Adherido a la cama

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Veamos, veamos. Un niño se adhiere a la cama para no ir a la escuela. Veamos la historia. Diego Martínez tiene diez años, cursa el quinto año de primaria, no quiere asistir al primer día de clases y prefiere quedarse observando las caricaturas. Su solución: untarse pegamento industrial en la palma de la mano para adherirse a la cabecera de su cama. El niño, a la mitad de la noche, le anuncia a su madre que no podrá asistir a la escuela. La madre intenta separar la cama que su hijo trae prendida de la mano, pero no lo consigue. Llama a los paramédicos, separan al niño y a la cama. Hasta aquí, digamos, es una historia doméstica. Pero no. La prensa, la prensa metió la nariz. La prensa entró a la habitación de Diego Martínez. Veamos las implicaciones.

Primero: la irrupción en la vida privada. Leemos, en el inicio de El proceso, de Franz Kafka: “No cabía la menor duda de que se había calumniado a Joseph K., ya que, sin que hubiera hecho nada malo, fue detenido una mañana.” En el libro de Kafka, dos hombres entran a la habitación de Joseph K., acostado en la cama, para arrestarlo. La prensa de nuestros días se parece en mucho a la intromisión de los hombres que entran al cuarto de Joseph. Del mismo modo, la prensa, tanto al abrir la puerta del cuarto del niño como al difundir la nota, irrumpe en la habitación de Diego Martínez. Segundo: como se trata de una noticia salida de una historia doméstica es terriblemente trivial. Pero, resulta, es una trivialidad expuesta en los diarios. Se presta, pues, a los golpes de los lectores. Veamos. Notas como ésta bajan la cota del periodismo. Pese a que no es noticia de primera plana que la prensa atienda las notas sin detenerse a pensar, en tanto se alejan de la reflexión –aquí la gravedad– menosprecian a los lectores. Esto es sencillamente reprobable. Tercero: ¿Por qué llama la atención esta noticia?

Es la historia de una ocurrencia, la ocurrencia de un niño, y sanseacabó. Pero ¿darle espacio en los periódicos? Veamos: la prensa, igual que Diego Martínez, se adhiere a la cama. Si, por ejemplo, la historia de un niño que se pega a la cama la hubiese leído en un cuento de Raymond Carver, de otra cosa estaríamos hablando. Pero no. En este país, en nuestros periódicos, un niño quería quedarse observando las caricaturas en lugar de asistir a la escuela.

Veamos, pensemos aquí. Un niño se pegó a la cama, como suele decirse coloquialmente. Es decir, llevó una metáfora del habla a la realidad. La noticia es una metáfora viva, como tal vez gustaría nombrar Paul Ricoeur. Pese a que hay mañanas en las que cuesta trabajo levantarse de la cama, nadie se pega literalmente las sábanas cuando quiere esquivar un día de trabajo, o nadie se pega literalmente al televisor cuando le entretiene un programa. Diego Martínez llevó una metáfora a la acción. Se pegó, pues, a la cama. Y este hecho no es de poca monta. La cama, símbolo de descanso, no es cualquier cosa en este país. Cabe preguntarnos por qué su historia no es la de un niño que se adhirió a un libro. En este país sería laudable que un niño se adhiriera al pupitre o, en el mejor de los casos, a un libro. Pero no. Diego Martínez se adhirió a la cama. Me pregunto si es un signo de nuestro carácter nacional. Un país en el que se prefieren las vacaciones al trabajo. Y, a la postre, un país que alimenta la prensa que se adhiere a la cama. Está en nosotros, los lectores, subir la cota del periodismo. Y por eso cabe pensar qué dice esto de nosotros. Qué dice la prensa de los lectores y qué dice de nosotros la historia del niño que se adhirió a la cama. Veamos, veamos.

– Brenda Lozano

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