No circula

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Hace décadas un agudo Jorge Ibargüengoitia criticó la proyección de los ejes viales. Estos, afirmaba el guanajuatense, no servirían para otra cosa que incrementar el tránsito citadino, pues lo que se fomentaba con su construcción era el transporte privado. ¿Qué hará la gente cuando se percate de que los beneficiarios del presupuesto serán los automovilistas? Seguir usando sus coches, quizá comprar otro o estrenar el primero.

Pasaron los años, Ibargüengoitia murió, la ciudad continuó con su desmedido crecimiento, la gente no bajó de sus autos, los ejes viales resultaron insuficientes y la contaminación ambiental se convirtió en un problema de salud pública, por lo que cierta administración capitalina esbozó otra propuesta: prohibir parcialmente el tránsito de ciertos vehículos. Entonces se creó el programa Hoy No Circula, cuyos detractores afirmaron que conseguiría exactamente el efecto contrario del que procuraba. Y así fue: con el tiempo se hizo evidente que muchos automovilistas, en lugar de usar el sistema de transporte público cuando descansaban sus coches (bajo el riesgo de perder alguna forma de virginidad, la cartera o la vida), prefirieron comprar un segundo vehículo.

El actual gobierno capitalino, quizá desesperado, ha impuesto una nueva solución que representa un avance de proporciones épicas en nuestra barroca burrocracia: prohibir más. De eso me enteré cuando cruzaba el DF camino a Oaxaca, tempranísimo para ahorrarme el tráfico, y vi que una patrulla encendió su sirena justo detrás de mí: me van a asaltar, pensé. Pronto los oficiales me demostraron que la extorsión era institucional, pues desde hace poco existen tres –sí, tres– tipos de Hoy No Circula, cuyos pormenores entiendo sólo a medias y que a continuación intentaré explicar: existe el No Circula Clásico (la primera generación de no-circulas), que veta a ciertos automóviles de transitar un día a la semana; existe también el Sabatino, que no permite circular un sábado al mes a quienes porten placas foráneas u holograma 2; y está aquel al que podemos dar el mote de Mañanero, que nos prohíbe a los provincianos el tránsito todos-los-días-entresemana de 5 a 11 a.m. Estos programas aplican siempre que no tengamos ese pedazo de gracia, esa indulgencia que es la calcomanía “0” o “00”.

Debo decir que el anonadamiento provocado por la noticia me duró hasta Puebla.

Como no poseo capital suficiente para cambiar mi auto por uno más reciente –y con ello obtener la absolvedora calcomanía– ni tampoco tengo ganas de emplacarlo en el DF, estoy condenado a no circular: 1) todos los jueves del año; 2) el cuarto sábado de cada mes, y 3) entresemana de 5 a 11 a.m. Si suponemos que el día tiene 18 horas útiles (de 5 a 23 hrs.), y que por ello el año cuenta con 6,570 horas comúnmente transitables, mi vehículo no puede andar, según concepto: 884 horas por jueves, 204 horas sabatinas y 1,248 horas mañaneras entresemana. Esto significa que, ad initium, mi coche no rodará 2,336 horas durante 2009, lo que representa un 35.5% del año no-vampiro. Cabe resaltar que esta proyección no toma en cuenta: a) los días en que algún policía decida extorsionarme fortuitamente y que yo no tenga tiempo o paciencia o valor suficiente para enfrentarlo, y b) cualquier ocasión en que haya contingencia ambiental, lo que ni siquiera depende de la legislación de San GDF.

Quizá si la ciudad de México no fuera el punto neurálgico del país y no hubiera que visitarla o pasar por ahí para llegar prácticamente a cualquier lado, la medida no sería tan grave; pero como no es así, como los fuereños estamos obligados a ir bastante seguido, sí representa una limitación al libre tránsito del que presuntamente gozamos todos los ciudadanos.

El No Circula –que bien merece un plural o llamarse Hoy No, Mañana Tampoco… ¡Usted Nunca Circula!– es una forma de discriminación. En México el automóvil es, por sí solo, clasista, lo que es aún más remarcado por el mentado programa, que estratifica dependiendo si uno es extranjero o local, o si se mueve en carcacha, en deportivo del año o en metro (en la esfera más alta, por supuesto, los ricos sobrevuelan el agitado tránsito, allá donde la policía no los toca). Además, estas imposiciones son independientes de que uno esté cumpliendo con el pago de sus impuestos, los cuales no se condonan el cuarto sábado de mes ni con engomado verde.

El programa no sólo privilegia a los ricos y a los capitalinos a costas de resultados bastante cuestionables: también procura que la policía local se corrompa tratando de morder al prójimo, y que pierda su tiempo al fijarse en quién no circula en lugar de resolver asuntos más importantes.

Si soy honesto, quizá lo que más coraje me da es que los de provincia no podemos siquiera vengarnos: ¿a cuántos forasteros les afectaría no transitar un sábado por Mérida? ¿Quiénes se quejarían de no poder cruzar Moroleón, portando placas del DF, entre las 5 y las 11 de la mañana?

Sólo por eso la injusticia es doble. ~

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