumentada de Estados Unidos desapareciera instantáneamente? Las consecuencias para la economía del país serían inmediatas y severas.

Según un estudio de New American Economy, un grupo de investigación bipartidista, los negocios que son propiedad de inmigrantes en general emplean a más de 8 millones de estadounidenses y aportan 1 billón de dólares a la economía. Unos 750 mil de estos emprendedores son indocumentados. Numerosas industrias se verían afectadas por la desaparición o la reducción drástica de la fuerza de trabajo inmigrante. La industria restaurantera y de la hospitalidad estaría en problemas serios: una quinta parte de los cocineros del país y 24% de los trabajadores de limpieza son indocumentados. También lo son 22% de los trabajadores de la construcción, de modo que esa actividad se detendría abruptamente en todo el país.

Pero ninguna área de la economía estadounidense se vería tan afectada como las industrias de productos agrícolas, cárnicos y lácteos.

Para los dueños de granjas porcinas en Iowa, un estado donde Trump ganó en 2016, la ausencia de trabajadores inmigrantes representaría un intimidante desafío. “Iowa domina la industria porcina de Estados Unidos”, me dijo el profesor Dermot Hayes, de la Iowa State University, en una entrevista reciente. “A nivel de la fuerza de trabajo, yo diría que el 80% son inmigrantes”. Desde hace años, dice Hayes, los inmigrantes han realizado “labores muy duras, muy demandantes, en circunstancias que son difíciles. Es gente que tiene tanta necesidad de trabajo, que están dispuestos a hacer lo que otras personas preferirían no hacer”.

Otros concuerdan. El North American Meat Institute, con sede en Washington, es la asociación de empresas de la industria cárnica más grande del país. Sarah Little, vicepresidenta de comunicaciones del grupo, me dijo que la importancia de la mano de obra inmigrante en Iowa forma parte de una tendencia de larga data en la industria. “Históricamente, los inmigrantes en Estados Unidos han trabajado en plantas empacadoras de carne. Así ha sido durante más de cien años”, dijo. Little advirtió que una merma repentina en esta fuerza laboral tendría un abrupto impacto negativo en la industria porcina de Iowa. “Sería problemático”, me dijo. “No serían capaces de producir al ritmo en que lo hacen”. Pero se queda corta. Según Dermot Hayes, tal reducción de la fuerza de trabajo inmigrante traería consigo una multitud de desafíos dolorosos. “No habría dónde procesar a los animales. Las plantas tendrían que cerrar hasta que fueran reestructuradas. En todo Iowa habría razones para preocuparse por el bienestar de los animales”, dijo Hayes.

Para quienes están en el terreno, la necesidad de inmigrantes en la industria porcina de Iowa no está a discusión. David Walter, un granjero que opera una pequeña bodega de carne en Corning, Iowa, me dijo que los inmigrantes “hacen el trabajo en situaciones para las que no es fácil encontrar ayuda en esta industria. Es trabajo duro y continuo”. De hecho, Walter está esperando lo opuesto a la mano dura de Trump: “Quisiera tener ayuda por aquí”, admitió. “Me está costando trabajo encontrar quién me ayude, pero no hay inmigrantes en esta zona. Podría darle trabajo a dos de ellos, de tiempo completo. Mi negocio es pequeño, pero podría crecer un poco. Con dos empleados podría hacer más”.

En 2016, Trump le ganó a Hillary Clinton en Wisconsin por un estrecho margen. Para las granjas lecheras del estado, una declinación abrupta de la mano de obra inmigrante sería un desastre. Shelley Mayer, quien forma parte de Professional Dairy Producers, una organización de desarrollo profesional que ayuda a los granjeros del estado, explicó que las granjas de Wisconsin ya enfrentan una crisis por el descenso de la población regional. “Uno de nuestros mayores retos es la ausencia de mano de obra rural”, me dijo Mayer. “Hay menos gente viviendo en estas comunidades rurales, así que la fuerza de trabajo que teníamos hace treinta años ya no está por aquí”. Al llenar ese hueco, la fuerza de trabajo inmigrante ha permitido a las granjas lecheras de Wisconsin prosperar. Los inmigrantes “se han vuelto una parte importante del tejido de la industria láctea”, dijo Mayer. “Tienen la ambición y la responsabilidad para estar aquí a nuestro lado y presentarse a trabajar todos los días, sin falta”. Si Trump se saliera con la suya y los trabajadores inmigrantes de Wisconsin se esfumaran, la industria estaría frente a desafíos excepcionales. “Tendríamos aún más carencia del tipo de gente que se va a presentar para ordeñar a las vacas, alimentar a los becerros, hacer las mezclas de alimentos”, dijo.

En muchos casos, los granjeros de Wisconsin han creado lazos profundos con la comunidad inmigrante que trabaja en la industria láctea local. “Algunos de esos tipos llevan aquí tanto como veinte años y son extremadamente habilidosos”, me dijo Mayer. “Han demostrado que les gusta lo que hacen. Les hemos dado mucho entrenamiento. Sería devastador perder gente de buena calidad”.

John Rosenow lo sabe bien. Es el dueño de la granja lechera Rosenholm, en Cochrane, al oeste de Wisconsin. Está seguro de que una potencial escasez de trabajadores agrícolas inmigrantes paralizaría a la economía del estado. “Nuestra industria no existe sin fuerza de trabajo inmigrante”, me dijo. “El 80% de la leche de Wisconsin es ordeñada por inmigrantes. Si se los llevaran, bastante más de la mitad de las granjas del estado se irían a la quiebra”. Rosenow ha creado vínculos estrechos con varias familias provenientes de Veracruz. “Tenemos integrantes de tres familias que han estado trabajando con nosotros desde hace veinte años”, me dijo. “Son muy diestros. Saben hacer de todo”.

Tras décadas de trabajar con inmigrantes, Rosenow ha aprendido a admirar su disciplina. “Si trabajas en una granja lechera, tienes cierta ética del trabajo”, me dijo. “Yo trabajo mucho. Todo el tiempo. Ellos tienen eso mismo”. Cuando le pregunté qué pasaría si las supuestas redadas masivas de Trump llegaran a Wisconsin y barrieran con muchos de los inmigrantes que trabajan en la industria láctea del estado, Rosenow no dudó. “En cuestión de días no habría leche en los anaqueles”, me aseguró. “Nadie ordeñaría a las vacas. Muchas de ellas serían sacrificadas y la industria se encogería en por lo menos un 50%. Habría escasez de leche, queso y mantequilla en más o menos una semana”.

Antes de colgar, Rosenow me contó una historia. Hace unos años se unió a una organización sin fines de lucro llamada Puentes/Bridges. A lo largo de una década y media, la asociación ha llevado a granjeros de Wisconsin a los pueblos de México que alguna vez fueron hogar de los inmigrantes que ahora trabajan en sus granjas. “He ido a México nueve o diez veces a visitar a sus familias y sus pueblos en el estado de Veracruz”, me dijo Rosenow. “Voy a México porque necesito saber de dónde vienen, por qué vienen aquí, cómo son sus familias, qué los trae hasta acá. También qué están dejando atrás”.

Lo que vio en los pueblos alrededor de Orizaba cambió su perspectiva. Además le llegó al corazón. En un viaje reciente, mientras tomaba café y platicaba cordialmente, vio a un niño que rondaba, escondido tras la falda de su madre. Alguien llamó al niño y se lo presentó al alto granjero de Wisconsin. Su nombre era John. “Le pusieron mi nombre”, me dijo Rosenow. “Fue más emoción de la que podía manejar”.

 

Publicado originalmente en Slate y reproducido con autorización.

 

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(Ciudad de México, 1975) es escritor y periodista.


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