A un querido emperador

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Predicaba en el fondo morir

antes de la hora fijada por el hado.

¿Pero fue distinto

a los otros emperadores?

Tampoco es seguro

que conociera la dicha.

Tal vez para eso

es necesario el candor

que hace posible a la alegría.

Ella, digámoslo de paso,

está fuera del tiempo,

que como a todos los hombres

lo dominaba a él.

 

 

Tuvo la precaución muy sabia

de no hablar de Dios, sino

de la mente gobernadora del universo,

algo más impersonal,

sin dejar de rendir tributo a los dioses.

Como todos los emperadores

es probable que tuviese por locos a los cristianos.

Se sabe que debió usar su amada razón

para soportar a su esposa

pero eso a veces no basta.

 

Obedecía anuente, sin reticencia, al destino,

no se consideraba dueño de nada,

sólo de sí lo era,

si hemos de creer en su libro.

Custodiaba lo recibido, no lo destruía.

Antes que optar por la venganza

prefería perdonar a los que se revelaban

                          contra él.

Nunca usó el lenguaje para encubrir

la realidad o superponerle otra.

Pensaba que los cambios debían ocurrir,

cuando el tiempo lo ordenara,

no quiso señalarse por hacerlos.

Comandaba las tropas del Imperio.

Como guerrero jamás rehusó combatir

a los que intentaban violar sus fronteras,

y sus órdenes no olvidaban la piedad.

Como estoico, era austero,

no disfrutaba del circo, pero tenía esclavos.

Su filosofía era para sus momentos íntimos

cuando a solas anotaba

en la rica lengua griega sus reflexiones.

Seguramente así sentía que era otro.

 

Demasiada adustez

para una sola vida.

Tal vez sea ese el modo

de alcanzar una existencia sosegada

en un mundo que zozobra.

 

Pero nada que se diga contra él

impedirá que su pensamiento nos apacigüe. ~

 

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