A lo largo del Nilo

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El fotógrafo francés Bernard Plossu, nacido en Indochina en 1945, es un viajero incansable que ha publicado cerca de veinte libros de fotografía —los más recientes son O país da poesia y Porto, sobre la tierra lusitana— y ha expuesto en los mejores museos y galerías del mundo, incluida una retrospectiva en el George Pompidou. Autor del libro de culto Le voyage mexicain, sobre su estancia en nuestro país entre 1965-1966, Plossu prepara actualmente el libro Le long du Nil en Egypte, del que este Portafolios es un adelanto en exclusiva para Letras Libres.

Por Pablo Soler Frost

Las plañideras que lloran al sol que cae cada noche y los sacerdotes de cabezas rasuradas que inventaron las letras observando las estrellas y luego las volvieron enigmas, los mismos que hicieron que jurara sigilo Herodoto respecto a los misterios que había presenciado —y desde este viajero toda novedad viene de África— no podían imaginar que el Niño Dios, huyendo con sus padres de la masacre de los inocentes, al pisar Egipto, fuera quien causara que todos sus ídolos de barro, de piedra, de oro y de lapislázuli, que todos sus enormes ídolos en forma de animales-dioses —sus escarabajos y sus cocodrilos, sus ferales gatos y sus caballos del Nilo— cayesen con estrépito en los grandes recintos de sus templos, haciéndose añicos, quedando, no más (en el poema de Shelley dedicado a Ramsés ii),
      
     two vast and trunkless legs of stone
     …Near them, on the sand,
     Half sunk, a shattered visage lies, whose frown,
     And wrinkled lip, and sneer or cold command…
      
     a la espera de que los arqueólogos ingleses y franceses intentaran pegarlos de nuevo y reconstruir un esplendor que ilumina con claroscuros terribles las memorias más antiguas de nuestra raza, porque hasta los más niños, al decir Egipto, dicen la creciente anual, el limo y el loto que se abre sobre el limo (y esto también es figura), las palmas y los dátiles, las vacas flacas y las vacas gordas, todo en número de siete, y las plagas, también siete, que acabaron con los primogénitos de Egipto.
     Egipto es la ceniza reconstruyéndose fénix, Alejandro volviéndose Amón, los Ptolomeos reyes, los reyes, astrónomos; Pompeyo, víctima de la traición en una playa, Antonio, enamorado, Cleopatra, suicida, el áspid, ayuda; la biblioteca, incendio, las pirámides, ruinas, los sepulcros, botín, los coptos, sepultureros, los árabes, conquistadores, el basalto, arena. Vencido Heraclio, "vinieron de Asia y portentoso Egipto / los árabes y leves africanos", canta el Divino Herrera cuando canta Lepanto.
     Occidente perdió, al perder Egipto, heresiarcas, ermitaños y padres de la Iglesia, pero ganó algo más: el orientalismo, es decir, según lo definió Victor Segalen: "la palmera y el camello, el casco colonial, las pieles morenas…"; las pinturas de Delacroix y los viajes de sir Richard Burton, que disfrazado de derviche primero, luego de médico y por último de affendi patano, logra ir de El Cairo a La Meca al mediar el siglo xix y que, además, encuentra las fuentes del Nilo: que era encontrar el oro azul, así como hallar su doble corona era hacerse con el imperio del mundo. En Egipto Napoleón inaugura el turismo y su flota se hace sueño, e Inglaterra pantera; los presentimientos, amuletos, los rumores, ciencia, Champollion, escriba.
     Recuerdo las fotografías del exilado don Porfirio en Carnac, Luxor, Tebas, Memfis; "aquí La Biblia es una representación de la vida actual", me parece que oigo decir al Varón de Tuxtepec y a una amiga del Sureste que, al tomar un vapor en el Nilo, vacación favorita de ingleses y de mexicanos, ya de regreso, tan sólo me dijo: "Parece Chiapas".
     Egipto es un secreto envuelto en un enigma, oculto en una cripta cuya llave se ha perdido, ¿y quién va a encontrar una llave en el desierto aunque haga y deshaga líneas, cuentas y vectores pretendiendo desentrañar "los misterios de la Gran Pirámide", que si los hubo, han quedado resueltos en el esoterismo más ramplón e idiota? Y, después de todo, ¿para qué querer conocer lo oculto?
     Egipto, empero, es el más popular de los arcanos, desde antes de las fotografías de Maxime du Camp, que con Flaubert peregrinó por sus ruinas cubiertas de jeroglifos. "Como puedes ver —escribía Flaubert a un amigo suyo—, todo esto ofrece mucha diversión y copiosas oportunidades de decir estupideces al respecto (algo de lo cual nos abstenemos lo más posible)".
     Admiro las fotografías de Bernard Plossu que componen este portafolios irradiado de sol, de pobreza, de progreso. El Nilo está enfermo, dicen, pero sueño en que se restablecerá.
     A veces los sueños acaban en fotografías que, dicen en mi tierra, roban el alma, pero nos permiten, tal vez por lo mismo, atisbar en un encanto que no se acaba, y por ello antes se ordenaba sigilo, no fuese a perturbar nadie el descanso eterno de los faraones enterrados bajo las arenas. –

 

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