Los hermanos Coen son cineastas muy clásicos: saben aprovechar los recursos que la tradición hollywoodense ha refinado a fuerza de repetición, variación y progreso. Educando a Arizona (1987) comienza con un largo monólogo en que el protagonista, Hi, narra las circunstancias en que conoció, se enamoró y se casó con la policía Ed, y las que los han llevado a decidir robarse un bebé. La película termina con otro monólogo, donde Hi narra un sueño sobre el futuro de su matrimonio y la posibilidad de tener hijos propios. Al final de la primera escena de De paseo a la muerte (1990) el protagonista, Tom, que ve venir un gran problema, le da una advertencia a su jefe, se pone su sombrero y se va. Pasan los créditos y cuando volvemos de ellos Tom, que va despertando de una borrachera, pregunta: “¿Y mi sombrero?” En la última escena de la película, cuando ha concluido definitivamente su amistad con su jefe, la cámara se cierra sobre Tom, y éste se acomoda, por fin, el sombrero. La primera secuencia de Un hombre serio (2009) es un ejemplo de incertidumbre (¿el rabino está muerto o vivo?), la última es un ejemplo de incertidumbre amplificada (¿hablará Dios desde el torbellino?): en ambos casos, imposible saberlo. (Un hombre serio podría verse como una vindicación de la incertidumbre.) Se diría que con las últimas secuencias de esas películas los Coen buscan equilibrar las primeras.
Así es el Hollywood clásico clásico. Ésta es la primera secuencia de Ciudadano Kane (1941) de Orson Welles:
La cámara asciende desde un letrero de ‘No trespassing’ y, por disolvencias, penetra la mansión y avanza hacia un misterio: Rosebud. Ésta es la última secuencia de Kane:
Aquí, el periodista Thompson se ha dado por vencido en la búsqueda de la solución del misterio: la vida de Kane, como la de todos, es un rompecabezas irresoluble. Entonces la cámara, con una disolvencia y un tracking shot, avanza hacia un misterio: Rosebud, que se revela por fin como el trineo del niño Charles Foster Kane. La cámara, con una nueva disolvencia, sale de la mansión. La penúltima imagen de la película es una repetición de la primera: “No trespassing”. El final de Ciudadano Kane es su principio, pero en reversa.
El paralelismo contribuye a una sensación de coherencia: los hechos, las imágenes, los sonidos dentro de una película están interconectados, no sólo yuxtapuestos. Esa coherencia puede conectar motivos de puesta en escena, como el sombrero de Tom en De paseo a la muerte, o de una imagen, como la de Betty/Diane, brillante y superpuesta, ignorante de su espantoso destino en Mulholland Drive (2001). Puede ser una coherencia estilística, como en la primera y la última tomas de Psicosis (1960), donde la cámara avanza hacia su sujeto –una habitación cualquiera en Phoenix, Arizona, y el rostro y la mente de Norman Bates– como si quisiera penetrarlo, y lo penetra:
Puede ser una suerte de coherencia anímica, como en El escritor fantasma (2010) de Roman Polanski, donde los escritores mueren al principio y al final. La sensación es de una negrura irresoluble: no importa qué tan lejos hayan llegado estos ghost writers en sus investigaciones, la CIA y otras fuerzas opresoras no pueden ser amenazadas, mucho menos vencidas, por el ciudadano común. Puede ser también una coherencia de “mensaje”. Al principio de El rey león (1994) toda la fauna de una sabana acude a la presentación de Simba, el hijo recién nacido del gran león Mufasa y su “pareja”, la reina Sarabi en la Roca del Orgullo. En el soundtrack suena ‘Circle of life’ de Elton John. Al final de la película, claro, Simba ascenderá a esa misma piedra a presentar a su propio cachorro. (El círculo de la vida, ¿se entendió, niños?)
Hay un goce estético en el paralelo y un bienestar para la mente en las repeticiones y en las formas cerradas. La completud nos hace descansar. El paralelo puede ser un equilibrio, una elegancia que hace eco. Y esos ecos pueden convertir a las películas en pequeñas cajas de resonancia.
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Dicho lo cual –
La resonancia entre el principio y el final de las películas también puede ser una forma de conservadurismo. El paralelo aporta a la claridad (cf. El rey león) pero la ambigüedad puede ser una riqueza. Acaso siempre lo es. El paralelo cierra una narración pero el final abierto propicia la especulación, la participación. El paralelo da coherencia pero la coherencia no es necesariamente una virtud: lo arbitrario o lo inconexo pueden dar una tesitura aventurada o inquietante. El paralelo acentúa la solución (del conflicto, del entramado) pero lo irresuelto puede verse como una humildad: yo, que estoy narrando esta historia, no pude saber cómo termina. Hay cineastas en las lindes de lo clásico y el cine de arte que ponen a prueba el paralelismo, como Carlos Reygadas con la repetición de los motivos de la cancha y la lluvia (¿y la inocencia?) al final de Post tenebras lux (2012), o que lo rechazan abiertamente. Al final de L’Avventura (1960) Antonioni no nos dejó saber el destino de la pareja, tal vez porque él mismo lo ignoraba, y en Los 400 golpes (1959) Truffaut se negó no sólo a crear un paralelo sino, de plano, a concluir su película:
http://www.youtube.com/watch?v=mbcyPBW0hWk
Escritor. Autor de los cómics Gabriel en su laberinto y Una gran chica (2012)