Toda escritura, en cierto modo, es un tipo de diario. Uno se sienta y escribe, y al dรญa siguiente se sienta y vuelve a escribir. Hablo, claro, de escribir, es decir, de un tipo de texto en el que uno estรก de un modo verdadero, como un interrogante abierto, y se juega algo. Este tipo de escritura puede disfrazarse de todos los gรฉneros posibles. Una novela o un tratado de lรณgica pueden ser realmente un diario. Escribir es lo mรกs difรญcil y es lo mรกs fรกcil. Recuerdo cuando Bernard Pivot entrevistรณ a Marguerite Duras, y ella dijo que Jean-Paul Sartre no escribรญa. Podรญa ser ella injusta en ese juicio, pero un lector de Duras, un lector, en general, sabe a quรฉ se estaba refiriendo Duras cuando dijo que Sartre, con todo lo que escribรญa, no escribรญa. Uno de los libros que prefiero de Duras, El dolor, es un diario que encontrรณ dรฉcadas despuรฉs de haberlo escrito. Aunque, de alguna manera, se puede decir que toda su escritura, e incluso sus pelรญculas, son un modo de diario.
Cada lector sabe por dรณnde empieza a leer, o, en algunos casos, a escribir. No me considerarรญa un lector de diarios, porque el diario como gรฉnero me interesa tan poco como cualquier otro gรฉnero, pero sรญ de autores que han tratado de reproducir lo que les rodeaba en escritura, autores del yo. La lectura que me hizo descubrir la literatura fue un libro de Josep Pla que andaba en la casa de mis padres, entre los volรบmenes de una colecciรณn de quiosco. Era un diario de viaje, Un viaje frustrado. Seguรญ con Azorรญn y Gabriel Mirรณ, los “estampistas” levantinos, textos en los que no habรญa acciรณn, y con Umbral, a quien leรญa a diario en el periรณdico y en sus libros como un diario mรญo paralelo del hombre pรบblico que, en mi etapa de estudiante, aspiraba a ser. De Cela me gustaba su Viaje a la Alcarria, que es otro diario de viaje. Hasta entonces mi mundo literario era, en cierto modo, una prolongaciรณn del manual de literatura que habรญa estudiado en el bachillerato, aunque fuese en su vertiente mรกs diarรญstica. Luego me adentrรฉ en otras literaturas, pero, si lo pienso, siempre fue por la puerta de una escritura de corte personal o autobiogrรกfica, como si tuviese que vencer cierta clase de pereza antes de hacerme con los libros de ficciรณn de los autores que leรญa. Asรญ, lleguรฉ a Julio Ramรณn Ribeyro, uno de mis autores preferidos, por sus diarios, La tentaciรณn del fracaso; a John Cheever, por Diarios; a Cesare Pavese, por El oficio de vivir; a Fernando Pessoa, por el Libro del desasosiego. Todo esto son clรกsicos del gรฉnero que cualquier lector iniciado conocerรก.
Esta maรฑana he ido mirando en mi biblioteca los libros de diarios que conservo. Los hay de viajes, filosรณficos, de enfermedades… He ido cogiendo libros, que no son necesariamente diarios, y los he apilado a mi lado. Hace unas semanas un escritor de diarios, Julio Josรฉ Ordovรกs, me recomendรณ una novedad editorial, Hambre de realidad (Cรญrculo de Tiza), de David Shields. “A Fรฉlix le hubiese gustado”, me dijo, como para convencerme de que debรญa leerlo. “Fรฉlix” es el escritor Fรฉlix Romeo, a quien no puedo dejar de recordar cada vez que escribo para Letras Libres. El libro de Shields es una reflexiรณn sobre los gรฉneros de escritura, y si bien me siento en desacuerdo con algunos de sus puntos de vista –cierta resistencia a reconocer los derechos de propiedad intelectual, el negarse a distinguir con claridad, aunque sea de un modo implรญcito, dรณnde en un texto empieza la ficciรณn y dรณnde los hechos reales…–, entiendo que Ordovรกs pensase que lo que en ese texto se dice, en su reivindicaciรณn de una escritura liberada de los corsรฉs de los gรฉneros y empapada de la experiencia personal, estaba en continuidad con lo que son nuestras lecturas habituales y nuestras conversaciones, y que, de algรบn modo, ese afรกn de convertirlo todo en escritura, mezclando, como hace el propio Shields, fragmentos de cartas, de reflexiones o listas de referencias musicales y series de televisiรณn, era algo que le hubiese gustado a nuestro amigo comรบn. En realidad no sรฉ si a Fรฉlix Romeo le hubiese acabado de gustar el libro, entre otras cosas porque Fรฉlix solรญa escapar de cualquier clase de molde en el que se le pretendiese encajar, pero, a propรณsito de la escritura diarรญstica, que Fรฉlix Romeo no practicรณ como tal, sรญ que a veces decรญa, medio en broma medio en serio, que su verdadero libro serรญa la suma de todo lo que sale a lo largo de la semana de su ordenador: sus artรญculos, sus correos electrรณnicos, sus fragmentos de novelas interrumpidas, sus crรญticas literarias… Ciertamente, todo es escritura, y, si es de verdad escritura, en el sentido al que me referรญa al comienzo del artรญculo, y en el sentido al que se refiere Shields, cualquier fragmentaciรณn o catalogaciรณn que se haga de ese flujo no deja de ser algo convencional y arbitrario.
Escribe David Shields: “La apuesta es la siguiente, ¿no? Siendo fiel a las contingencias y peculiaridades de tu experiencia y los caprichos de tu naturaleza, tienes mรกs posibilidades de transmitir algo universal.” Y dice luego: “Me aburre la pura invenciรณn, sea de mi factura o ajena; me aburren las tramas inventadas y los personajes inventados. Quiero explorar mi propio carรกcter, perdido como estรก. Quiero ir al meollo de la cuestiรณn. Todo lo demรกs me parece andamiaje.” Creo, de todos modos, que Shields se excede en su puritanismo formal, en confundir toda novela o ficciรณn con mero entretenimiento. Creo que toda literatura estรก necesariamente manchada, es impura, en cuanto que es algo humano. Cualquier texto, por mรกs que estรฉ escrito en primera persona, tiene algo de construcciรณn, de eso que รฉl llama “andamiaje”. Sรญ, estoy de acuerdo con Shields, pero de lo que me entran ganas despuรฉs de leerlo es de ponerme cรณmodo y abrir una novela.
Estudiรฉ filosofรญa en la universidad, pero no conseguรญ que esta materia me interesase de un modo acadรฉmico. En cierto modo, comprendรญa que no podรญa ser lo mรญo un tipo de texto que a una persona comรบn, de cultura media, le resultase impenetrable. ¿Quรฉ clase de diario escribe un filรณsofo? Tanto Descartes como Wittgenstein expresaron una idea que me parecรญa atractiva, y es que lo profundo no existe, sino que lo que a veces existe es un lenguaje confuso, una terminologรญa oscura. Todo lo que se puede decir se puede decir claramente. Desde luego que hay tecnicismos inevitables a la hora de tratar sobre asuntos de la historia de la filosofรญa, pero realmente todo se puede expresar con cierta sencillez. Y esto, ademรกs, tiene consecuencias polรญticas, en cuanto que lo que llamamos democracia se apoya en la idea de que el ciudadano comรบn tiene, en lo esencial, acceso a la verdad. La idea de que la verdad escapa al hombre corriente, de que la verdad pertenece a unas minorรญas que se sirven de un lenguaje y de unas fuentes de informaciรณn apartadas del lenguaje habitual, es incompatible con la forma de vivir en democracia. El sistema polรญtico que deseamos se basa en cierta confianza en las personas y en su lenguaje, lo que incluye cierta forma de leer.
Hay una serie de pensadores que se suelen citar cuando se habla de una filosofรญa ligada al “yo”, escrita en primera persona del singular. Estรก Agustรญn de Hipona, desde luego, con sus Confesiones, escritas en latรญn, y donde encontramos tรฉrminos referidos al sexo o a sus aficiones mundanas, previas a su conversiรณn. Y estรกn Montaigne, Descartes, Pascal o Kierkegaard, quien despuรฉs inspirarรญa a los existencialistas del siglo veinte. Tanto Montaigne como Descartes tienen como peculiaridad que abandonan el latรญn para expresarse en francรฉs, como quien se desprende de una cรกscara que se habรญa quedado hueca y se sirve de unas palabras que ya no emergen de la tradiciรณn sino de una conciencia, de una necesidad de hablar de un yo a otro yo. Esto se acostumbra a relacionar con la modernidad. En su Discurso del mรฉtodo Descartes nombra la estufa junto a la que escribe y se queda dormido, y se puede decir que esa palabra domรฉstica, “estufa”, tiene para nosotros tanta importancia como su cรฉlebre “pienso”, en la medida en que es un elemento humanizador que desactiva el lado deshumanizado que tiene su racionalismo. Esa estufa o brasero nos une a รฉl antes que el salto mortal de su abstracciรณn, cuando decide poner todo en duda, todo en suspenso. El yo de Descartes que medita y escribe, como en una forma encriptada de diario, es un logro asombroso, pero a la vez ha despertado ciertos recelos, como los que con acierto expresรณ Alain Finkielkraut en su obra Nosotros, los modernos: ¿la pretensiรณn de Descartes de romper del todo con la tradiciรณn, de hacer tabla rasa –se viene a preguntar Finkielkraut–, no es precisamente la fuente de los totalitarismos que tiempo despuรฉs se iban a manifestar?; ¿no es la escisiรณn entre las ciencias y las letras el origen, la semilla, de un nuevo tipo de terror que รญbamos a conocer? No hay un “yo”, podemos pensar, sin un “nosotros” previo. Pero a la vez ese “nosotros” no pretende perpetuarse en una identidad colectiva, sino que estรก orientado hacia la autonomรญa del yo. En esa paradoja se mueve nuestro liberalismo.
A Michel de Montaigne lleguรฉ desde Pla, porque lo citaba mucho. Son conocidos los pasajes en los que Montaigne no solo se refiere a sรญ mismo, sino que reconoce que sus ensayos son una exploraciรณn de sรญ mismo, por mรกs que parezca tratar de cosas remotas e ir de cita en cita de los clรกsicos grecolatinos: “Yo me engalano sin descanso, yo me describo sin descanso.” Hay una parte en รฉl prerrousseauniana y a ratos escรฉptica con la que cuesta a veces estar de acuerdo, pero esa voz… Tiene quinientos aรฑos y llega al lector como una inteligencia contemporรกnea. Escribe: “Asรญ pues, no garantizo ninguna certeza, salvo dar a conocer hasta dรณnde llega lo que conozco. Que no se preste atenciรณn a las materias, sino a la forma que les doy.” Montaigne parece ser consciente de que no era tan importante lo que daba, sino desde dรณnde lo daba, el espacio de libertad y de intimidad que su prosa abrรญa. Pero la cita suya que querรญa traer aquรญ es la de su famoso no comerse las uรฑas, en el sentido de renunciar a las lecturas “difรญciles”, porque veo en ese pasaje una expresiรณn magnรญfica y levemente humorรญstica de aquello a lo que antes me referรญa sobre el fluir de la prosa y del lenguaje comรบn: “En cuanto a las dificultades, si encuentro alguna leyendo, no me como las uรฑas con ellas; las dejo en su sitio tras hacer una carga o dos. Si me plantara en ellas, me perderรญa, y perderรญa el tiempo. Porque tengo el espรญritu saltarรญn. Lo que no veo a la primera carga, lo veo menos obstinรกndome. Nada hago sin alegrรญa; y la continuidad, asรญ como la tensiรณn demasiado firme, me ofusca el juicio, lo entristece y fatiga.”
Uno de los profesores que tuve en la carrera, Alejandro Llano, bromeaba con aquello del hombre que, cuando le preguntan quรฉ pensaba sobre una materia, respondรญa: “No lo sรฉ. Espere a que lo escriba.” No recuerdo a propรณsito de quรฉ decรญa eso, pero confirmaba en mรญ la idea de que la verdadera escritura es una escritura que se abre paso en su propio proceso, y que ademรกs de para ser querido, uno escribe para saber quiรฉn es y quรฉ piensa.
La escritura aforรญstica, como la de Nietzsche, o Cioran, o Josรฉ Bergamรญn, o Gรณmez de la Serna, no deja de ser una especie de diario intelectual al que se han borrado las fechas de cada entrada. Hay algo tambiรฉn de todo esto en la idea de ser “escritor de sentada” y no “escritor de libro”. Cada vez que uno se sienta a escribir, hace algo que tiene valor por sรญ mismo, uno se vacรญa, a su manera. Uno no se puede dejar algo sin escribir, en este tipo de escritura no vale dosificar, calcular, guardar un giro para otro rato, reservarse un desenlace, o eso que Shields llama “andamiaje”. Francisco Umbral expresaba esto diciendo que cada artรญculo es un suicidio.
Ahora que nombro a Emil Cioran, recuerdo cรณmo se puso este autor de moda a finales de los ochenta y en los aรฑos siguientes. Los jรณvenes leรญamos sus exabruptos nihilistas en bonitas ediciones de papel crema, sus llamadas a lo salvaje en libros que forrรกbamos con cuidado. No lo he vuelto a leer, pero dudo de que me siguiesen interesando aquellas pรกginas. El caso es que esta semana, leyendo los ensayos de Bacon, me vino este autor a la cabeza al dar con estas lรญneas: “Los misรกntropos, que acaban llevando al hombre a colgarse de un รกrbol y, sin embargo, nunca tienen un รกrbol para tal fin en sus jardines, como lo tenรญa Timรณn.”
Ludwig Wittgenstein escribiรณ unos diarios que se leen y se citan al mismo nivel que sus obras canรณnicas. Su Tractatus tiene la apariencia de un tratado matemรกtico, con los pรกrrafos numerados en unos apรฉndices y subapรฉndices que pretenden dar la impresiรณn de seguir una secuencia inevitable, cuando realmente no dejan de ser un diario transfigurado. Sus libros son sugerentes y ejercen cierta fascinaciรณn entre lectores no iniciados en la filosofรญa, porque entre formulaciones y sรญmbolos de la lรณgica formal deja expresar una voz indagadora en un sentido existencial, por decirlo de algรบn modo; una voz que desarrolla todo un sistema para silenciarse. Uno abre sus diarios y lee: “La soluciรณn del problema de la vida se percibe en la desapariciรณn de este problema. Pero ¿cabe vivir de un modo tal que la vida deje de ser problemรกtica?” –todo aquello de que la pregunta por el sentido de la vida no tiene sentido, o de que no hay preguntas sin respuesta, sino preguntas mal formuladas…–. A Wittgenstein hay que leerlo con atenciรณn pero a la vez habiรฉndose uno atado a un mรกstil como hizo Ulises con las sirenas, porque lleva a callejones, y a cierto solipsismo, de los que no se puede salir mรกs que en silencio o echados en brazos de la mรญstica, y de lo que se trata, nos guste o no, es de que sigamos hablando hasta el final.
Me gusta leer las selecciones de notas que tomaba Antรณn Chรฉjov en sus cuadernos, y sus cartas –que en muchos autores se deben leer como un modo de diario–, los diarios de Katherine Mansfield –su despedida en la enfermedad, su “Todo estรก bien”–, las anotaciones de Simone Weil, de George Orwell, las crรณnicas de viajes de Chaves Nogales. En un artรญculo sobre diarios y filosofรญa deberรญa nombrar a Hannah Arendt. Tengo en la mesa una guรญa de diarios, Manual de uso del lector de diarios, de Josรฉ Luis Melero, y los diarios de enfermedad de Juan Gracia Armendรกriz. Tengo los diarios del blog de Arcadi Espada, y tengo el diario que escribiรณ Robert Redeker cuando tuvo que vivir oculto por la amenaza de una fetua tras publicar un artรญculo crรญtico con el islam, y tengo los diarios que escribiรณ Mercedes Rosรบa durante el curso que dio en China en la misma universidad a la que yo fui, y a travรฉs de los cuales comprendรญ, pasados los aรฑos, mi propia experiencia.
Tengo tambiรฉn varios diarios de rodajes de pelรญculas. El รบltimo, de David Trueba, contiene una reflexiรณn con la que me parece oportuno terminar este artรญculo. Habla de cuando se estrenรณ su pelรญcula Vivir es fรกcil con los ojos cerrados, y dice: “De la gira promocional solo me sorprendiรณ que en muchas ocasiones la gente elogiaba la pelรญcula, pero siempre me mencionaban que estaba llena de buenos sentimientos, como si eso fuera algo que tendrรญa que avergonzarnos un poco a todos […] Varios se avergonzaban de llamarla ‘bonita’, cuando a mรญ ese adjetivo me hacรญa feliz.” ~
(Huesca, 1968) es escritor. Su libro mรกs reciente es La flecha en el aire. Diario de la clase de filosofรญa (Debate, 2011).