Quienes se oponen a que las parejas homosexuales adopten niños huérfanos no solamente condenan a los homosexuales sino sobre todo a los huérfanos.
Extrañamente, quienes se oponen a que las parejas del mismo sexo adopten a los huérfanos se comportan como si fueran los celosos padres de los hijos a quienes ellas quieren adoptar. Si así fuera, quizá los entenderíamos: nadie querría perder a sus hijos para que una pareja de mujeres o de hombres, o incluso de mujer y hombre, los adoptara.
Lo que suelen omitir, imperdonablemente, los opositores a las adopciones homoparentales es que los huérfanos necesitan ser adoptados por alguien, quienes sean, siempre y cuando responsablemente los quieran y los saquen adelante, para estar mejor de lo que están.
La postura de los opositores sería un tanto más sostenible, aunque en este caso podrían ser tachados de egoístas y acaparadores, si fueran ellos quienes quisieran y pudieran adoptar a los huérfanos o se hicieran cargo, a ultranza, de que parejas heterosexuales los adoptaran para que no lo hicieran las parejas del mismo sexo que rechazan.
Como no van a hacer lo anterior, no lo han hecho, no lo están haciendo, esos opositores actúan y se expresan irresponsable y hasta cruelmente, pues a lo que conduce su oposición es a que los huérfanos no sean adoptados y continúen anhelando formar parte de una familia que les ofrezca mejores condiciones de vida.
Aunque a uno le resulte ajeno el modo de vida gay, no me cabe la menor duda de que las parejas homosexuales deben poseer los mismos derechos civiles que el resto de los ciudadanos: poder legalizar su unión, tener la posibilidad de adoptar (puesto que carecen de la de procrear, como también les ocurre a algunas parejas heterosexuales), de divorciarse, de pelear por la custodia de sus hijos adoptados, de ser respetados como cualesquiera seres humanos, etc.
Lo más importante, sin embargo, no es eso, sino que los huérfanos tengan la oportunidad de ser adoptados por quienes sean capaces de otorgarles una vida mejor que la que llevan en su orfandad y, si estos forman una pareja homosexual responsable y cariñosa, qué bien; si forman una heterosexual igualmente responsable y cariñosa, ni se diga.
El debate, pues, no debería centrarse, como estamos viendo hoy, en quién se opone y quién está a favor de que las parejas homosexuales adopten niños huérfanos, sino en quiénes van a adoptarlos, quiénes tienen la disponibilidad de hacerlo, independientemente de su vida sexual (que no tiene por qué incumbir a los hijos), y qué clase de sociedad atestigua tales adopciones, algunas de ellas urgentes e impostergables.
– Emmanuel Noyola
es miembro de la redacción de Letras Libres, crítico gramatical y onironauta frustrado.